Los jinetes
del Apocalipsis montan sobre una Harley
Tyrannosaurus Books publica el cómic book Dead World: The last siesta
Antes de que
apareciera la exitosa serie de cómics The
Walking Dead, traducida en nuestro país como Los muertos vivientes, en la que se basaría la
serie televisiva de nombre homónimo, apareció en el sello independiente Arrows Comics la serie Dead
World (1986) creada por Stuart Kerr y Ralph Griffith. En poco
acabo convirtiéndose en un referente de culto dentro de la industria editorial
independiente. Posteriormente Dead World sería publicada por Caliber e Image Comics y, actualmente, bajo
el prestigioso sello IDW, una de las
editoriales punteras en el cómic norteamericano que publica títulos como Judge Dredd, Teenage Mutant Ninja Turtles, Star
Trek o The X Files.
Durante
estos diecisiete, años DeadWorld ha vendido más de 1.000.000 de ejemplares en
Estados Unidos, e incluso se adquirieron los derechos de la obra en 200 para adaptarse
al cine, aunque el proyecto nunca llegó a producirse. Asimismo, está
galardonado con prestigiosos premios como Mejor Novela Gráfica Original (Decapitated Dan's Best of 2011) o nominado a
los Ghastly Awards y ComicMonsters.com en la misma categoría.
Inspirándose
en la serie original, se publicaron una saga de volúmenes independientes con
historias paralelas autoconclusivas, entre las que destaca Dead World: The Last Siesta
que verá la luz en nuestro país bajo el sello de Tyrannosaurus Books el próximo
mes de septiembre de 2014.
Sinopsis: En las afueras del
polvoriento y remoto pueblo de Juárez, México, nuevas leyes han reemplazado a
lo que una vez fue llamado civilización. Uno de los portadores de esta nueva
ley es un misterioso vagabundo, Raga, conocido simplemente como el asesino. No
ha existido nada vivo o muerto, que no haya matado.
Ahora, tiene un nuevo reto... El Rey Zombie y
sus hordas de zombies.
Puedes ser capaz de matar lo que ya está
muerto, pero ¿cuántas veces?
Sinopsis: La bióloga Rachel Lambert llega a los
Peninos del Norte, un fascinante paisaje entre Inglaterra y Escocia, para
liderar un proyecto medioambiental, junto con Anne, una botánica local, y
Grace, una zoóloga a la que no conoce. Al llegar a su refugio, Rachel se
encuentra el cadáver de una vieja amiga que, aparentemente, se ha suicidado;
pero enseguida empieza a sospechar que alguien la ha matado. Tras otra muerte
inexplicable, la inspectora Vera Stanhope, una mujer madura que no siempre
utiliza los métodos más ortodoxos, aparece en escena. Una fascinante novela
negra ambientada en una sugerente zona rural que pone en escena un supuesto
suicidio, tres personalidades femeninas fuertes y una opaca investigación con
muchos intereses ocultos.
Crítica: Inspirándose en una de las novelas más célebres de Agatha
Christie, «Diez negritos», el
dramaturgo estadounidense Neil Simon escribió la obra de teatro «Un cadáver a los postres», que posteriormente
sería adaptada al cine con Truman Capote («A
sangre fría») interpretando al millonario Lionel Twain, quien invita a los
cinco mejores detectives a su mansión para que resuelvan su propio asesinato
cuando todavía no se ha producido el susodicho crimen. La pretensión del autor
era satirizar el género policiaco, así como las dos principales escuelas en las
que se desarrolló, la escuela inglesa y
la estadounidense, burlándose de los
principales investigadores de la literatura como Hercules Poirot, Miss Marple,
Nick y Nora Charles, Charlie Chan y Sam Spade. A pesar de considerarse una
película de humor absurdo, Neil Simon realizaba una reflexión sobre la
evolución de la novela policiaca, cuyos asesinatos empezaban a mostrar notables
similitudes, aunque estuvieran cometidos por diferentes mentes criminales.
Precisamente, la propia «Reina del Crimen» reconocía que sus
primeras novelas imitaban el estilo de Gastón Leroux («El misterio del cuarto amarillo»), Wilkie Collins («La dama en blanco» y «La piedra lunar») o Arthur Conan Doyle («Las aventuras de Sherlock Holmes»),
porque la clave de los relatos detectivescos no reside en el crimen, sino en su
resolución. Es decir, la forma de narrarlo al lector para mantener su interés
conforme avanza la investigación hasta el momento de revelar la identidad del
asesino.
