Es difícil concentrarse en tu trabajo cuando realizas autopsias en una habitación subterránea y con un sistema de ventilación cerrado para garantizar los resultados de los exhaustivos análisis críticos de mis pacientes literarios. Si en el exterior las temperaturas superan con facilidad a los 40º grados, imaginaos dentro de mi cubículo laboral con el asfixiante uniforme. Por esta razón, he decidido adelantar mis vacaciones estivales, que se prolongarán hasta finales de agosto. 

Durante este tiempo quiero aprovechar para centrarme en los entrenamientos de Crosffit con objeto de competir en un corto plazo de tiempo, así como retomar varias lecturas pendientes, pero sin otra intención que por el simple placer que me proporciona. Por otro lado, tampoco me vendría mal tomar un poco el sol. 

No os preocupéis, en septiembre volveré a coger el bisturí para retomar las disecciones con pulso más firme y la piel morena. Os deseo un verano de buenas lecturas.


Sinopsis: Distinguida con el Premio Pulitzer en 1940, Las uvas de la ira describe el drama de la emigración de los componentes de la familia Joad, que, obligados por el polvo y la sequía, se ven obligados a abandonar sus tierras, junto con otros miles de personas de Oklahoma y Texas, rumbo a la «tierra prometida» de California. Allí, sin embargo, las expectativas de este ejército de desposeídos no se verán cumplidas. 

Crítica: Florence Michel Owens Thompson –o Madre Migrante- se convirtió en la imagen de la Gran Depresión estadounidense que resumía las penurias de las familias obligadas a emigrar hacia el oeste del país tras la expropiación de sus tierras, siempre con la esperanza de encontrar un trabajo que les permitiese subsistir en un mundo que cambiaba muy deprisa, ignorando los valores tradicionales y la importancia de la familia. A pesar del tiempo transcurrido, aquella icónica fotografía realizada por Dorothea Lange -quien acabaría siendo conocida como la fotógrafa del pueblo por su trabajo para la Administración de Seguridad Agrícola-, sigue vigente ante el drama de la inmigración ilegal, especialmente después de las últimas tragedias como los naufragios frente a las costas de Lampedusa, demostrando que poco -o nada- ha cambiado desde aquel instante captado a través del objetivo de una cámara. 


Al igual que aquella colección de fotografías, «Las uvas de la ira» dota de nombre y rostro a las miles de historias anónimas víctimas del Dust Bowls, una persistente sequía prolongada durante seis años, que incrementó las consecuencias del crack del 29. 

La novela de John Steinbeck es un intenso drama histórico, además de una exaltada crítica contra la injusticia económica, política y social del país con la que pretendía restablecer la humanidad de quienes estuvieron obligados a abandonar sus hogares para iniciar un éxodo masivo hacia la esperanzadora promesa de una nueva oportunidad en los estados del oeste. 

Si bien el autor narra el arduo peregrinaje de la familia Joad, intercala capítulos en los que la ficción se complementa con la realidad para analizar las distintas consecuencias de la recesión: la progresiva industrialización de las actividades agrícolas, las nuevas condiciones en la explotación de los cultivos, los negocios emergentes asociados a los movimientos migratorios como la venta de coches de segunda mano o los restaurantes de carretera, los albergues del gobierno y un largo etcétera que convierten la novela en un exhaustivo ensayo de aquellos difíciles años. 

De igual modo, observa con preocupación la gradual corrupción de los valores sobre los que toda sociedad debería cimentarse, sacrificados a favor del progreso económico. En consecuencia, desaparece la solidaridad e impone el bienestar material; es decir, un contexto que exalta la propiedad y menosprecia a la persona, sembrando la desigualdad que, poco a poco, haría profundizar las raíces del odio y la violencia. 

