Publicada en OcioZero
Año 2049. La
industria alimentaria mundial está gestionada por los chinos, que han acaparado
los mercados y dirigen establecimientos dedicados en exclusiva a la hostelería
y al ocio. Media humanidad se alimenta de productos que se extraen de la soja,
el maná del siglo XXI. Euskadi es el último reducto donde se conserva intacta
la tradición gastronómica, casi una religión, y da cobijo a quienes quieren
luchar contra la gran invasión china y sus productos. Carlos Zabala es un joven
sin más talento que haber nacido en una familia propietaria de un famoso
restaurante que atrae a su clientela gracias a su tarta de queso, receta
secreta de la abuela. Un desgraciado día Carlos se ve inmerso en una misión que
cambiará su vida para siempre: sonsacar a la anciana mujer repostera la receta
del exitoso postre para preservar así el futuro de la familia Zabala. ¿Será
capaz de conseguir tan ansiado secreto?
Reseña: «El alimento
representa nuestro sentir. El cocinero es el mago, en el encargado de traducir
el lenguaje de la tierra y sus productos en emociones (…) Nunca debemos olvidar
el ingrediente invisible, el único que no se puede comercializar, el único que
no caducará jamás y que es capaz de conseguir el milagro de la alquimia: que un
plato se convierta en un te quiero»
A pesar de que el título y la
sinopsis de la contraportada puedan sugerirnos que «El vasco que no comía demasiado» es una oda a la gastronomía
tradicional frente al creciente consumo de platos precocinados o la exaltación
a la cocina molecular promovida por chefs como Ferran Adriá, la novela de Óscar
Terol tiene como principal ingrediente el amor expresado a través de la comida.
Es frecuente escuchar que «un hombre se le conquista por el estómago».
Sin embargo, cabe preguntarse ¿ocurre lo mismo con el lector? En nuestro menú
literario disponemos de platos donde escoger según nuestras preferencias a
través de historias que siempre dejan buen sabor de boca, aunque no hayamos
probado bocado: «Como agua para chocolate»
(Laura Esquivel), «El festín de Babette»
(Isak Dinesen), «Un dulce par de senos»
(Guiseppina Torreogrossa) o «La señora de
las especias» (Chitra Banerdee Divakarduni).
Al igual que las novelas
anteriormente citadas, Óscar Terol demuestra la conexión entre la cocina y los
sentimientos. Si bien, «El vasco que no
comía demasiado» introduce una serie de ingredientes que acaban convirtiéndolo
en un libro de difícil digestión.
El autor vasco no puede evitar
exaltar sus orígenes, especiando de manera innecesaria la historia con pizcas en
las que demuestra su intolerancia por otras formas de gastronomía, como la
italiana, su rechazo a la monarquía española o su pasión por los colores de su
equipo de fútbol. Es posible que algunos lo justifiquen argumentando el uso de
la ironía en estos comentarios, pues durante toda la novela el autor exhibe un
humor tan grueso como la mayoría de sus personajes, sobre todo masculinos. Sin
embargo, conforme avanzamos en la lectura, nos percatamos de que estos
comentarios son realmente los únicos que no ocultan el auténtico sabor de sus
ingredientes, sino que representan la manifestación de un auténtico espíritu
patrio que jamás tiende a ocultar bajo la prosa, tal y como ocurre con otros
fragmentos más fáciles de degustar.
Además, sus personajes carecen de
la consistencia y textura adecuadas para ser disfrutados, siendo Carlos Zabala
el mejor ejemplo. El protagonista oscila
siguiente el movimiento de sus generosas carnes entre el egoísmo infantil,
la ingenuidad virginal y la gula carnal. A lo largo de sus capítulos, el
personaje actúa siguiendo sus propios intereses la mayoría de las ocasiones,
excepto en una escena que demuestra el rechazo a la familia real anteriormente
resaltado, y aunque la novela versa sobre el amor y su presencia en nuestra
vida diaria a través de pequeños gestos, como la elaboración de nuestro postre
favorito, Carlos tiende más al encaprichamiento. Óscar Terol tiene una buena
materia prima, pero en lugar de aprovecharla para describirnos el proceso de
maduración del joven Zabala lejos del hogar familiar y su familia, opta por el
modo de preparación más fácil. Es decir, el protagonista siempre encuentra más facilidades
que obstáculos y, aunque tienden a presentársele durante su particular misión,
consigue solventarlos sin apenas esfuerzo.
