El pasado en el presente

¿La influencia del ayer está justificada hoy? ¿Y mañana? Cerrar un capítulo de nuestra vida nunca es sencillo, porque implica despedirse de las personas y nadie quiere decir adiós, y mucho menos de forma definitiva. ¿Cómo renunciar a alguien que tuvo tanto significado? ¿Cómo fingir la ausencia de sentimientos tras cada reencuentro? La pervivencia de estas relaciones resulta dañina, pero también adictiva. Los objetos que desencadenan los recuerdos se convierten en eslabones de una larga cadena que nos ligan a aquellas experiencias, impidiéndonos avanzar. Porque solo existe un dirección a seguir, con independencia del camino que realicemos, delante, siempre hacia delante. La mirada al frente y nunca hacia atrás.
Decirlo es fácil, lo difícil es la práctica. A pesar del apoyo que podamos recibir de las personas que todavía permanecen con nosotros, resulta insuficiente. No quiero menospreciar su esfuerzo, ni infravalorar sus gestos. El único problema reside en la falta de conocimiento respecto  nuestra situación personal. Pueden haber compartido experiencias similares, pero siempre es diferente cuando lo experimentas en la propia persona. Las palabras de aliento solo incrementan nuestro desconsuelo y su compañía nos hace sentí todavía más desamparados. Resulta paradójico, a la par de comprensible. No queremos su ayuda, la rechazamos. Queremos demostrar que podemos superar la pérdida solos, al menos en apariencia. El orgullo nos supera, cuando debería primar la humildad del derrotado. Ser vencido no es motivo de vergüenza, solo de reflexión. Descubrir nuestros errores para no repetirlos. Si bien volveremos a tropezar, sabremos cómo caer para reducir el daño y levantarnos más rápido. Ahí reside la clave, reconocer nuestra parte de culpa en lo sucedido. ¿Quién desea ser señalado? Preferimos ser considerados víctimas de una injusticia, inocentes en todos los aspectos. Queremos ser el bueno de la historia, el héroe solitario capaz de superar cualquier obstáculo. No necesitamos escudero, tan solo una armadura que nos proteja de las agresiones externas y una espada que mantenga alejadas a las amenazas que pudieran presentarse. Una falsa fortaleza tan quebradiza que, en realidad, nada nos hace, salvo añadir otro peso innecesario.
No podemos reprochar que las lágrimas sean reprimidas hasta alcanzar la privacidad del hogar. Si, queremos que lo demás nos apoyen, precisamos de su atención y cariño durante un tiempo. Con todo, el cariño puede malinterpretarse con compasión y nadie quiere ser objeto de ella. Además, otros pilares pueden servirnos de apoyo, pero el principal (léase nosotros) debe ser reparado para poder sostener el resto de nuestra existencia. Por eso aceleramos la cicatrización de las heridas cuando todavía nos duelen y el recuerdo permanece fresco. La hipocresía que tanto detestábamos en otro ahora la aplicamos en nosotros, sin conseguir sentirnos mejor. Este comportamiento consigue el efecto contrario al buscado. El pasado deja de enseñarnos y, en su lugar, nos domina. Su influencia eclipsa cualquier posibilidad de avance y, tanto el presente como el futuro, se convierten en una repetición del mismo. Queremos huir, dejarlo atrás. Con todo, es necesario enfrentársele antes, superarlo. La pregunta resido en cómo. ¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo hacerlo sin volver a sufrir por su culpa? ¿Cómo evitar infringirnos un dolor innecesario? ¿Cómo conseguir que el pasado no sea presente ni futuro?
Aguas peligrosas

