Veronica Needs Love
Al igual que el resto de sus “amigos”, Verónica desconocía la verdadera identidad de “Wolf”, aunque tampoco le importaba. Desde su primera conversación en un cyber cercano a su casa, supo que era él. La sinceridad era la base de su relación y, después de varias semanas, no existían secretos entre ellos…Excepto uno. Nunca se preguntaron mutuamente por su auténtico nombre, tampoco se mandaron fotografías realizadas con el móvil o se pusieron la webcam. Por tanto, seguían siendo unos completos desconocidos el uno para el otro, aunque ellos negaban esa realidad, especialmente Verónica.
Al igual que muchas jóvenes de su edad, se sentía incomprendida por su familia (especialmente su madre), marginada por sus compañeros de instituto e invisible para los chicos. Estos últimos eran los peores. Siempre que había alguien que le gustaba cerca, se volvía más torpe que de costumbre, y ya lo era por si sola. Todo el mundo la llamaba ceniza por su costumbre (involuntaria) de tropezarse contra cualquier obstáculo, aunque fuese visible a kilómetros de distancia, o por derramar, sobre ella o sobre los demás, el contenido del vaso o plato que en ese momento sostuviese. ¿El resultado? El instituto entero decía que era gafe; que una gitana tuerta miró a su madre cuando estaba embarazada de ella y ahora sufría un mal de ojo irreversible; que intento hacer un ritual ouija y no pudo controlar al demonio que convoco, sufriendo una maldición por su irresponsabilidad…La gente tenía mucha imaginación. Lástima que solo la empleasen cuando querían atormentarla, es decir, siempre. Es cierto que muchas de aquellas historias las había propiciado la propia Verónica con su estética gótica. Si bien el look vampírico volvía a estar de moda, existían categorías que permitían identificarte como un simple fan de Crepúsculo y un freake gótico. Ella era una freake, aunque no se consideraba como tal. Sin embargo, lo que ella pensaba (o sentía) no le importaba a nadie…Al menos antes. Ahora, después de recibir respuesta a su angustiosa petición de atención, experimentaba la agradable sensación de significar alguien especial para otra persona que no fuese de su propia familia. Cuando escogió aquel nick, sabía que muchos lo malinterpretarían. Durante semanas recibió decenas de peticiones explícitamente sexuales (sin mencionar las imágenes que directamente enviaba a la papelera de reciclaje sin abrir el documento que las contenía). No es que el sexo no le interesase. ¿Qué adolescente no sentía curiosidad por experimentarlo en persona? Gracias a internet, no necesitaba las charlas a las que debía acudir cada trimestre, librando a sus padres y profesores de la vergüenza de tener que darles ellos mismos explicaciones. Sin embargo, la pornografía que brindaba la red le resultaba artificial, incluso la asqueaba. A pesar de su peculiar inclinación por el mundo de la oscuridad, Verónica era ardua lectora de los grandes clásicos de Shakespeare, Austen, Dickens, Vargas Llosa, Neruda, Lorca, entre otros. Todos, sin excepción, le habían enseñado que el amor tenía muchas formas de expresión, y ella había encontrado la suya. Amparada en el anonimato que te proporcionaba la red, podría ser cualquier persona… o ella misma. Cuando se conectaba, Verónica abandonaba aquella que todos querían que fuesen para mostrarse realmente como era, así como lo quería, al margen de deseos o expectativas ajenas. Verónica deseaba encontrar el amor, Verónica necesitaba sentirse querida, Verónica necesitaba amor, como aquella canción de los Beatles, “All you needs is love”. Verónica needs love.
Si Verónica hubiese prestado más atención al mundo real que al digital, habría sido más precavida y menos ingenua cuando conoció a “Wolf”. En lugar de angustiarse por no estar conectada, habría disfrutado de aquellas cenas con su familia que siempre consideraba una tortura, especialmente por la costumbre de su padre de poner el telediario para evitar los silencios incómodos en la mesa. ¿Por qué tendrían que importarle las desgracias ajenas cuando su propia vida era más que suficiente para llenar varios telediarios? Si hubiese prestado atención, todos aquellos reportajes sobre los peligros de las redes sociales, falsos perfiles, robos de identidad y un largo etcétera le habrían interesado y escandalizado, como a sus padres. Quizás entonces hubiese realizado mayores esfuerzos por saber quién se ocultaba realmente tras aquel nick, o quizás no le hubiese contado tanto detalles personales de ella y las personas que conocía, pudiendo chantajearla para evitar que lo desvelasen, convirtiendo su vida en un infierno mayor del que ya lo era (o ella creía que lo era). No, Verónica farfullaba entre dientes, maldecía mentalmente y jugaba con el contenido de su plato sin apenas probarlo (se había percatado que, a pesar de matarse de hambre, su cuerpo se estaba volviendo por días más gordo y deforme, como si el simple hecho de respirar la engordase). Nunca percibió el peligro al que se estaba exponiendo, por eso, cuando “Wolf” le propuso conocerse en persona aquel 14 de febrero, la señal que interpreto fue equivocada.
