Sinopsis: Isabel, una joven de familia acomodada, desaparece de su casa de Sitges sin
dejar rastro. Por desgracia, ni la Policía ni el investigador privado
contratado por el padre de la desaparecida, el magnate cinematográfico Didac
Sardà, consiguen arrojar luz al caso.
Cuando Milena, la mejor amiga de Isabel y experta en
demonología, recala en Madrid durante una gira promocional de su exitoso libro,
el reencuentro con Didac volverá a abrir viejas heridas. Y es que el padre de
su amiga cree haber dado con una pista que podría llevar a Isabel. Una pista
que solo Milena parece capacitada para seguir. Lo que ella no sospecha es que
la madeja que desenredarán sus investigaciones sacará a la superficie algo más
profundo que la verdad y más aterrador que las entidades demoníacas a las que
se enfrenta cada día: su propio pasado.
Lo
que sueñan los insectos es mucho
más que un thriller paranormal intenso y perturbador: es un viaje emocional de suspense
creciente, que desemboca en una insólita reflexión sobre lo que somos y lo que
podríamos haber sido. Sobre lo que dejamos atrás para perseguir nuestros sueños
y lo que nos deja a nosotros cuando creemos haberlos conseguido.
Reseña: «Puede que solo sea yo, siempre mirando el repugnante
lado de la vida. Ha sido así desde que adquirí esta condición de “en ocasiones
veo muertos” (…) Mi teoría es que este tipo de cosas no es un don. Ni una
maldición. Es una minusvalía.»
De esta forma describe Chris Luna
su capacidad para comunicarse con personas fallecidas en circunstancias
violentas. La novela gráfica «El velo» (El Torres y Gabriel Hernández) se
desligaba por completo de la imagen idílica de esta habilidad mostrada por
otras protagonistas como Melinda Gordon («Entre fantasmas») o Allison
DuBois («Medium»), quienes conseguían complementar sin grandes
dificultades su vida personal, profesional y familiar junto a su peculiar «sensibilidad»
femenina para captar la realidad que se esconde tras las apariencias que
componen nuestra vida y establecen nuestra rutina diaria. Sin embargo, no
importa si «te vuelves una experta en mirar hacia el otro lado. Ellos aún
están ahí. Siempre están ahí».
Nuevamente, Javier Quevedo Puchal
nos obliga a enfrentarnos con nuestros demonios personales siguiendo la
temática iniciada en «Cuerpos descosidos». En esta ocasión, seremos
testigos del conflicto interior de Milena descrito a través de la narración en
primera persona de Diego, su marido. A pesar de su aspecto tosco y violento,
este personaje demuestra una gran comprensión hacia el talento de su esposa,
porque él también ha sido víctima de la intolerancia de la sociedad, de su
escepticismo ante aquello que no puede ver y es que de nada sirven los ojos a
un cerebro ciego.
Por esta razón, cuando los padres
de Isabel, la mejor amiga de nuestra protagonista, decide contratar los
servicios del matrimonio para resolver la desaparición de su primogénita, Milena
deberá regresar a lugares llenos de recuerdos… y secretos.
Al igual que en su anterior
novela, el pasado se convierte en un elemento trascendental para la narración
de la historia, condicionado la reconstrucción de los acontecimientos que
sirven para explicar el enigma que rodea a los Sardá a través de sutiles detalles como la
presencia del cuadro «Saturno devorando a sus hijos» en el recibidor del
hogar familiar.
Si bien, merece destacarse la
escasa información relativa a Milena, quien acaba siendo eclipsada por Diego
durante gran parte del relato precisamente por el mayor protagonismo que le
concede el autor, no solo por la elección de la persona narrativa también al dotarlo
de una personalidad más desarrollada. En este sentido, no contribuye a la
protagonista que su esposo acabe adquiriendo habilidades similares a las suyas,
eliminando el único rasgo que la permitía destacar sobre el resto de
personajes.
Es cierto que Javier Quevedo
Puchal menciona algunos aspectos de su vida que nos permite comprender su actitud
reservada, su miedo a otras personas ante el trauma de descubrir que la única
persona en la que confió lo suficiente para dejarla acceder a su mundo acabo
abriendo las puertas de su propio infierno. En aquella ocasión, los demonios se
presentaron bajo una apariencia humana y el ardor de sus sentimientos acabo
quemándola hasta convertir su espíritu en cenizas, así como sus sueños y
esperanzas. No obstante, su leve mención resulta exigua, más cuando nos
detenemos a analizar su alcance en el final de la historia.