La avaricia para no conocer límites y, ante su avance imparable, solo queda un lugar donde refugiarse. Oculta tras la ignorancia de su existencia, preserva su pureza original frente a la putridez del hombre. Allí permanece, intalterable y, en apariencia, a salvo. Sin embargo, la propia tierra que la guarda actúa como filtro de los vicios que se desarrollan en la superficie y, poco a poco, consiguen llegar hasta sus aguas, contaminándolas.
Su superficie parece tan plácida, sus aguas invitan a bañarse en ellas, nada indica el peligro que realmente representa. Incautos aquellos que lo encuentran y, desobedeciendo a la razón, se sumergen en el manantial, de donde emergerán convertidos. Cuando el infierno los deje regresar, lo harán para mostrar al mundo las consecuencias de sus actos, el precio a pagar por ellos.
Ahora debe encontrarse la fuente del mal, antes de que continúe extendiéndose, porque el manantial sigue creciendo, a la par que la maldad humana que lo alimenta, y pronto, muy pronto, sus aguas serán demasiados grandes para seguir conteniéndolas y, con ellas, la enfermedad que albergan. Debemos destruirlo...
Punto final... ¿o punto aparte?


Todo tiene un principio y, por ende, un final. Asumámoslo, nada es eterno. Si bien aspiramos a la inmortalidad, a la posibilidad de sobrevivir al tiempo, resulta un esfuerzo vano y desaprovechado. No os engañéis, porque solo conseguís prolongar lo que, por naturaleza, es inevitable. Mirad a vuestro alrededor y ser conscientes de la evidencia. Nada está a salvo de esta realidad, ni el sentimiento que, en principio era puro e intenso, le sobrevive. Termina y no podemos recuperarlo, solo conformarnos con el recuerdo de un tiempo pasado que no volverá, e incluso este acabará desapareciendo para dejar de existir. Entonces, ¿por qué lo hacemos? ¿Por qué insistimos? ¿Por qué no cejamos en nuestro? Las derrotas no nos amedrentan, sino que parecen provocar el efecto contrario en nosotros, nos negamos a aceptarla. Cada fracaso representa un motivo para seguir intentándolo. Si cada experiencia representa una batalla, ¿cuándo terminará la guerra? Y si lo hiciera, ¿qué significaría para nosotros? Simplemente el final. Hagamos lo que hagamos, éste se acabará produciendo. ¿Por qué no queremos aceptarlo? ¿Por qué lo rechazamos con tanta vehemencia? ¿Qué nos induce tanto miedo y tan poco respeto? Otra pregunta para la que carezco de respuesta, solo suposiciones. Quizás todo se reduzca a la avaricia que caracteriza al ser humano, el deseo de poseer siempre más sin renunciar nunca a nada; pues cuando algo se termina, significa que lo hemos perdido y, con mucha posibilidad, nunca podamos recuperarlo, ni disfrutarlo. Es cierto, pero no siempre debe cumplirse. Un punto puede representar el final, pero también un capítulo aparte de nuestra vida, e incluso un suspensivo, un merecido paréntesis antes de retomar la historia allí donde creíamos que había concluido. 
¿Juegas?




Paciencia. Esa es la clave. Paciencia. Analizar la situación. Meditar cada posible movimiento, las consecuencias que tendrían. Conocer a tu oponente, sus puntos fuertes y los débiles. Y, lo más importante, esperar. Un buen jugador nunca se precipita. Aguarda en silencio su oportunidad. El tiempo transcurre, pero para él no tiene importancia. Nada puede perturbarlo ni apartarlo de su meta, la victoria. Porque todos jugamos para ganar. Quienes afirman hacerlo por diversión mienten. A nadie le gusta perder. Todos ansiamos la gloria, el reconocimiento, la admiración de los demás. Nos regodeamos en la humillación de aquellos que han quedado detrás de nosotros. Su vergüenza es tan estimulante como cualquier droga y el placer que nos proporciona resulta tan gratificante como el sexo. Durante unos instantes, dejamos de ser meros mortales para elevarnos y conseguimos ser superiores. Nos sentimos, dioses. Imbatibles. Perfectos. Únicos. La sensación que produce en ese momento es indescriptible. No existen palabras que puedan explicarlo haciéndole justicia. Cualquier intento habría de considerarlo un insulto. Un buen jugador gana en silencio. Nada de palabras ni gestos. Debe abandonar el lugar lo más rápido que pueda. No es bueno quedarse. Las alabanzas, los premios, los admiradores son meros accesorios que acompañan a cualquier victoria. No debemos ansiarlos. Cuando los conseguimos, nos confiamos, y la confianza es el peor enemigo. Nos hace débiles, vulnerables ante futuros oponentes. Además, ocupan espacio y resultan molestos de limpiar. Y quienes los exhiben son orgullosos, soberbios. No lo comprenden, no tienen capacidad para hacerlo. El miedo a la derrota es lo único que nos mantiene despiertos. Siempre alerta. En constante tensión. Algunos no lo soportan y abandonan. Son los débiles. Aquellos que no se merecen la gloria y son condenados a vivir en el anonimato. Aquellos que morirán en el olvido. Solos, sin que nadie los recuerde. Porque las personas con las que compartes tu vida también mueren. Se van, te abandonan. Y es en ese momento cuando comprendes que todo depende de ti. Cuando lo único que te separa de la victoria eres tú mismo. Si pierdes, tú eres el único responsable. Y cuando ocurre tienes dos opciones. Abandonar o volver a jugar.
Anuncios por palabras: El product placement en la literatura