Igual que los hambrientos y esperanzados peregrinos, John Steinbeck no proporciona alivio mientras se suceden los obstáculos en el camino con escenas plañideras por la desesperación que transmiten al lector. Los sentimientos se enaltecen ante la indiferencia, el egoísmo o el desprecio del resto, incapaces de empatizar con sus circunstancias personales al considerarlos una amenaza. No obstante, los auténticos responsables de esta situación fue, en realidad, la avaricia de los bancos y los grandes empresarios que se aprovecharon de la expropiación de tierras para comprarlas a precios irrisorios; del exceso de oferta de mano de obra convocada a través de falsos panfletos para reducir salarios y empeorar las condiciones de trabajo; o de promover el miedo entre los habitantes autóctonos para que rechazasen a los inmigrantes, olvidando que todos eran ciudadanos del mismo país a los que ahora se les negaba los mismos derechos y oportunidades para evitar la reducción de su beneficio. 

Con todo, «Las uvas de la ira» destaca por sus personajes, pues la familia Joad resume a la perfección las diferentes perspectivas ante la misma situación destacando a Mamá Joad, la columna vertebral del relato. La impotencia de Papá Joad la obliga a asumir el liderazgo a fin de evitar la disgregación de sus miembros ante los conflictos que surgen durante el viaje hacia California. Es más, durante la Gran Depresión, las mujeres se convirtieron en el pilar fundamental que sustentaba al resto en los momentos de incertidumbre y debilidad, perseverando ante la adversidad. 

De hecho, el personaje de Rose of Sharon Joad Rivers, la hija mayor del matrimonio Joad, se convierte en una mujer madura y generosa cuando imita el sacrificado espíritu de su progenitora al final de la novela, transmitiendo un mensaje de esperanza hacia el futuro con su altruista gesto que compensa el egoísmo de su anterior comportamiento. 

No obstante, en determinados miembros del clan como Noah Joad o los pequeños Ruthie y Winfield se hubiese agradecido un mayor desarrollo, pues prácticamente carecen de relevancia excepto en su presentación al lector, e incluso resulta contradictoria su intervención en algunas escenas de la novela. Por ejemplo, la aflicción de Mamá Joad cuando Al insiste en abandonar la familia para empezar su propio camino y, en cambio, acepta la fuga de Noah con tanta facilidad. 

A pesar de ello, «Las uvas de la ira» es una lectura imprescindible por la vigencia de su planteamiento, así como por la capacidad de John Steinbeck para combinar la ficción y la realidad en una novela conmovedora por la humanidad de su prosa que devuelve la dignidad de aquellos a los que todo les fue arrebatado. Una ferviente crítica del autor contra la injusticia y el capitalismo. Además de un relato esperanzador de la familia que permanece unida ante la adversidad, en la que Steinbeck realiza un personal homenaje a todas aquellas madres coraje que se sacrificaron por la felicidad de los suyos como hiciera Florence Michel Owens Thompson. Una novela contra el olvido y en el que la historia no la escriben los vencedores, sino aquellos que fueron considerados los vencidos. 

LO MEJOR: La prosa humanista de John Steinbeck. La intercalación de realidad y ficción en sus capítulos. El perfecto equilibrio entre la novela dramática y el ensayo político, económico y social. La capacidad del autor para conmover al lector, finalizando la novela con un mensaje esperanzador. El personaje de Mamá Joad. 

LO PEOR: Determinados personajes, especialmente de la familia Joad, hubiesen agradecido un mayor desarrollo tras su atractiva presentación al lector. El final resultar desconcertante si no comprendemos el significado asociado a la novela. Ser conscientes de que la historia escrita en sus páginas se repite en la actualidad a consecuencia de la crisis económica mundial. 