Ann Cleves debuta en este género empleando
la mayoría de elementos que caracterizan a la escuela inglesa, aunque aportando
dos notables diferencias. En primer lugar, opta por escenarios abiertos,
naturales alejados de las clásicas mansiones victorianas y otros espacios
cerrados. De hecho, resulta difícil no
clasificarla como una novela landscape
(o paisajística), porque la región montañosa de Los Peninos del Norte acaba
convirtiéndose en otro personaje, un narrador silencioso, pero omnipresente
durante todo el relato que nos describe con gran precisión la sencilla belleza
de un paisaje que se contrapone con la psicología de los tres personajes femeninos
principales: Rachel, Anna y Grace.
La autora sabe aprovechar esta
contraposición modificando la prosa según la mujer que adquiere el protagonismo
de la narración. Es decir, consciente de que emplea dos tercios de las novelas son dedicados a
profundizar en sus respectivas historias, Ann Cleves evita que el laconismo de la prosa o el ritmo
pausado de la novela contraríen al lector modificando la voz y adaptándola
según la personalidad de cada personaje. De este modo, consigue ampliar el
segmento de posibles lectoras según la mayor o menos afinidad con cada una,
facilitando la empatía. Observemos que Grace, a pesar de su juventud, es uno de
los personajes más complejos y oscuros de la novela, pero también maduros en
contraste con la desinhibición y la impulsividad de Anna.
Otro aspecto destacable es que
los asesinatos poseen una repercusión que trasciende del ámbito privado,
extendiéndolo a la pequeña comunidad en la que se producen. A pesar de que
pueda considerarse una característica propia de la escuela estadounidense, comprobamos
que, a pesar de esta repercusión social, sigue produciéndose a una escala
pequeña. Por tanto, Ann Cleves incluye una denuncia contra la especulación
inmobiliaria, la corrupción política, la marginación social de los enfermos
psicológicos o la escasa conciencia medioambiental. Una tendencia que
observamos en otros autores de novela negra europea como Tana French («El silencio del bosque»), Stieg Larsson («Los hombres que no amaban a las mujeres»),
Åsa Larsson («Aurora boreal») o Camilla Läckberg («La princesa de hielo») en los que los
crímenes sirven a sus respectivos autores para poner en relieve los problemas más
acuciantes de sus países.
Con todo, «Una trampa para cuervos» acaba siendo una novela correcta, cumpliendo
con los parámetros del género sin realizar una aportación realmente distintiva.
Es cierto que la inspectora Vera Stanhope resulta un personaje atípico, tanto
en apariencia como actitud, pero su atractivo es poco notorio si lo comparamos
con otros homólogos literarios contemporáneos como Lisbeth Salander («Los hombres que no amaban a las mujeres»)
o Aloysius X.
L. Pendergast («The Relic»).
Por otro lado, Ann Cleves comete
el desliz de proporcionar demasiadas pistas que cualquier lector comedido
asocia con relativa facilidad para alcanzar la resolución del crimen antes que
la peculiar inspectora. Un error que se extiende a Vera Stanhope, pues
tratándose de una novela de presentación
de la inspectora, aporta detalles significativos de su biografía
anticipadamente. La autora debería haberse centrado más en el aspecto
profesional y, poco a poco, profundizar en lo personal durante posteriores novelas
de la serie. Sin embargo, comprobamos que, cuando Stanhope asume la voz
narrativa, sus capítulos están dedicados principalmente a describirnos
anécdotas personales y recuerdos de una infancia poco común que a la
investigación. Por consiguiente, cuando nos revelan la identidad del asesino y
sus motivaciones, el espacio dedicado a ambos se limita a las últimas páginas
de la novela y utilizando una narración precipitada, cuando hubiese requerido
una mayor desarrollo.
A pesar de que «Una trampa para cuervos» consigue
atraparnos en la compleja trampa de secretos familiares, conspiraciones
políticas e intereses empresariales sobre los parajes naturales escasamente protegidos
de Gran Bretaña; Ann Cleves sigue con
demasiada rectitud los principios que definieron la escuela inglesa de novela
negra. La influencia de Agatha Christie resulta evidente y, exceptuando ciertos
detalles de la prosa, el personaje de Vera Stanhope todavía deberá resolver
muchos crímenes antes de emular a Hercules Poirot. No obstante, la inspectora
ya ha encontrado las primeras pistas para resolver su caso más difícil...
LO MEJOR: Los contrastes entre la sencillez de los paisajes y la
complejidad de sus tres personajes femeninos principales. La modificación de la
prosa según el personaje que asume la narración de la historia, permitiendo una
mejor complementación de las tres historias desarrolladas en paralelo. La
denuncia social implícita en la novela.
LO PEOR: Es una novela correcta siguiendo los parámetros narrativos
de la escuela inglesa. El desaprovechamiento de Vera Stanhope cuando asume la
narración.