El ser humano es un animal de costumbres. Al llegar a casa el primer gesto que siempre realizamos es descalzarnos y, a continuación, sentarnos en el sofá para ver la televisión. Enseguida nos ponemos a hacer zapping, pero parece que todas las cadenas se hubiesen puesto de acuerdo y en la pantalla se suceden bloques de anuncios sin interrupción. La mayoría se resigna; otros, cansados de este continuo bombardeo publicitario, deciden apagarla y buscar otra forma de entretenerse. Una opción muy socorrida en estos casos es un libro, a poder serla novela de moda, aquella que todo el mundo parece haberse leído, excepto tú. Ahora es un buen momento para cambiarlo. Una vez que la encuentras entre los escasos títulos que forman tu biblioteca personal, comienzas la lectura. Cuando apenas has avanzado unos capítulos, el comentario de unos de los personajes atrae tu atención:
– Es un Smart – dijo -. Gasta sólo un litro cada cien kilómetros.
¿Por qué tienes la sensación de estar ante un anuncio? ¿Desde cuándo los libros incluyen publicidad en sus páginas? ¿Es exceso de realismo… o algo más?


Si bien estamos acostumbrados al empleo del product placement en contenidos audiovisuales, como películas o series de televisión, podemos apreciar una presencia cada vez mayor de mensajes comerciales en otros formatos de entretenimiento, como los libros.
En los últimos años, predomina la incertidumbre en el sector editorial ante los cambios de hábitos de los lectores y el imparable avance del libro electrónico. Ambos factores servirían para explicar, y justificar, la creciente implicación de las marcas en la trama con fines comerciales.  
Entre los ejemplos a descatar figura La conexión Bulgari (The Bulgari connection), de la autora británica Fay Weldon, quien reconoció haber cobrado para que la marca apareciese como mínimo 36 veces en la obra.
Una ambiciosa estrategia del director de la firma milanesa, Francesco Traspani, ante el limitado espacio del que disponían en las revistas.
De este modo, Bulgari se convirtió en el principal hilo conductor para contarnos la rivalidad entre dos mujeres por un mismo hombre y, por supuesto, por un collar de esta marca. Al fin y al cabo, los diamantes son los mejores amigos de las mujeres
Otro caso es Cathy’s Books para promocionar la marca de maquillaje Cover Girl, propiedad de Procter&Gamble, y escrita por los creativos Jordan Weisman y Sean Stewart.

La protagonista solía dedicar largas sesiones a arreglarse antes de salir, permitiendo referencias constantes de productos reales. Sin embargo, el libro desató una gran polémica, sobre todo por el público al que se destinaba, y la editorial se vio obligada a eliminar la marca de sus páginas y emplear los nombres genéricos, como pintalabios o sombra de ojos. Quizás su madre debiera haberle dicho: “Niña, quítate esa porquería de la cara”.
O La vida te despeina, un conjunto de quince relatos sobre mujeres en busca de la felicidad por las autoras latinoamericanas más reconocidas. La novala fue editada en Argentina de forma conjunta por Unilever, para su marca Sedal (especialista en el cuidado el pelo) y la editorial Planeta.

Este libro se integra en una campaña integral que abarca varios spots de televisón y anuncios en prensa y exterior.