Sobre el autor: John Steinbeck (1902-1968) realizó diversos oficios (peón agrícola, empleado de laboratorio, albañil y vigilante nocturno) para costearse sus estudios en la Universidad de Stanford. Su obra constituye un gran fresco de los conflictos sociales y económicos de la vida rural del Sur de los Estados Unidos y una permanente búsqueda de valores en un mundo crecientemente deshumanizado. En 1962 fue galardonado con el Premio Nobel.
Sinopsis: Un enorme tiburón blanco se acerca a la costa de Amity; la presencia de una mujer que en esos momentos se está bañando capta a atención del escualo. Su sencilla captura le hace a éste suponer que allí dispondrá de suficiente alimento, por lo que opta por quedarse cerca de la costa. El jefe de policía Brody no está dispuesto a que más bañistas mueran en su distrito, por lo que decide cerrar las playas; pero el alcalde, debido a que el pueblo está al borde de la banca rota y siente el continuo asedio de la mafia, convencerá a Brody para que permanezcan las playas abiertas. Desesperado éste, busca un experto en tiburones -por el que sentirá una especial apatía- y un pescador especializado en la captura de tiburones para dar muerte al tiburón antes de que siga matando a sus vecinos. Mas lo que ninguno de los tres podía imaginar, es que el tiburón se aleja mucho del concepto que tenían formado de él, pues demuestra ser, no solo un fiero luchador, sino también ser poseedor de una sorprendente inteligencia. 

Crítica: Durante el verano de 1916, los habitantes de la costa de Jersey esperaban con impaciencia la llegada de los turistas a sus playas con la esperanza de conseguir su mejor temporada estival. Aquel año, una intensa –e inesperada- ola de calor junto con una epidemia de poliomielitis en los estados del noroeste parecían anticipar la llegada masiva de visitantes con la intención de disfrutar del buen clima, así como de los efectos terapéuticos de sus famosos balnearios. Sin embargo, las familias con hijos o los grupos de jóvenes no fueron los únicos visitantes que llegaron por aquellas fechas… A lo largo de doce días se produjeron numerosos ataques de tiburones en los que murieron cuatro personas, desatando el pánico por todo el país ante el inusitado comportamiento de estos escualos. Las autoridades optaron por cerrar las playas públicas, e incluso se instalaron redes de acero, mientras la prensa incentivaba la caza de los tiburones denominados por el público «come-hombres» - principalmente, tiburones blancos y toros- para acabar con la amenaza. 

Inspirándose en los acontecimientos de aquel sangriento verano, Peter Benchley escribió su primera novela, «Tiburón», que enseguida se convirtió en un éxito de ventas y posteriormente en un clásico del cine veraniego con su adaptación dirigida por Steven Spielberg. 

Al contrario que los sucesos reales, la novela de Benchley responsabiliza de los ataques a un único gran tiburón blanco asesino que atemoriza la ficticia población de Amity, dependiente del turismo veraniego para sobrevivir económicamente durante el largo invierno. Después de encontrar a la primera víctima, el jefe de policía Brody intenta cerrar las playas, pero se encuentra con la oposición tanto de las autoridades locales como de los propios vecinos a fin de proteger los ingresos del turismo. Conforme se suceden los ataques –cada vez más frecuentes y atroces-, Brody asume que la única solución es matar al tiburón para que las aguas regresen a su cauce natural. 

En este sentido, resulta interesante la descripción que realiza el autor sobre la antagónica relación de los habitantes de Amity conon los turistas. La dependencia de capital foráneo provoca el menosprecio de los turistas –conscientes de su posición privilegiada- hacia la población autóctona, quien deben exhibir un comportamiento prácticamente servil para garantizar sus intereses. Obviamente, Brody no es una excepción, pero es el único personaje de la novela cuyos actos no resultan egoístas, pues sus decisiones se fundamentan en valores quizás demasiados románticos en un mundo en el que predomina el materialismo. 

Si bien, Benchley acaba centrándose demasiado en este personaje hasta el punto de que gran parte de la novela narra las dificultades en su matrimonio y la posible infidelidad de su esposa. Conforme se suceden los capítulos en los que se incrementan esta obsesión por descubrir la auténtica relación entre Ellen y Matt Hooper -un ictiólogo que se traslada temporalmente para investigar al tiburón y, además, un antiguo conocido de su mujer-, el relato acaba resultando tedioso. 

