Lecturas obligatorias (PI)

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La imposición de la imaginación 

«En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor (…)» 


A pesar de que este año se conmemoraba el cuatrocientos aniversario de la publicación de «Don Quijote de la Mancha», escrita por Miguel Cervantes Saavedra, resulta sorprendente – e incluso vergonzoso- evidenciar la escasa repercusión de semejante acontecimiento cultural, en especial cuando establecemos una comparación con el homenaje realizado por los británicos hacia su máxima figura literaria, William Shakespeare. Los actos para rememorar la herencia intelectual de nuestro escritor más internacional se caracterizaron por un paupérrimo catálogo de actividades centradas principalmente en la búsqueda de los –supuestos- restos óseos del genio manchego en la iglesia de las Trinitarias. 

Es más, los resultados del último barómetro del CIS demuestran que solo un 45,4% de los españoles encuestados tenían conocimiento sobre este significativo acontecimiento frente al 54,3% que lo ignoraba. Asimismo, otros resultados del estudio exponen el escaso interés hacia las aventuras del ingenioso hidalgo. Por ejemplo, un 51,3% lo consideran una lectura difícil, siendo las principales causas de esta percepción «el leguaje en el que está escrito» (66,2%), «es muy largo» (36,8%), «se refiere a una época muy antigua» (16,4%) o «por el tema, so cuestiones que ya no interesan» (5,9%). 

Paradójicamente, la mayoría de aquellos adultos obligados a leerlo «por motivos de estudio (en el colegio/instituto/facultad)» (54,1%) consideran que su lectura no debería ser obligatoria en ningún caso para todos los estudiantes entre los 15 y los 18 años (37,5 %) frente a quienes afirman que debería mantenerse dentro del programa lectivo (35,4%) junto a otros clásicos de nuestra literatura como «Cantar de mio Cid» (Anónimo), «La Celestina» (Fernando de Rojas), «Don Juan Tenorio» (José Zorrilla), «San Manuel Buena, mártir» (Miguel de Unamuno), «El árbol de la ciencia» (Pío Baroja) o «Luces de bohemia» (Ramón María del Valle-Inclán). 

Si bien el sistema educativo español se caracteriza por los reiterados cambios en cada legislatura dependiendo del partido político en el ejecutivo, convirtiéndolo en un mero instrumento para ensalzar una determinada ideología en el que la mayor preocupación radica en la inclusión o no de la asignatura de religión dentro del sistema evaluativo o las siglas de la nueva ley educativa –desde la LGE hasta la LOMCE-, resulta interesante observar como la lista lecturas obligatorias incluidas en la asignatura Lengua y literatura española han permanecido prácticamente inalterables. 

Es cierto que nuestros jóvenes deberían conocer las novelas más importantes escritas en castellano, pero su imposición acaba generando el efecto contrario. Resulta sorprendente comprobar que todavía obligen a adolescentes a leer novelas como «La Regenta» (Leopoldo Alas Clarín) sin preocuparse por realizar una previa –y aunque sea breve- introducción al contexto histórico de la obra que les permita disponer de la base académica necesaria para comprenderla y aprender a valorarla de forma objetiva. No obstante, los criterios de selección de estas lecturas obligatorias permanecen tan inamovibles como los molinos de viento en aquella célebre escena de «El Quijote». 



Este desmesurado patriotismo, solo comparable al que exhibimos en los mundiales de fútbol, hacia la ficción «made in Spain» acaba destruyendo a los futuros lectores. Con frecuencia, los académicos pecan de un exceso de erudición, menospreciando la literatura «juvenil» que incluye, entre otros títulos, «La historia interminable» y «Momo» de Michael Ende; los cuentos de Roald Dahl como «Charlie y la fábrica chocolate», «Matilda», «James y el melocotón gigante» o «El gigante bonachón»; la extensa biblografía de Julio Verne con clásicos atemporales como «Viaje al centro de la tierra» o «La vuelta al mundo en 80 días»; y autores tan célebres como Charles Dickens («Oliver Twist»), Robert Louis Stevenson («La isla del tesoro»), Rudyard Kipling («El libro de la selva»), George Orwell («1984»), Bram Stoker («Drácula») y un largo etcétera. Por supuesto, en esta lista también debemos incluir éxitos tan recientes como la trilogía de «Los juegos del hambre» (Suzanne Collins), la mágica saga de «Harry Potter» (J. K. Rowling), «Las ventajas de ser un marginado» (Stephen Chbosky), «Bajo la misma estrella» (John Green) o «La ladrona de libros» (Markus Suzak). Sin embargo, la mayoría son despreciados en base a los prejuicios sin considerar que la adquisición de los hábitos de lecturas es un proceso evolutivo que tiene su punto de inflexión entre los 14 y los 19 años, precisamente cuando se impone como una obligación. 


Es importante destacar que la adolescencia es una etapa que se caracteriza por la exaltación de la individualidad, la búsqueda de la identidad y cualquier imposición por parte de los adultos es rechazada. La negativa de permitir a los jóvenes escoger sus lecturas preferidas, considerándolas despectivamente «inferiores» a los clásicos de la literatura española demuestra una preocupante falta de tolerancia y la permanencia de un estigma cultural que acaba traduciéndose, por desgracia, en los pésimos resultados del informe PISA. 

Sin embargo, las iniciativas para acabar con esta desmotivación acaban siendo rechazadas por ese limitado grupo de expertos en letras que no tienen en consideración al conjunto de lectores; por ejemplo la adaptación al castellano moderno de Quijote de Andrés Trapiello, que implicó catorce años de trabajo para su autor, se definió como un síntoma de «pereza intelectual». En este sentido, ¿qué diferencia existe entre los académicos con los bomberos encargados de quemar los libros en la distopía de Ray Bradbury «Fahrenheit 451»? Ambas, la real y la ficción (?), son dos formas de censurar la libertad de expresión del individuo y que acaban traduciéndose en la destrucción irreparable de conocimiento para las futuras generaciones. 



Si realmente quieren evitar que el próximo libro se convierta en el punto final de esta historia amor/odio adolescente, deberían replantearse la lectura desde la perspectiva del placer, no como una causa reiterada de insatisfacción para el potencial lector adulto, pues ya bastante difícil es sobrevivir al instituto.

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