Relato: Manzana envenenada

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Manzana envenenada

Fruto prohibido que saboreas, regodeándote en el peligro de su sabor. En tus labios, el anhelo satisfecho. El final de una larga espera que pronto terminará para los dos. Destruyes su prfección con cada mordisco, haciéndola desaparecer. Conoces el castio, por eso te apresueras a esconder el delito. Sin embargo, sabes que tu condena fue dictada en el instante que posaste tus ojos en ella, deseándola. ¿Cómo no hacerlo?, te preguntas. En apariencia intacta, pura en su esencia. Ignoras el árbol que la sostiene. Podrido. Muerto. El color mortencino de sus hojas es un aviso, al igual que las cicatrices de su corteza. Entre las arrugas de madera se esconden las historias de lágrimas vertidas por las decisiones equivocadas. Las consecuencias de quienes no quisieron ver, cegados por su propia codicia. Nada les importaba, salvo la obtención del propio gozo y, en el egoísmo de su alma, caíste en la trampa de quién se deja tentar. El primer mordisco fue glorioso. Estabas exultante, te sentías victorioso, invencible desde ese momento. Aquel gesto te había proporcionado la inmortalidad. O eso creías. Sin embargo, la creencia jamás podrá sustituir al saber. Y cuando el suave dulzor que había aplacado tu siempe hambrienta curiosas fue reemplazada por intensa amargura, lo supiste y sentiste miedo. En su superficie apareció el primer gusano, rosado, gordo y repulsivo. Luego le precedió otro, otro y otro. No pueden verte, pero saben que estás ahí. Te buscan, y acabaran por encontrarte. La manzana comienza a marchitarse, corrompiéndose entre tus dedos. Nada queda de aquella aparienia sana y reluciente que simbolizaba la ida. En tus manos sostienes la muerte, Intentas alejarla, pero no lo consigues. Solo prolongas lo inevitable. Los síntomas comenzaon antes de que fueses conscientes de lo que estaba sucediendo, prólogo del futuro sufrimiento. Apoyas tu cuerpo casi desapareciedo en el tronco, que te proporciona una falta sensación de sustento, de seguridad. El enemigo difrazado de aliado. ¿Por qué no iba a protegerte? ¿Acaso no es el resultado de tus actos? ¿El símbolo de la vida que decidiste hace mucho tiempo? Tú pusiste aquella semilla en tu alma, aunque fuese de forma insconciente, dejándote arrastrar por tu ingenuidad. Sin embargo, la dejaste florecer. Jamás te planteaste dejarlo morir, sino que lo cuidaste, porque te sentías orgullo de el. Permitiste que sus raíces fuesen profundizando, hasta alcanzar un nivel tan recóndito de u alama que incluso tú desconocías. Nutriéndose de tus miedos, el árbol siguió creciendo, haciéndose cada vez más fuerte. Ahora recoges los frutos de tu cosecha y, mientras el veneno de tu corazón sigue extendiéndose, sus ramas te impiden ver el cielo y la salvación que éste te prometía. Todo parece irreal, incluso el suelo bajo tus pies. Parece tambelarse. La tierra tiembla y se abre en un inmenso abismo que te arrastra. Tu cuerpo se hunde, tu mundo se oscurece, y en tu boca permanece el sabor de aquella manzana envenanada.

3 comentarios:

  1. ¡Muy bueno! Me parece importante que más allá de nuestros actos, seamos capaces de reconocerlos y de hacer frente a las consecuencias.
    Un beso grande,Lou.

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  2. Me alegro que te guste. Debo confesar que lo escribí en un descanso del trabajo. Un beso

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