La distancia insondable entre
Milena y Diego, un matrimonio formado por dos completos desconocidos unidos
solo por las circunstancias, no por sentimientos correspondidos, y mantenidos
gracias al frágil equilibrio que les proporciona su peculiar rutina como
cazadores de fuerzas demoníacas. Precisamente, este desapego es el que
experimenta el lector hacia la protagonista por las razones anteriormente
expuestas, mientras que no le resulta difícil empatizar con otros personajes
con la ironía de Diego, la verborrea de Adela e incluso la sobreactuación de
Petite Coco.
Por otro lado, tampoco contribuye
a la novela el cambio en ritmo a partir de la segunda parte. En la primera,
Javier Quevedo Puchal tiene una cadencia narrativa más pausada, recreándose en
las descripciones, tanto de los lugares como de los sentimientos, y volviendo a
demostrarnos su habilidad con la prosa. El autor convierte nuestro mundo en un
mero espacio de transición entre dos realidades, reduciendo nuestra especie a
un mero instrumento al servicio de unos seres que manipulan nuestra voluntad a
través de nuestros deseos más oscuros e inconfesables. En palabras de la propia
Milena: «No todo el arte tiene que ser bello por definición. Hay quien ve la
vida de color rosa y hay quien la ve de color negro. Supongo que Isabel era de
las que veía más monstruos que ángeles».
Con todo, la segunda parte acaba
resultando previsible por sus semejanzas con otras novelas, incluso el propio
autor menciona «La semilla del diablo» (Ira Levin) en uno de los diálogos.
A partir de la confesión de Pablo persiste la sensación de que la novela
requería de un mayor desarrollo para alcanzar todo su potencial inicial.
En definitiva, «Lo que sueñan
los insectos» es una compleja pesadilla psicológica, creando una grieta
entre dos mundos que deberían haber permanecido separados. Si bien, la segunda
parte de la novela ensombrece el resultado final, Javier Quevedo Puchal vuelve
a demostrarnos que nuestro pasado siempre será nuestro peor enemigo mientras no
nos enfrentemos a los demonios que nos persiguen desde los recuerdos jamás
olvidados.
LO MEJOR: El personaje de Diego. La prosa de Javier Quevedo. La
primera parte de la novela con un ritmo narrativo más pausado que permite
recrearse en los detalles. El capítulo «Saturno devorando a sus hijos»
LO PEOR: Milena es eclipsada por su esposo durante toda la novela. La
segunda parte del libro.
Sobre
el autor: Javier Quevedo
Puchal (Castellón, 1976) es autor de las novelas El tercer
deseo
(Odisea
Editorial, 2008), Todas las maldiciones del
mundo
(Odisea
Editorial, 2009) y
Cuerpos descosidos (NGC Ficción!, 2011), así como de
la antología de nanorrelatos
Abominatio (Ediciones Efímeras, 2010).
También ha publicado relatos cortos en antologías
del calado de Taberna espectral (Editorial 23 Escalones, 2010), Los
nuevos mitos de Cthulhu (Edge,
2011), Insomnia (Grupo
Ajec, 2012) o La ciudad vestida de negro (Drakul Editorial, 2012). En 2012,
se alzó con el Premio Nocte a la Mejor
Novela de
Terror Nacional.
También ha obtenido nominaciones en los Premios
Shangay e
Ignotus,
entre otros. Actualmente, imparte un taller de escritura creativa en el Estudio
Sampere, que
compagina con su labor como traductor y corrector.
Mmmm no sé. No termina de convencerme. Lo que comentas sobre la segunda parte me echa para atrás. No creo que me lo lea.
ResponderEliminarBesotes
Buenas noches Poemas,
EliminarRealmente prefiero la primera novela que leí de este autor, "Cuerpos descosidos". Si bien, pueden apreciarse ciertos símiles entre ambos libros, sobre todo en la primera parte de "Lo que sueñan los insectos".
Cabe señalar que es una buena historia, pero podría haber sido mejor en su desarrollo final y conclusión.
Si te animas a leer cualquier de los dos libros me encantaría que compartieses tu opinión con los seguidores de La diseccionadora de libros.
Un abrazo
María del Carmen Horcas (La diseccionadora de libros)