Crítica de The Monuments Men (Robert M. Edsel)

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Sinopsis: La segunda guerra mundial no sólo se cobró vidas humanas: el patrimonio artístico europeo fue también víctima de la barbarie nazi, que ejerció de forma sistemática el pillaje y el saqueo de obras de arte de todo tipo, incluidos cuadros de Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Van Dyck y Vermeer, robados para Hitler y otros dirigentes del nacionalsocialismo. En total, más de cinco millones de objetos fueron confiscados y trasladados a los territorios del Tercer Reich durante los primeros años de la guerra.

Para evitar la desaparición y el deterioro de ese enorme legado cultural, cuando la guerra encaraba su fase decisiva los aliados crearon la sección de Monumentos, Bellas Artes y Archivos, en la que hasta 1951 trabajaron algo más de trescientas personas de trece países distintos. En su mayoría no eran militares, sino directores de museos, conservadores, historiadores y profesores de arte que utilizaron sus conocimientos para recuperar, catalogar y devolver a su legítimo lugar cuadros, esculturas y retablos, y para proteger abadías, iglesias y otros edificios históricos de los estragos de la guerra.

Los miembros de la sección de Monumentos, conocidos como 
Monuments Men, encararon en aquellos años cruciales una carrera contrarreloj para salvar tesoros culturales de la destrucción, ejerciendo a menudo una labor detectivesca a través de documentos recuperados en catedrales bombardeadas y museos, y gracias a pistas conseguidas con la ayuda de la población local. Se convirtieron de este modo en héroes improbables sumergidos en el epicentro de la peor guerra del siglo XX, que arriesgaron sus vidas y en algunas ocasiones la perdieron, y que, como tantos otros que vivieron aquella época, personificaron el coraje que permitió que la mejor humanidad derrotara a la peor.

Crítica: Entre las ruinas de un futuro destruido por los bombardeos y tanques del enemigo, yace también sepultado el pasado de un pueblo ahora sin identidad. Los conflictos bélicos  no solo implican la pérdida de vidas humanas irremplazables, asimismo el patrimonio cultural e histórico se convierte en otra víctima de estos enfrentamientos armados. Sin embargo, la pérdida de estos monumentos no posee la misma trascendencia que la matanza de civiles en las zonas en guerra, especialmente cuando los muertos son mujeres y, en especial, niños. Con todo, caminando entre los restos carbonizados del zoco medieval de Alepo (Siria); los restos derruidos de las escasas mezquitas palestinas que habían conseguido resistir los ataques del ejército israelí; o las vitrinas vacías en los principales museos de El Cairo (Egipto) tras los saqueos de la primavera árabe, cabe preguntarnos si el precio que estamos pagando por la «libertad» no es demasiado alto.

Conscientes de la importancia de conservar este pasado para las futuras generaciones, se constituyó «The Monuments Men» -o también conocidos como los soldados del arte-.  Durante la Segunda Guerra Mundial, trescientos hombres y mujeres –la mayoría académicos sin formación militar ni recursos materiales y humanos para desarrollar su misión- arriesgaron su vida para preservar, e incluso recuperar el patrimonio artístico europeo ante el codicioso avance de las tropas alemanas.

Si recordamos, Hitler era un artista y arquitecto frustrado tras el rechazo de su solicitud para ingresar en la Academia de Bellas Artes de Viena. En su opinión, el comité de experto estaba constituidos por judíos que, con su negativa, lo condenaron a la miseria más absoluta durante una década. Posteriormente, y durante el ascenso del Tercer Reich, realizó una visita a Italia invitado por su aliado fascista Benito Mussolini. Las ciudades de Roma y Florencia consolidaron su idea de crear un imperio, sino también su propio destino pues «no había sido llamado a crear, sino a reconstruir. A expurgar para después recomponer. A convertir Alemania en un imperio, el mayor que el mundo hubiera visto. El más fuerte, el más disciplinado, el de más pura raza. Berlín sería su Roma, pero un verdadero artista-emperador necesitaba una Florencia. Y él sabía donde construirla». En la ciudad de Linz, Austria, donde se erigiría el Führermuseum, el mayor, imponente y espectacular museo de arte del mundo. Sin embargo, las instalaciones diseñadas por Albert Speer requerían una formidable colección artística que no disponían. De ahí las confiscaciones y saqueos no solo a la población judía, sino también a los países invadidos por su ejército a fin de cumplir los sueños imperialistas de su Führer.