De hecho, la escena del restaurante es vergonzosa por el comportamiento de los amantes, con un diálogo repleto de clichés propios de una telenovela de sobremesa que únicamente puede justificarse como una crisis de edad por parte de Ellen, convirtiéndolo en un personaje frívolo, egoísta y materialista. Es como si el autor hubiese intentado captar al público femenino a través de esta crisis existencial de sueños frustrados y el renacimiento de antiguas esperanzas a través de un breve y apasionado idilio, cuando realmente lo que le interesa al lector es el tiburón que aparece en la portada y del que rápidamente se olvida hasta prácticamente los últimos capítulos. 

En consecuencia, las escasas escenas en las que Benchley refiere los ataques del tiburón acaban resultando anecdóticas. Además, destcan por una prosa carente por completo de emoción, pues son meramente descriptivas y predominan los detalles científicos hasta convertirse en la monótona voz empleada para los documentales televisivos de National Geographic o el Discovery Channel. 

Únicamente la novela consigue salir de nuevo a la superficie con la aparición del cazatiburones Quint –inspirado en las proezas de Frank Munduz-, pero ocurre que la novela se encuentra demasiado avanzada, el interés del lector ha decaído y el autor reitera el enfrentamiento entre Hooper y Brody hasta la saciedad. Por consiguiente, la búsqueda y caza al tiburón se lleva a cabo en un número insuficiente de páginas, considerando todo el espacio dedicado a otras subtramas de menor atractivo cuando son los capítulos más interesantes ante el planteamiento de que los peces desarrollen un comportamiento inteligente, no exclusivamente basado en el instinto. 

Resumiendo, «Tiburón» es una novela de terror ecológico que, aunque estableció un precedente más cinematográfico que literario, se limita a una lectura de entretenimiento veraniega que se devora con rapidez en pocos bocados y en la que pocos detalles consiguen salvarse de naufragar en el conformismo de Benchley. 

LO MEJOR: La descripción de la antagónica relación de los habitantes de Amity con los turistas que incluye una crítica hacia la anteposición de los interés materiales al bienestar de las personas. El persona de Quint, quien consigue hacer reflotar brevemente la novela antes de que vuelva a hundirse con la subtrama de la infidelidad. La adaptación cinematográfica inspirada en la novela. 

LO PEOR: El resto podéis masticarlo y regurgitarlo después, porque es incomible. 

Sobre el autor: Peter Bradford Benchley (Nueva York, 8 de mayo de 1940 - id. 11 de febrero de 2006) fue un escritor estadounidense. Hijo del también escritor Nathaniel Benchley y nieto de Robert Benchley, un periodista, actor y escritor estadounidense que fundó la Algonquine Round Table. 

Tras cursar sus estudios en Harvard, Benchley trabajó sucesivamente en el Washington Post, la revista Newsweek en la que llegó a ser editor, la revista National Geographic e incluso la Casa Blanca, siendo su tarea en este último destino la de escribir discursos políticos para Lyndon B. Johnson. 

Su primer libro, Tiburón, fue publicado en 1974, convirtiéndose inmediatamente en un éxito de ventas. Benchley fue catapultado definitivamente al estrellato tras el rodaje de la versión fílmica de la novela, Tiburón, llevada a cabo por Steven Spielberg en 1975. El propio Benchley fue coguionista de la película junto con Carl Gottlieb. 

Desde entonces, Peter Benchley escribió doce obras más, tanto de ficción como de divulgación sobre su tema preferido, los océanos y, especialmente, los tiburones. También fue miembro de la asociación ecologista National Council of Enviromental Defense, colaborando en su programa para los océanos como conferenciante.
Sinopsis: Un hombre soltero, su descripción vívida, franca, enternecedora y empática de la vida de un homosexual pasados los cincuenta causó sensación. George está adaptándose a vivir solo tras la muerte repentina de su novio en un accidente de tráfico. Decidido a continuar con las rutinas de su vida diaria hace muecas a los niños del vecindario, da sus clases sobre Aldous Huxley, chismorrea, bebe demasiado, se perturba ante la vista de un joven jugador de tenis, y se ilusiona por una cita con uno de sus estudiantes. Este inglés afincado en el sur de California y profesor universitario es un forastero, y tanto sus reflexiones internas como su relación con los otros revelan a un hombre que, a pesar de las injusticias cotidianas y de la soledad, ama la vida. 