Sobre la autora: Ann
Cleeves (Gran Bretaña, 1954) empezó a escribir cuando ella y su marido, de
profesión guardabosques, se instalaron en una región en la que había poco más
que hacer que observar a los pájaros. Su serie policíaca protagonizada por Vera
Stanhope pronto se volvió muy popular y, además de adaptarse a la televisión en
Gran Bretaña, le ha valido muchos premios y se ha publicado en más de veinte
países.
Sinopsis: Bucky Wunderlick es
una estrella del rock en la cúspide de su carrera. En medio de una gira, y
harto de un éxito en el que ya no cree, decide abandonar a su banda y
refugiarse en un apartamento de la calle Great Jones, en Manhattan. Pero
su exilio no resulta como esperaba, y su paz se ve continuamente truncada
por todo tipo de visitas: periodistas en busca de una exclusiva,
agentes musicales ávidos de material inédito, e incluso por los
miembros de una misteriosa comuna agrícola que quieren implicarlo en el
comercio de una nueva y potente droga.
Crítica: La banda sonora de
los 60’s simbolizaba la rebeldía y el inconformismo de una generación que, a través de la música, expresaba su
rechazo con la guitarra eléctrica de Jimi Hendrix interpretando el himno
estadounidense en el festival de Woodstock. Durante tres días, medio millón de
personas se congregaron para corear junto a sus ídolos del rock las letras que
habían inspirado a la generación del peace
and love, convirtiéndose en un auténtico símbolo, el éxtasis musical de un
movimiento social y cultural. No obstante, y al igual que ocurrió con los
grandes iconos de los años 50, el rock se convirtió en víctima de sus propios
excesos durante los 70’s. La música se convirtió en una mercancía de las
grandes empresas discográficas, que masificaron el género y optaron por los
grandes despliegues visuales en los conciertos, destacando las impresionantes
producciones de The Rolling Stones o Pink Floyd. La esencia del rock estaba
corrompida, ya no pretendía trascender lejos de los escenarios, sino vender
discos, entradas y, en especial, merchandising.
Situarse en los primeros puestos de las listas de los más escuchados. O figurar
en las portadas de las principales revistas del género no por su música, sino
por los últimos escándalos relacionados con alcohol, drogas, mujeres, peleas
con los paparazzi, entre otros.
Por esta razón, Bucky Wunderlick decide exiliarse a la calle
Great Jones, porque su música se ha convertido en ruido vacío, carente de
significado tanto para él como para sus seguidores, quienes asisten a sus
conciertos exclusivamente por lo que representa como icono creado por la
discográfica Transparanoia. Durante este período, recibirá las constantes
visitas de un ecléctico grupo de personajes, quienes nos descubrirán todos los
sórdidos aspectos del rock de finales de los 60´s y principios de los 70’s,
cuando la guerra de Vietnam, el consumo de drogas, la promiscuidad o el
progresivo ascenso del capitalismo –y la subsiguiente pérdida de identidad del
individuo ante la masificación- inspiraban todavía letras con auténtico fondo,
bastante diferentes de los hits
actuales basados en melodías sencillas –o mejor dicho, simples hasta el
insulto-, estribillos de fácil memorización –incluso más que el abecedario o
las tablas de multiplicar-, y número de descargas en las plataformas de vídeos online.
Don DeLillo concede a su tercera
novela un ritmo único inspirándose en el rock psicodélico de aquella época, pero optando por la vertiente
estadounidense del género y no por los grupos de la invasión inglesa, como The Who, The Zombies, The Animals,
The Rolling Stones o The Beatles –y su clásico Pepper’s
Lonely Hearts Club Band. Al contrario de lo que
parece, esta elección del autor no es consecuencia de sus preferencia personales, sino que
centrándose exclusivamente en la música de su país, el autor consigue reforzar
la percepción de encontrarnos ante un contexto falta de inspiración, de
creatividad, de incentiva propia. Y es que la mayoría de artistas
estadounidenses se inspiraron en sus homólogos británicos, pero en público no
reconocían esta influencia, exhibiéndose como los auténticos precursores.
«La calle Great Jones» es
un recopilatorio compuesto por tres discos –o bloques narrativos- cuyos
capítulos se constituyen de diferentes formatos para crear una auténtica pieza
de coleccionista. Una edición deluxe limitada que incluye fragmentos de
entrevistas, letras de canciones originales- como las cintas de las montañas- y, en especial, la biografía sobre la
última etapa musical de una polémica estrella del rock ya olvidada, Bucky
Wunderlick.