Según Federico Rubinstein, gerente de Sedal, “transmite la filosofía de la marca, que trasciene el mundo del pelo e invita a una mirada positiva de la vida, a un mayor disfrue y a conjugar la belleza con la felicidad”. Si bien, puntualizó: “Eso no implica que dejen de cuidarse el pelo, de peinarse y de buscar la forma que más les gusta”.

Si vas a desmelenarte, al menos hazlo con estilo.
 
Una estrategia similar utilizó Mattel para promocionar su colección de muñecas góticas Monster High a través de una saga de libros, escritos por la autora canadiense Lisi Harrison, quien abandona el género adulto para narrar las aventuras los personajes concebidos por la marca de juguetes ante sus frustrados intentos por modernizar la imagen de Barbie. El éxito fue inmediato y se convirtió en un best-seller entre las niñas y adolescentes estadounidenses. En nuestro país fue el libro más demandando, solo superado por La segunda vida de Bree Tuner de Stephanie Meyer. Por supuesto, la estrategia de comunicación incluía serie de televisión, banda sonora y decenas de artículos de merchandising. Ser diferente mola.

Y así podríamos seguir citando decenas de ejemplos bajo el argumento de dotar a la historia de “realismo”, sobre todo en determinados géneros como el chick lit (literatura para chicas). Y con títulos como El diablo viste de Prada (Lauren Weisberger), en el que cuya secuela saldrá publicada en 2013 o Locas por las compras (Sophie Kinsela).  Gucci, Channel, Hermès, Armani, Tommy Hilfiger, Denny and George, Body Shop, Vogue, Financial Times, The Economist, Women’s Wear Daily, Bang and Olufsen y así un interminable etcétera de marcas, marcas y más marcas. Novelas para auténticas fashion victims.
Pocos lectores conocen la doble polémica que rodeó a El código da Vinci (Dan Brown). Por un lado, las teorías conspirativas y el papel de la Iglesia; por otro,  la detallada descripción que realizaba del Hotel Ritz o el Banco de Depósitos de Zurich, sin olvidar las comparaciones entre diferentes modelos de vehículos. ¿Podría considerarse otra elaborada estrategia comercial de su autor? Otro misterio por resolver.


 Y como el product placemnt no entiende de fronteras, aquí tenéis una pequeña lista de títulos nacionales. Sucedió en el AVE (Victor Saltero), no es necesario mencionar el escenario principal de la trama; Lo mejor que le puede pasar a un cruasán (Pablo Tusset) y La hermandad de la Sabana Santa (Julia Navarro), que utilizaban marcas muy concretas para definir la personalidad de sus personajes. En definitiva, product placement con etiqueta Made in Spain.

Sin embargo, la noticia que inspiró el presente blog fue la publicación de la novela Mi hijo, Yo-Yo, biografía de un violonchelista de origen chino escrita por su madre. Este texto es el primero del acuerdo entre la Asociación de Editores de China y la agencia de publicidad de Pekín, Jinghua Aobo, para publicitar productos y servicios en las cubiertas de los libros. De esta forma, en la contraportada de esta conmovedora obra, que según la crítica destila amor materno, figura un anuncio de unos granes almacenes chinos especializados en menaje de hogar con el eslogan: Love is in family.
No os engañéis, este tipo de publicidad no tiene doble lecturas. A partir de ahora regresa la clásica formula de anuncios por palabras, aunque sea en la contraportada.

Sinopsis: Tras sobrevivir a la devastadora pandemia que ha asolado el mundo y con la esperanza de ahondar en el misterio del Necrosum, el pequeño grupo de supervivientes de Carranque llega finalmente a la Alhambra de Granada, donde el aparato militar ha instalado uno de los últimos bastiones de resistencia de la Humanidad. Sin embargo, una vez allí descubrirán que las cosas no son cómo les habían prometido y los protagonistas deberán afrontar una realidad aún peor que todo lo que habían conocido hasta entonces.