Crítica: La aprobación del matrimonio homosexual en todo el territorio estadounidense solo es equiparable al fin de la segregación racial en las escuelas de aquel país. Un cambio histórico considerando la represión de este colectivo social hace apenas medio siglo, cuando la persecución de los homosexuales se recrudeció entre 1950 y 1956 al ser considerados por el senador Joseph McCarthy -junto al Secretario del Estado John Puerifory- un elemento «subversivo». Es decir, ambos políticos consideraron a los homosexuales una estrategia conspirativa de los comunistas para desestabilizar al país durante la Guerra Fría, iniciando el «lavender scare». Las consecuencias de esta persecución incluyeron la infiltración de miembros del FBI en organizaciones LGTB, así como la vigilancia de sus miembros; despidos masivos de funcionarios homosexuales con la posterior pérdida de sus hogares y familias; e incluso el suicidio a consecuencia de la presión social. 

Precisamente, «Un hombre soltero» se ambienta durante la Crisis de los misiles en Cuba para narrarnos con un estilo sobrio, elegante e íntimo la rutina de George, quien se siente constantemente acosado por sus vecinos, compañeros de trabajo y alumnos por su orientación sexual. No obstante, el miedo que experimenta el protagonista es consecuencia de la incertidumbre ante la reciente pérdida de su pareja, debiendo afrontar la incertidumbre de un futuro en soledad. 

Si bien, conforme avanza el relato observamos que el terror de George, al igual que el resto de la población estadounidense, es infundado. En realidad, no existe una amenaza real, tangible y presente, sino un riesgo potencial fundamentado en los prejuicios de la experiencia que condiciona nuestras decisiones, limitando nuestra capacidad para actuar de forma diferente o tener un pensamiento propio. De ahí que el protagonista se escandalice con el sistema educativo universitario, equiparándolo con una cadena de montaje, pues todos los estudiantes concluyen sus estudios con la aspiración de obtener un trabajo fijo, comprarse una casa, casarse y tener hijos. No obstante, George es un hombre de rutina, de comportamiento automático en el que cuerpo y mente funcionan de forma independiente para garantizar su supervivencia como individuo en la sociedad. 

Por tanto, George tiene miedo a la propia vida tras el punto de inflexión que representa el fallecimiento de su compañero sentimental y, precisamente, ese rechazo al cambio hace que toda su existencia presente este basada en los recuerdos. Es decir, nos encontramos ante la paradoja de la filosofía establecida por el gatopardismo, «que todo cambie para que todo siga igual». De ahí que nuestro protagonista acepte siempre la invitación de Charlotte para cenar, aun sabiendo de antemano el transcurso de la conversación y el final de la velada con un nuevo intento frustrado de seducirlo. 

No obstante, aunque la novela de Christopher Isherwood pueda resultarnos cínica y pesimista por el planteamiento de su argumento, es un relato sincero y esperanzador. El escritor inglés describe con absoluta precisión todos los detalles de George durante veinticuatro horas, con objeto de que -tanto el lector como el protagonista- sean conscientes del valor de los sutiles detalles –como un sacapuntas amarillo-, de los pequeños placeres que enriquecen su existencia, en apariencia frívola y solitaria. 

«Un hombre soltero» destaca por la sutileza de su prosa, la ambigüedad de las escenas descritas requieren del lector una lectura suspendida para recrearse en todos los matices. Cabe destacar la escena en la que George se recrea en los cuerpos desnudos de dos estudiantes jugando al tenis, donde apreciamos la auténtica fascinación del protagonista por la belleza masculina o la envidia hacia la pureza juvenil. En realidad, no observamos una atracción física, sino la búsqueda de un ideal. George aspira a encontrar una persona con la que compartir sus esperanzas e inquietudes, un igual en lo espiritual que le permita avanzar, superar definitivamente el pasado, no con un sustituto, sino con un nuevo compañero. 

