
¿Cómo saber quiénes somos? ¿Qué
nos define como personas individuales y únicas? ¿Podríamos intercambiarnos con
nuestro doble sin que nuestros allegados lo percibiesen? Lo mejor de Saramago y
un Saramago nuevo, en una novela que conjuga lo policial con la indagación
profunda sobre la identidad humana.
Crítica: «Es usted el señor
Daniel Santa-Clara, preguntó la voz, Sí, soy yo, Llevo semanas buscándolo, pero
finalmente lo he encontrado, Qué desea, Me gustaría verlo en persona, Para qué,
Se habrá dado cuenta de que nuestra voces son iguale, Me ha parecido notar cierta
semejanza, Semejanza, no, igualdad, Como quiera, No somos parecidos solo en las
voces, No le entiendo, Cualquier persona que nos viese juntos sería capaz de
jurar que somos gemelos, Gemelos, Más que gemelos, iguales, Iguales, cómo,
Iguales, simplemente iguales»
Los gemelos monocigóticos o
univitelinos son lo más parecido a una copia genética exacta de dos seres
humanos. A pesar de que el proceso de fecundación se produce con un único óvulo
y un único espermatozoide, se produce
una bipartición del embrión durante sus primeras fases del desarrollo. De este
modo, acaban compartiendo la misma placenta dos embriones viables proveniente
de un solo cigoto. Inicialmente, los gemelos monocigóticos son prácticamente
idénticos, pues comparten la totalidad de sus genes, salvo pequeñas variaciones
genómicas que establecerá una gradual
diferenciación entre ambos. Si bien, resultan indistinguibles para la mayoría
de las personas, e incluso para sus propios padres.
Una explicación lógica ante el
desconcertante descubrimiento de Tertuliano Máximo Afonso, un anodino profesor
de historia, que acaba de realizar viendo desganadamente una comedia ligera. Entre
los actores aspirantes a grandes estrellas del celuloide, nuestro protagonista
observa desconcertado un asombroso parecido con uno de los secundarios. Ahora,
la ficción se ha convertido en realidad para Tertuliano, quien comenzará tras
los créditos finales una búsqueda sin descanso para descubrir la identidad de
su igual y, subsiguientemente, de si mismo.
José Saramago retoma la identidad
humana como línea argumental de su
primera novela en el género de thriller psicológico
después de «Ensayo sobre la ceguera» y
«La caverna». El escritor portugués reflexiona
sobre qué nos define como personas individuales, aquello que nos distingue,
permitiéndonos ser únicos. Sin embargo, el punto de inflexión radica en qué
ocurriría si no lo fuésemos. Entonces es cuándo nos preguntamos quién es real y
quién no; quién es el original y la quién la copia del otro; quién tiene mayor
derecho de vivir, de conservar su existencia independiente y quién tendría
desaparecer para que la otra persona volviera a ser solo uno.
«Seré de verdad un error, se preguntó, y, suponiendo que
efectivamente lo sea, qué significado, qué consecuencias tendrá para un ser
humano saberse errado. »
«El hombre duplicado» plantea esta disyuntiva a través de la
coexistencia de Tertuliano Máximo Afonso y su homólogo, Antonio Claro -o más
conocido por su nombre artístico, Daniel Santa-Clara-. No obstante, aunque el
encuentro -y posterior enfrentamiento- entre ambos parecen deberse a una serie
de circunstancias fortuitas, como la recomendación del compañero de matemáticas,
el orden de visualización de las películas alquiladas o la barba postiza; todo cuanto
leemos posee una lógica propia. José Saramago introduce en la narración una
gran cantidad de detalles que poseen una «doble» lectura, proporcionándole diferentes
niveles de lectura e interpretación, tal y como demuestra el siguiente
fragmento de la novela:
«Hubo ya quien afirmó que todas las grandes verdades son
absolutamente triviales y que tendremos que expresarlas de una manera nueva y,
si es posible, paradójica…»
Recuérdese la significativa
ausencia de nombres para identificar a los personajes de «Ensayo sobre la ceguera», aludiendo a todas las víctimas anónimas
de la pandemia y, aunque la historia se centraba en un único grupo, la
situación era aplicable al resto de la población mundial, con independencia de
las diferencias previas, ahora todos compartían un mismo rasgos que las
definía: la ceguera blanca. O «La caverna»,
inspirándose en el relato de Platón para aportar su propia visión sobre la
deshumanización del ser humano concibiendo un microcosmos- el Centro- que las
personas consideran la única realidad existente, excepto Cipriano Algor, quien se negaba a
aceptar una existencia limitada a consecuencia de su conocimiento del mundo
exterior. Una alegoría concebida para «que la gente salga de la caverna».
Si analizamos «El hombre duplicado», comprobamos esa doble intencionalidad del
autor cuando, por ejemplo, emplea los primeros capítulos en describir con gran
precisión la rutina de Tertuliano Máximo
Afonso para reforzar nuestra percepción inicial sobre su persona como un hombre
gris, carente de cualquier motivación o ambición en su vida, e incluso de
hobbies. De hecho, resulta curiosa la elección de su profesión –profesor de
historia-, pues el pasado implica enfrentarse con nuestros errores y aprender
de ellos; pero Tertuliano lo rechaza y, por esta razón, incurre en las mismas
faltas con María Paz. O la circunstancia de que descubriese a su doble mientras veía una comedia ligera un aburrido
sábado noche, cuando el cine representa una evasión de la realidad y, por el
contrario, acaba por mostrarle la evidencia que él ignoraba hasta entonces.