Curiosamente, Don DeLillo no emplea los
escenarios clásicos, como los backstages, las suites
de hoteles, los estudios de grabación, las zonas vip de discotecas y restaurantes de lujo, la parte trasera de las
limusinas… Al igual que su protagonista, el autor nos aparta de los
estereotipos con las que se ha asociado al rock durante los últimos decenios-
principalmente a partir de los 80’s- devolviéndolo a las calles. En concreto, a
«La calle Great Jones» de Nueva York, donde nos convertimos en
espectadores de primera fila de un concierto acústico que rechaza las
apariencias para centrarse en la auténtica esencia de la historia.
Desde los primeros capítulos, el
escritor estadounidense nos obsequia con una serie de temas en los que
predominan los ritmos discordantes en la prosa, letras cargadas de reflexión y
denuncia social carentes de rima, pero repletas de un significado demoledor.
DeLillo exhibe un humor cínico, desesperanzador que aboga por emplear silencios
puntuales durante la narración que nos permita recrearnos en los últimos
acordes de sus palabras. Cada letra está dotada de una cadencia especial que
rompe los esquemas previos, convirtiendo su tercera novela en un referente para
la posterior generación del baby boom
– o la denominada literaria Generación X.
Es más, detalles
como el escritor aspirante a crear un nuevo género que revolucione el mercado
editorial como la pornografía infantil o el intercambio a escala mundial de
ropa interior para conseguir la paz entre naciones son propios de la sátira que
caracterizan las novelas de Chuck Palahniuk. O los episodios psicodélicos, el
proceso de autrodestrucción de sus personajes o la coexistencia de planos
narrativos- es decir, la presencia de un multiuniverso caótico- del estilo acid de Irvine Welsh.
Es posible que algunos lectores acusen a Don
DeLillo de una novela improvisada a consecuencia de la sucesión de pensamientos,
en apariencia inconexa, de Bucky Wunderlick. Paradójicamente, el autor pretende lo contrario, porque analiza
en el contexto en el que se escribió «La calle Great Jones» -y que, por
desgracia, se ha publicado en nuestro país con tres décadas de retraso- refleja
con gran fidelidad los acontecimientos que convirtieron los 70’s en una década convulsa.
De hecho, el capítulo de la fiesta en el piso de Opeth, la antigua amante de Wunderlick,
con las múltiples conversaciones desarrolladas de forma paralela dota de gran
naturalidad a la narración. Estos detalles nos demuestran que detrás de esta
incoherencia, en realidad, refleja un estilo sólido. Por ejemplo, la obsesión
de Azarian por crear música negra alude a los orígenes del rock que se
popularizó entre los WASP con Elvis
Presley, tal y como conseguiría Eminem con el rap posteriormente. O las letras de Bucky Wunderlick que evidencia su degradación, tanto como
artista y persona. Otro aspecto muy significativo es la crítica a los medios de
comunicación, la pérdida de intimidad o la manipulación de la información,
temáticas de actualidad que vuelven a situar a Don DeLillo como uno de los
autores contemporáneos más visionarios, tal y como demostraba en «Cosmópolis»
En la actualidad, «La calle
Great Jones» sería considerado un
producto indie orientado a las
minorías culturales más exigentes que rechazan el conformismo de las masas,
etiquetándolo de forma errónea como un producto, limitando la auténtica
trascendencia de una historia atemporal que no busca la provocación, sino
estimular los sentidos del lector y,
sobre todo, el pensamiento de forma individual. Y es que la tercera novela de
Lillo tiene múltiples interpretaciones, manteniendo inalterable la esencia de
la historia, pero sabiendo evolucionar acorde a los tiempos en los que es
disfrutada. Una novela sobre drogas, sexo y, por supuesto, rock and roll que,
no obstante, no necesita tocar una sola nota para crear una melodía única.
LO MEJOR: Absolutamente nada. Una pieza literaria única que capta
la esencia del auténtico rock de los 60’s y 70’s desde una perspectiva íntima
con objeto de denunciar la masificación cultural y otros aspectos sociales de
la época. Una novela con estilo propio, diferente que no pretende convertirse
en un best-seller, que huye de los arquetipos para convertirse en un referente
literario.
LO PEOR: Los lectores menos acostumbrados al estilo de DeLillo
argumentarán que es una novela inconexa por el estilo psicodélico de la
narración. Tres décadas de retraso en su publicación.
Sobre el autor: Don DeLillo Nació
y creció en Nueva York. Es autor de quince novelas y varias obras de teatro. Ha
ganado numerosos premios, como el National Book Award por Ruido de fondo (1985; Seix Barral, 2006), el International
Fiction Prize por Libra
(1988; Seix Barral, 2006), el PEN/Faulkner Award de Ficción por Mao II (1991; Seix Barral,
2008), la Medalla Howells por Submundo
(1997; Seix Barral, 2009) y el PEN/Saul Bellow Award y el Jerusalem Prize a
toda su carrera.