El autor se sirve de los muertos vivientes para describir situaciones de extrema dureza y dramatismo, explorando la complejidad del ser humano cuando se encuentra cara a cara con el terror en un mundo manifiestamente hostil, y lanzando al lector, en definitiva, a una montaña rusa de sensaciones que desemboca en la conclusión final.
Reseña: En 2009 llegó a nuestras librerías Los Caminantes, precedido por el éxito de otros títulos de literatura zombie como «Guerra Mundial Z» (Max Brooks) o «Apocalipsis Z» (Manuel Loureiro). Superando las reticencias iniciales, que consideraban que el mercado literario comenzaba a encontrarse sobresaturado con títulos de esta temática, al igual que había ocurrido con sagas anteriores como «Crepúsculo» o «Harry Potter», el libro se convirtió, para sorpresa de muchos (incluido el propio autor) en un éxito de ventas entre un público que devoraba sus hojas con la misma ansiedad que los muertos vivientes la carne de sus víctimas.


Desde entonces han transcurrido tres años y, en ese tiempo, el fenómeno de «Los caminantes» se ha extendido con la misma virulencia que la enfermedad en sus páginas, contagiando a la población española (y anglosajona) con las aventuras de los supervivientes de Carranque y, por supuesto, con la constante amenaza del padre Isidro, quien bien podía equipararse a los personajes de Hannibal Lecter («El silencio de los corderos», Tomas Harris) o Jack Torrance («El resplandor», Stephen King). Ahora, con la publicación de «Los caminantes. Hades Nebula», Carlos Sisí pone el punto final a la trilogía.

Si estábamos acostumbrados a que la acción se desarrollase en distintos puntos de la provincia de Málaga, el autor apuesta por un cambio de escenario y traslada a nuestros protagonistas a Granada, en concreto, a  la Alhambra. Allí, descubrimos que la magnífica fortaleza, antaño vestigio de un pasado glorioso, se ha convertido en testigo silencioso de la progresiva decadencia de la especia humana en su inútil intento por sobrevivir antes su inminente extinción. Si bien, la batalla vuelve a desarrollarse en un doble frente. Por un lado, los muertos vivientes; por el otro, el hombre.

En «Los caminantes. Necrópolis», el escritor malagueño nos ofrecía un leve esbozo, apenas un vistazo de una realidad más cruel, oscura y violenta. Obviando cualquier eufemismo que pudiese suavizar su lectura, Sisi apuesta por una narración caracterizada por un lenguaje descarnado, que describe con asombrosa fidelidad escenas que recrean algunos de los capítulos más oscuros de nuestra historia reciente. Olvídense de la utopía de Carranque, pues los supervivientes han sido desterrados del Edén para vagar por el Infierno, posiblemente para siempre.

En este apartado cabe señalar la asombrosa semejanza que se establece entre Carlos y uno de sus escritores predilectos: Stephen King. Las similitudes entre ambos, especialmente en el segundo tercio de «Los caminantes. Hades Nebula», son tan abundantes, dado los continuos homenajes a algunas de sus obras como «El fugitivo» o «Cell» (en “Necrópolis” reconoció haberse inspirado en «Cujo» para la creación de unos de sus personajes más peludos y algunas de las escenas más encantadoras de la trilogía), que el lector debe realizar un auténtico esfuerzo para evitar comprobar constantemente la portada y no sorprenderse al encontrarse el nombre de Sisí.

Sirviéndose de esta semejanzade estilos, el autor malagueño consigue mostrarnos la violencia como algo cotidiano y el miedo como una constante en un mundo que ya ha perdido la esperanza, bien podría señalarse el ejemplo de Isabel, cuyos sentimientos de culpabilidad e impotencia tras la agresión sufrida en La casa del miedo.

No obstante, cabe señalar algunos aspectos negativos que tienden a desmejorar su evaluación global. En «Los caminantes» mencioné como pasado y presente confluían en un confuso vórtice que dificultaba su lectura, pues el relato principal era constantemente interrumpido y su desarrollo en diferentes planos narrativos, separados tanto en el tiempo como en el espacio, no complementaban la historia. Por fortuna, en «Los caminantes. Necrópolis» Sisí aprendía de sus errores y nos sorprendía con un considerable salto cualitativo a través de tres sub-tramas, desarrolladas de forma paralela y que encajaban a la perfección. Con todo, aunque volvían a hacerse menciones al pasado de sus personajes, éstas eran menores y servían para rellenar algunas lagunas del relato. Por ello, sorprende que haya vuelto a incurrir en estos deslices más propios de un escritor novel que en un autor consagrado, pues las sub-tramas en este libro tienden a caracterizarse por su cantidad más que por su calidad.