Por otro lado, Antonio Claro opta
por el mundo del espectáculo para dejar atrás el anonimato y conseguir el
reconocimiento de los demás, justo lo contrario a Tertuliano Máximo. Los
cambios de imagen exigidos por el guión conllevan a renuncia voluntaria de su
identidad para convertirse en otra persona delante de la cámara. Precisamente,
el deseo de convertirse en otra persona, pero sin afrontar a las consecuencias de
sus actos tal y como le sucede cuando interpreta, pone en evidencia el
narcisismo y hedonista de la sociedad actual.
Y es que Saramago no se conforma
con proporcionar al lector un entretenimiento insustancial, sino la reflexión
subjetiva sobre las ideas expuestas en la novela. Por esta razón sus novelas rompen
con todos los arquetipos, optando por una estructuración basada en párrafos
únicos en cada capítulo, en los que los diálogos están intercalados con el
resto de la narración, sin distinciones. De esta forma, José Saramago juega con
el lector, sorprendiéndolo al introducir giros narrativos inesperados cuando
sigue describiéndonos escenas cotidianas que, en apariencia, resultan
intrascendentales para la trama principal. No obstante, poco a poco descubrimos
que esos detalles están conectados. Es decir, el autor nos confunde a través de
una sucesión de pormenores que acaban revelando su auténtica importancia para
la resolución de la novela. Asimismo, permite dosificar aquellos que pudieran
desvelarnos aspectos cruciales hasta conseguir un final absolutamente
magistral.
Con todo, la principal intención
del autor es conseguir interactuar con el lector anónimo a través de la ironía
y la ruptura de los convencionalismos.
«De acuerdo con las convenciones tradicionales del género literario al que fue dado el nombre de novela y que así tendrán que seguir llamándose mientras no se invente una designación más de acuerdo con sus actuales configuraciones, esta alegre descripción, organizada en una secuencia simple de datos narrativos en el cual, de modo deliberado, no se permite la introducción ni de un solo elemento de tenor negativo, estaría allí, arteramente, preparando una operación de contraste que, dependiendo de los objetivos del novelista, tanto podría ser dramática como brutal o aterradora, por ejemplo, una persona asesinada en el suelo y encharcada en su propia sangre, una reunión consistorial de almas del otro mundo, un enjambre de abejorros furiosos de celo que confundieran al profesor de Historia con la abeja reina, o, peor todavía, todo esto reunido en una sola pesadilla, puesto que, como se ha demostrado, hasta la saciedad, no existen límites para la imaginación de los novelistas occidentales, por lo menos desde el antes citado Homero, que, pensándolo bien, fue el primero de todos.»
Precisamente, la estructura de
sus novelas resulta demasiado compleja para el lector acostumbrado a párrafos
cortos y frases breves, sin apenas subordinadas. José Saramago se recrea en la
prosa, en ocasiones demasiado, provocando desidia. A pesar de que la repetición
busca la reafirmación de ideas, acaba resultando abrumadora.
Otra dificultad es la
imposibilidad de realizar pausas, por la existencia de un único párrafo
constituido principalmente por comas. La ausencia de puntuación complica
retomar la lectura donde la habíamos dejado. Sin olvidar los diálogos, en los
que se no se especifica la persona que está hablando, excepto al comienzo. En
varias ocasiones, cuando Tertuliano Máximo realiza un monólogo que acaba
convirtiéndose en una conversación con su propio yo, denominado aquí como el
juicio común o la razón, impiden la distinción entre las personas que
intervienen.
Es posible que la intención del
autor fuese precisamente esa, crear un conflicto de personalidad en el que nos demostrase
nuestra incapacidad para decir quién es quién. No obstante, acaba afectando al
ritmo, provocando constantes variaciones.
A pesar del título, «El hombre duplicado» no es una copia de
novelas anteriores, sino una historia completamente original y diferente. El
primer thriller psicológico de
Saramago nos plantea un dilema moral acerca de la progresiva pérdida de nuestra
humanidad, olvidándonos de aquello que nos define como personas convirtiéndonos
en seres exactamente iguales. Una sucesión de vidas paralelas que, aunque
coexistan en un mismo espacio y/o tiempo, jamás deberán conocer la presencia
del otro excepto, porque uno de los dos intentará imponerse sobre el otro para
asegurarse de que, cuando mire su reflejo, sea la única copia que existe de él.
Al fin y al cabo, todos intentamos dar respuesta a la pregunta «¿Quién soy?».
LO MEJOR: El conflicto sobre la identidad humana, previamente
utilizada en «Ensayo sobre la ceguera» y
«La caverna». La «doble» lectura de la novela. La interacción del autor con el
lector, invitándolo a reflexionar sobre las cuestiones planteadas. El final,
completamente inesperado.
LO PEOR: Los primeros capítulos resultan muy lentos. El propio estilo del autor orientado a un
reducido grupo de lectores acostumbrados a sus novelas.

Otros
títulos importantes son Manual de pintura y caligrafía, Levantado
del suelo, Memorial del convento,
Casi un objeto, La balsa de piedra, Historia
del cerco de Lisboa, El Evangelio
según Jesucristo, Ensayo sobre la
ceguera, Todos los nombres, La caverna, El hombre duplicado, Ensayo
sobre la lucidez, Las intermitencias de la muerte, El viaje del elefante, Caín,
Poesía completa, los Cuadernos de Lanzarote I y II,
el libro de viajes Viaje a Portugal, el relato
breve El cuento de
la isla desconocida, el cuento
infantil La flor más grande del mundo y el libro autobiográfico Las pequeñas
memorias, El Cuaderno y José
Saramago en sus palabras, un
repertorio de declaraciones del autor recogidas en la prensa escrita. Además
del Premio Nobel de Literatura 1998, Saramago fue distinguido por su labor con
numerosos galardones y doctorados honoris
causa.