Es más, adviértase que al recrearse en la fantasía sexual con su alumno jamás asume el lugar del amante. Únicamente participa en su imaginación, siendo su única satisfacción la posibilidad de ayudarle a resolver su conflicto personal. 

Durante estos fragmentos de la novela, es notable la influencia de la filosofía oriental transmitida al joven Isherwood durante su estancia en Estados Unidos, explicando la alegría de gran parte de su obra – duramente reprochada por sus opositores-. No obstante, el escritor inglés vuelve a sorprender con un final inesperado que refleja la ironía del humor británico, así como las paradojas de la vida que hacen reflexionar al lector acerca del fatal desenlace, incitándolo a actuar, a perder el miedo y vivir. 

«Un hombre soltero» es una novela que, a pesar de su aparente simplicidad, representa una lectura enriquecedora para el lector por la sutileza de su prosa, repleta de escenas ambiguas con múltiples interpretaciones; la sobriedad de sus personajes, repletos de matices para reflexionar acerca de la soledad humana, el amor dependiente o la obsesión por al pasado ante la incertidumbre que representa el futuro en nuestras vida; la crítica inherente a los prejuicios sociales y el uso del miedo como recurso para manipular a las masas en distintos niveles; la ironía del humor británico, especialmente en el desenlace del relato… En definitiva, Christopher Isherwood nos ofrece un relato diferente de la homosexualidad que todavía continua siendo un referente por su sinceridad autobiográfica que bien podría resumirse, citando a Aldous Huxley –por quien sentía una gran admiración y menciona reiteradamente en la presente novela- «El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma».

LO MEJOR: El planteamiento de la novela en aquella convulsa época mediante un testimonio sincero e íntimo. La sutileza de la prosa para describirnos escenas repletas de dobles significados, especialmente en los diálogos. La presencia del clásico humor británico que ironiza acerca del miedo a consecuencia de la ignorancia. Los personajes sobrios, repletos de matices. El inesperado final. 

LO PEOR: Las referencias a Huxley son complicadas sin un conocimiento exhaustivo de su obra que trascienda de «Un mundo feliz». La infravaloración actual de la novela frente a la descripción arquetípica del colectivo homosexual en la ficción, tanto literaria como cinematográfica. 

Sobre el autor: Christopher William Bradshaw Isherwood nació el 26 de agosto de 1904 en Disley, Cheshire. Cursó estudios en la Universidad de Cambridge, donde conoce a W. H. Auden con el que en 1938, viajó a China. 

Sus primeras novelas, Todos los conspiradores (1928) y El monumento (1932), muestran influencias de E. M. Forster y Virginia Woolf. 

Fue profesor en Berlín (1928-1933) lo que le proporcionó material para Adiós a Berlín (1939), que en 1946 se reeditó con el título de Los relatos de Berlín. En estos cuentos, advertía sobre el creciente poder del nazismo, fueron adaptados por John van Druten en la obra de teatro Soy una cámara (1951) y para una película (1955), así como para la obra de teatro Cabaret (1966) y una película musical (1972) del mismo título. 

Junto a Auden, Isherwood escribió tres obras de teatro: El perro bajo la piel (1935), El despegue del F6 (1936) y En la frontera (1938). Su novela Leones y sombras, en la que entre otros aparecen sus amigos Auden y Spender con nombres ficticios, se publicó en 1938, y Kathleen y Frank, la biografía de sus padres, en 1972. 

En 1939 se radica en Estados Unidos. Aparecen, Prater Violet (1945), Una visita (1962) y Encuentro junto al río (1967) Los principios del Vedanta (1969) y Christopher y los suyos (1976) donde reveló su homosexualidad y la importancia primordial que tuvo en su obra. 

Christopher Isherwood falleció Santa Mónica, Estados Unidos, el 4 de enero de 1986.