Sinopsis: La Capital, una ciudad emponzoñada por los miasmas de
la corrupción, es azotada por una ola de desapariciones.
Toledano y Castro tienen mucho que
ver con ello, tanto que necesitan escapar. Fueron seres sin barreras morales,
tan libres como esclavos, adictos a la peor de las sustancias: la adrenalina
que se segrega al provocar el sufrimiento extremo a otro ser humano. Hastiados
de la tortura y la muerte, trazan un endeble plan para poner a la policía tras
la pista de su oscura comunidad, aquella que los aceptó y les dio cobijo…
aquella que no tolera la traición. Acosados por su propia naturaleza, por su
antiguo mentor y por las fuerzas de seguridad, los dos asesinos tratarán de
huir de su antigua vida en una cruenta carrera en pos de la libertad.
Reseña: A pesar de que no todo
es negro o blanco, porque entre ambos extremos nos encontramos con una amplia
gama de grises que nos permiten mantener una posición de relativa neutralidad,
algunas decisiones pueden inclinar nuestra balanza moral a favor de uno u otro;
es decir, entre luz y oscuridad, entre bien y mal, entre ser víctima o
convertirse en verdugo… «Almas grises»
ilustra la disyuntiva a la que debemos enfrentarnos a través de una historia en
la que destacan sus personajes, a los que no podemos catalogar como héroes ni
tampoco como villanos; porque son los dos y, al mismo tiempo, ninguno. Juan
Luis Marín no pretende justificar su comportamiento amparándose en las
respectivas circunstancias personales, sino centrase en las consecuencias que
conlleva cruzar esta frágil línea, sin posibilidad de retorno.
La novela acomete contra la desconcertante tolerancia que
demuestra la social actual hacia la violencia y reflexiona sobre esta situación
utilizándolos como peones de una compleja partida de ajedrez, donde la
supervivencia de cada jugador dependerá exclusivamente de ellos, porque «puede
que todos sean culpable, pero el gatillo solo puede apretarlo una persona».
Por esta razón, el autor utiliza una prosa de estilo minimalista que
limita sus descripciones a lo estrictamente necesario para comprender la escena
ante la que nos encontramos, pero sin profundizar en detalles superfluos que nos
distraigan del auténtico mensaje. Obsérvese que La Capital tiende a recrearse con una atmósfera onírica, porque sus
pilares están constituidos de mentiras que permiten prolongar la falsa ilusión
de estabilidad, manteniendo adormecidos a sus habitantes a través de la
manipulación de los medios de comunicación. En ese sentido, resulta imposible
no acordarse de la célebre frase de Joseph Goebbels -ministro de propaganda de
la Alemania nacionalsocialista y figura clave en el régimen de Adolf Hitler-, «Una mentira mil veces repetida… se
transforma en verdad». O en palabras del propio Juan Luis Marín:
« ¿En qué se puede creer? ¿En
qué se puede confiar? ¿Qué se puede esperar de un mundo en el que los
auténticos héroes mueren y los asesinos están en libertad? ¿Merece la pena
continuar luchando aunque nuestro esfuerzo no obtenga ninguna recompensa?»
Adviértase que el escenario final
es una iglesia, vacía tanto de feligreses como de fe. Nada es una elección
realizada al azar, todo posee un significado relacionado con esa búsqueda de la
verdad para acabar comprendiendo que, en realidad, nadie quiere conocerla.
«Creer en la información es
como creer en Dios. Una cuestión de fe. Porque todos dicen tenerla de su lado»
De este modo, Juan Luis Marín convierte
a toda la ciudad en una prolongación de la conspiración, haciéndonos partícipes
del engaño a través de la indiferencia que demostramos ante determinadas
circunstancias. En este sentido, resulta muy curioso el uso que realiza el
autor de la tipografía, empleando mayúsculas en palabras concretas que
aleccionan sobre esta manipulación («La
radio INFORMA (…) Y el público CREE»).
Es más, las diferentes subtramas
que componen la novela nos sirven para comprobar su alcance a diferentes niveles.