Aquel día, Verónica quería causar una buena impresión, y sabía que eso significaba dejar a un lado sus prendas oscuras y holgadas (prácticamente todo su fondo de armario), y opto por un conjunto más acorde con las fechas. Sus padres casi sufrieron un colapso al verla aparecer con vaqueros y una blusa roja. Ignorando sus miradas de desconcierto, cogió su desayuno (que por el camino tiraría en la papelera más cercana) y se despidió con un escueto “adiós”, sin dejar que se recuperasen de la sorpresa inicial ante aquella transformación. Cuando el sonido de sus pasos se hubo desvanecido, pudieron reaccionar, simplemente para volver a sus quehaceres cotidianos, sin concederle mayor importancia de la que se merecía, achacándolo a una nueva etapa propia de la adolescente. Verónica no era la única de su familia que pecaba de ingenuidad.
Los móviles tienen muchas utilidades. Hoy en día, lo menos importante es que sirvan para realizar llamadas, esta función básica queda relegada a un segundo plano frente al resto de aplicaciones, como conectarse a internet o la posibilidad de grabar vídeos. Verónica nunca se sintió atraída por estos accesorios, que consideraba inútiles, incluso internet (¿de verdad era posible leer algo en aquella minúscula pantalla?). Sin embargo, reconocía su utilidad cuando necesitaba mentir. “Estaré en el cine. Después iré a comer una hamburguesa. Tendré el móvil apagado dos horas” (Obviamente, el mensaje estaba abreviado y para cuando su madre consiguió traducirlo, ella llevaba una hora esperando en el lugar de la cita). Sabiendo que tenía un margen mínimo de tres horas antes de que su tardanza pudiera alarmarles, espero con paciencia la llegada de “Wolf”. La emoción del encuentro consiguió acallar cualquier duda a medida que los minutos transcurrían sin que apareciese. Si bien, ¿cómo esperaba Verónica poder reconocer a alguien que nunca había visto? El problema fue que a ella si la reconocieron. No fue difícil. Demasiadas pistas, demasiados detalles inconfundibles durante aquellas charlas aparentemente inocentes. Sin saberlo, llevaban semanas persiguiéndola, asegurándose de haber encontrado la presa perfecta para su particular juego. Aquella noche, vestida de rojo y sujetando con fuerza el pequeño bolso contra su regazo, parecía una versión moderna de Caperucita Roja, pero dotada con la misma belleza cándida y el halo de inocencia que lo sedujo desde su primera conversación. Si, ella era la dulce niña desamparada, y él, el hambriento lobo feroz. Ven Verónica, deja que Wolf te enseñé el camino que te llevará a la casa, no de tu abuela, pero donde nos divertiremos igual todos juntos.
Verónica consiguió abrir los ojos después de varios intentos fallidos. Los párpados le pesaban, al igual que el resto del cuerpo. Tenía los miembros entumecidos, apenas podía sentirlos. Era como estar sumergida en un profundo sueño, con la mente a medio camino entre la inconsciencia y la realidad. Una intensa punzada de dolor atravesó su cabeza cuando intento incorporarla, con la esperanza de poder reconocer la sala en la que se encontraba. El miedo comenzó a invadirla. No solo se encontraba en un lugar extraño, sino que no estaba sola. A pesar de las sombras de aquella habitación, pudo sentir la presencia de alguien que la estaba observando. Una vez más, intento levantarse. Esta vez fueron las gruesas correas que la sujetaban las que se lo impidieron. Estaba atada. Peor, atada y desnuda. Sintió pánico cuando se percato de este horrible detalle. Grito a través de la mordaza que le cubría la boca (explicando la dificultad para respirar con normalidad que había experimentado al despertar), aunque sabía que nadie la escucharía salvo su captor, quién se regodearía con su miedo. Lucho contra las ligaduras que la mantenían inmovilizada contra aquella cama, lastimándose la piel desnuda. Verónica lucha. Verónica no te rindas. Verónica no deberías estar aquí. Verónica debes escapar… Su mente era un torbellino de pensamientos que la aturdían, aumentando su confusión y dotando aquella escena de un tinte todavía más irreal. Por desgracia, lo que Verónica no sabía es que muchas veces, la realidad supera la ficción, y que los peores monstruos no residen en nuestras pesadillas, sino que se ocultan bajo una apariencia de normalidad, esperando para mostrarse en su verdadera naturaleza. Aquel 14 de febrero, Día de los Enamorados, Verónica descubrió que el rojo no es solo el color del amor, sino también del peligro. El peligro que ella nunca percibió hasta que fue demasiado tarde. Y también del color de la sangre, su propia sangre.
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