Robert M. Edsel permite conocer el trabajo desarrollado por «The Monuments Men», poniendo en conocimiento del lector uno de los episodios más desconocidos –e infravalorados- de la Segunda Guerra Mundial a través de documentos oficiales, cartas personales y testimonios de los hombres que constituyeron aquel primer grupo de hombres dispuestos a sacrificar sus vidas presentes por un futuro donde el pasado tuviera un lugar más allá del recuerdo destruido. A pesar de ello, nos encontramos ante una reconstrucción parcial de los acontecimientos narrados, pues el propio autor reconoce en su prólogo que el libro se centra exclusivamente en los grupos estadounidenses y británicos, mencionado muy brevemente, por ejemplo, la división italiana que sufrió penurias mayores a la de sus homólogos ante la inmensidad del patrimonio a proteger y la absoluta falta de apoyo de sus autoridades.

Precisamente, la falta de objetividad del autor, que tiende a glorificar no solo las acciones, sino también a determinados miembros acaba por conseguir el efecto contrario, la animadversión hacia estos soldados de arte. Y es que resulta incoherente dedicar tanto espacio a la biografía personal y profesional de todos y cada uno de ellos cuando después la mayoría apenas tiene verdadero protagonismo, como el Mayor Ronald Edmund Balfour o los soldados Harry Ettlinger y Lilcoln Kirstein.  En realidad, Robert M. Edsel tiende a centrarse en el capitán Walker Hancock y el teniente George Stout, un menosprecio a la labor desarrollada por los demás integrantes de «The Monuments Men».

Además, el autor realiza constantemente juicios de valor, estableciendo claramente una división prejuiciosa entre los «buenos» –estadounidenses, ingleses, y en menor medida franceses- y los «malos»- alemanes, y posteriormente los rusos comunistas-. Es cierto que las tropas hitlerianas cometieron crímenes abominables durante el conflicto, pero describir a los ejércitos que lucharon contra ellas –y todos sus soldados- como hombres  de coraje, honor y respeto resulta hipócrita.  Durante la reconquista de Francia, miles de mujeres fueron violadas por los soldados estadounidenses, a quienes les vendieron el país galo como un auténtico burdel de mujeres fáciles deseosas de caer en los brazos –y satisfacer- a las tropas liberadoras. Es más, recordemos que Anthony Burguess escribió su novela más famosa, «La naranja mecánica», después de que su mujer embarazada fuese agredida sexualmente por un contingente estadounidense que asaltó la casa del escritor inglés.

Si leemos el libro con detenimiento, Robert M. Edsel solo menciona dos episodios: la destrucción de una colección privada abandonada por un general nazi y la violación a una joven alemana. En el resto de la novela resulta imposible encontrar cualquier referencia a un comportamiento incivilizado a fin de no perjudicar su imagen.  Nuevamente, el patriotismo del autor se antepone a la veracidad de los acontecimientos, convirtiendo «The Monuments Men» en material meramente propagandístico con el que enarbolar la bandera de barras y estrellas fuera de sus fronteras, tal y como sucedió hace pocos años con la invasión de Afganistán o Irak. 

En definitiva, «The Monuments Men» es la visión parcial y subjetiva de su autor sobre uno de los episodios más desconocidos- aunque relevantes- de la Segunda Guerra Mundial que, con objeto propagandístico, no nos hubiese extrañado leer en algún párrafo Sadam Hussein u Osama Ben Ladem en vez de Adolf Hitler, o las ciudades de Kabul o Bagdad sustituyendo a las ciudades de Linz e incluso la propia Berlín. Los prejuicios de Robert M. Edsel  y el excesivo patriotismo de la prosa convierten su novela convertida en ruinas literarias irrecuperables incluso para los propios soldados del arte.

LO MEJOR: La oportunidad de conocer uno de los episodios más desconocidos –e infravalorados- de la Segunda Guerra Mundial.

LO PEOR: La visión parcial de la historia, basándose en prejuicios y el excesivo patriotismo de su autor. La hipocresía de no mencionar los crímenes cometidos por las tropas estadounidenses.


Sobre el autor: Robert M. Edsel (1956), empresario petrolífero de éxito, decidió un día dedicar su vida a la divulgación del legado de los hombres de la sección de Monumentos. Es el fundador de la Monuments Men Foundation for the Preservation of Art, que recibió en 2007 la medalla nacional de Humanidades de Estados Unidos, y coproductor de The Rape of Europa, un documental, ganador de varios premios, sobre el expolio nazi. Es también autor de Rescuing Da Vinci, un repaso a lo ocurrido a través de fotografías de la época. La versión cinematográfica de The Monuments Men, que dirige y protagoniza el oscarizado George Clooney, se espera se estrenó en 2013.

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