Un conjunto bien estructurado de historias, aparentemente inconexas entre sí
hasta los últimos capítulos, demostrando que «Almas grises» no se limita a narrarnos el clásico thriller psicológico. Al contrario, Juan
Luis Marín nos obliga a abandonar las sombras que ciegan nuestra conciencia
para enfrentarnos a la evidencia. De ahí radica la importancia de Carlos y su falsa
heroicidad, quien personifica la violencia en nuestras vidas diarias, por ejemplo,
en los videojuegos o en la falta de valores entre la juventud que conlleva,
entre otros aspectos, la pérdida de respeto hacia los progenitores
convirtiéndonos en el pequeño dictador de nuestro hogar.
Una adicción por el dolor ajeno que
nos convierte en vulgares drogadictos de una sustancia cada vez más difícil de
conseguir y que requiere abandonar cualquier rastro de nuestra antigua humanidad
para garantizar el éxtasis que nos proporciona sentirnos como dioses. Al fin y
al cabo:
«Matar es fácil, matar no
tiene mérito, matar no proporciona placer, sobre todo si la víctima hace tiempo
que se sabe que está muerta. El verdadero mérito consistía en mantenerlos con
vida el mayor tiempo posible, hacer de cada un banquete, de cada grito un
concierto, de cada herida una fuente de inspiración para la siguiente, de cada
mirada un soplo de aire fresco, de cada palabra arrancada un hermoso monólogo,
de cada vejación un festiva. De cada víctima una obra de arte. Y alimentarse de
ella hasta exprimirla… Para crear una nueva»
No obstante, resulta
significativo que la violencia no nos sea mostrada de forma directa, salvo
determinadas escenas. La mayoría de las veces, el autor nos describe el
después: las paredes de la habitación convertidas en el lienzo de un despliegue
sangriento de creatividad, o el cuerpo de la víctima en el que cada herida es
un sádico capítulo de torturas inimaginables. La pretensión de Juan Luis Marín
es demostrarnos la inmunidad que hemos desarrollado ante cualquier expresión de
la misma, con la posibilidad de vernos convertidos algún día en otro Toledano u
otro Castro.
Con todo, «Almas grises» posee un componente ficticio en su trama que resta credibilidad
a la historia, básicamente porque lo introduce cuando la historia se encuentra
a punto de concluir y el giro narrativo resulta demasiado brusco para el
lector, que termina desconcertado ante
la nueva dimensión que adquieren los acontecimientos con semejantes
revelaciones acera de la verdadera naturaleza de la oscura comunidad, así como
de los miembros que la conforman.
A pesar de ello, es una novela
que no dejará indiferente al lector, pero no por la brutalidad de las imágenes
que nos describen, sino por recordarnos la realidad en la que vivimos. Una
advertencia sobre las consecuencias de nuestra indolencia hacia el uso indiscriminado
de la violencia o la manipulación de la información que nos permite tenernos
doblegados ante las mentiras de quienes nos gobiernan.
Un relato que pretende aportar
luz, allí donde solo capaces de percibir sombras que nos ciegan, porque el
filósofo griego Platón lo dijo: «Podemos perdonar fácilmente a un niño que
teme a la oscuridad, la verdadera tragedia es cuando los hombres temen la luz.»
LO MEJOR: La crítica social contra la tolerancia que demuestra la
sociedad hacia la violencia y la manipulación de la información, consiguiendo
implicar al lector en ambas temáticas al mostrarlo como una ciudadano más de La capital y, en consecuencia,
responsable de la situación que se le describe. La prosa minimalista y el
estilo audiovisual de la narración, similar al utilizado en los guiones
cinematográficos. La elección de los escenarios, sobre todo la iglesia.
LO PEOR: La promoción de la novela puede inducir a confusión al
lector, porque se centra en destacar exclusivamente los fragmentos más
violentos. El giro narrativo final que nos revela la auténtica naturaleza de los
miembros de Toledano y Castro.
Sobre el autor: Juan Luis Marín nació en Madrid en 1975, este licenciado en
Periodismo que se especializó en guiones audiovisuales combina su oficio de
escritor con el de creativo en una importante productora de televisión.
Ha participado en programas tales
como Supervivientes, Gran Hermano, Supermodelo y Mujeres, hombres y
viceversa en calidad de director, subdirector o guionista. También ha
dirigido y presentado En Cinemascope con Blus y Glus, en Expansión
Financiera TV; fue director y locutor del espacio «El cine» del magacín Fin
de semana en España de Radio España y redactor para diversas revistas, como
AB Diario de Bolsillo de Madrid, Travelling, 40 Magazine y Doble
Cero.
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