Por otro lado, Óscar Terol
utiliza los estereotipos con los que se asocia a su gente, convirtiendo a la
familia Zabala es un catálogo de excentricidad innecesaria. Es cierto los
progenitores, Carlos padre y Olga, protagonizan algunas de las escenas más
desternillante de la novela, pero acaban por empalagar como un merengue demasiado
dulce y presentan las mismas incongruencias que su hijo, demostrando que de tal
palo, tal astilla. Precisamente, el resto de personajes que intervienen son meros estereotipos, como Ramón más
femenino que algunas mujeres de la historia, o directamente carecen de
personalidad, como Clara, limitada a la novicia fea del grupo de aspirantes a
monjas.
Después de un primer y segundo
platos tan decepcionantes tanto en su preparación como en su presentación en la
mesa, el postre termina de ponerle la guinda. «El vasco que no comía demasiado» tiende a desviarse de la principal
desde el inicio, introduciendo de forma constante diversas subtramas que solo
consiguen sobrecargar el plato hasta que desborda por los lados, obligando al
camarero a servírnoslo con la mayor rapidez y presteza posible. De hecho, durante
toda la lectura el ritmo resulta demasiado acelerado para la gran cantidad de
ingredientes que va introduciendo. En los primeros capítulos, Óscar Terol nos
presenta un contexto gastronómico en el que la soja es el principal (y único)
ingrediente, una hipérbole que evidencia el progresivo empobrecimiento de
nuestra cocina y la necesidad de recuperar los sabores del pasado, así como la
costumbre de comer en familia. Sin embargo, una vez que Carlos Zalabra se
embarca por completo en su misión, comienzan a surgir nuevas temáticas que no el
autor termina de encauzar correctamente.
Por subsiguiente, «El vasco que no comía demasiado» debe
digerirse con una buena dosis de bicarbonato, porque Óscar Terol introduce
demasiados ingredientes para una receta que, en realidad, era bastante sencilla
y que solo hubiese necesitado seguir los pasos especificados para dejar una
agradable sensación a través del sentido de la vista y, por supuesto, del
gusto.
LO MEJOR: Algunas escenas son verdaderamente delirantes y resulta imposible dejar
de reír mientras los lees. Los progenitores del protagonista, especialmente
Olga. La defensa a la gastronomía tradicional. La conexión existente entre la
cocina y los sentimientos que el autor sabe resaltar en las últimas páginas.
LO PEOR: El comportamiento oscilante de los
personajes, sobre todo de Carlos Zalabra. La excentricidad de la familia del
protagonista. El uso constante de estereotipos. El exaltado patriotismo del
autor. La novela no presenta un desarrollo coherente al introducir demasiadas
temáticas que se resuelven con gran rapidez y sin apenas dificultad para el
protagonista.
Sobre el autor: Óscar
Terol Goicoechea (San Sebastián, 1969). Guionista,
ensayista, articulista y, escudado detrás de este nuevo libro, novelista. La
totalidad de su obra se puede definir como un análisis de la realidad
circundante en clave de humor: la suya, la vasca, que está siempre presente en
sus creaciones. ¿Obsesionado con el tema? Quizá. De su corpus narrativo
destacan Todos
nacemos vascos, Ponga un vasco en su vida y Técnicas de la mujer vasca para la doma y monta
de maridos; todos ellos
publicados en Aguilar. ¿Obsesionados con él? Quizá.