Terminado «Los caminantes. Hades Nebula», sorprender comprobar que, efectivamente, todo haya concluido, cuando todavía quedan muchos interrogantes sin resolver o historias que contar, como la odisea de Víctor por el continente africano. De igual modo, personajes con los que el lector había experimentado una gran empatía en las dos entregas anteriores, pierden protagonismo y quedan relegados a un plano secundario, siendo el mejor exponente José Aranda o la asombrosa capacidad de Alba.

Concluyendo con un leve sabor agridulce, Carlos Sisí dice adiós a la saga que lo dio a conocer ofreciendo a sus lectores una historia que reúne todos los ingredientes de sus predecesoras y caracterizada por un ritmo trepidante, giros narrativos inesperados y, por supuesto, muchos zombies.

LO MEJOR: El cambio de escenario. El autor firma una novela tan oscura y violenta como su predecesora. La descripción de un contexto donde la violencia es algo cotidiano y el miedo una constante.

LO PEOR: La excesiva cantidad de subtramas. Algunos personajes quedan relegados a un plano secundario, a pesar de su trascendencia en las dos entregas anteriores. La estructura narrativa presenta algunas de las carencias del primer libro. El tercer volumen no se encuentra al nivel de la secuela. Un final agridulce.

Sobre el autor: Carlos Sisí (Madrid, 1971) vive en un soleado apartamento de Calahonda con su mujer y sus dos hijas. En ese ambiente luminoso y tranquilo concibió, noche tras noche, una Málaga diezmada por el terror de los muertos vivientes. No en vano lleva años alimentando su imaginación con todo tipo de material de terror, desde novelas a películas pasando por videojuegos.



Otros libros del autor:



Sinopsis: El campamento de Carranque vive momentos dulces. Tras haber sobrevivido el ataque del Padre Isidro y sus enloquecedoras huestes de caminantes, los supervivientes se entregan a ensoñaciones y esperanzas de futuro propiciadas por los descubrimientos del doctor Rodríguez. Juan Aranda, su líder, decide utilizar su nueva condición para explorar la ciudad en busca de otras personas que continúen todavía con vida. Sin embargo, han pasado ya tres meses desde que se iniciara la pandemia zombi que asoló el planeta y sobrevivir es cada día más duro. Su periplo personal, no exento de vicisitudes, le aleja de Carranque, donde mientras tanto inciden nefastos designios que amenazan con convertirlo en una ciudad de muertos: una necrópolis.




Reseña: Pese a los trágicos acontecimientos sucedidos, entre los supervivientes del campamento de Carranque hay esperanza, gracias a un hombre: Juan Aranda. Sin embargo, consciente de su propia fragilidad tras el último ataque zombi encabezado por el padre Isidro, decide embarcarse en solitario en un viaje por las calles infectadas de una ciudad convertida en una Necrópolis. Durante el camino descubrirá que los muertos no son la única (ni peor) amenaza que pone en peligro la supervivencia del ser humano. Otras personas, incapaces de apreciar la vida o temer a la muerte,  que desconocen el significado de la compasión o el remordimiento, aparecerán en su camino y en el de sus compañeros para volver a demostrar que no hay mayor peligro para el hombre que el propio hombre.

Con esta premisa parte Los caminantes: Necrópolis, la esperada secuela del escritor malagueño Carlos Sisi, cuya primera novela ha publicado recientemente su décimo segunda edición y extendido la pandemia malagueña hasta Estados Unidos.

Desde un principio, la novela consigue absorber al lector, volviéndonos a sumergir en una Málaga inimaginable, incluso en nuestras peores pesadillas. Un escenario apocalíptico en el que los zombis vagan sin rumbo o propósito (salvo descuartizar a los pocos supervivientes que sobrevivieron a los primeros días de la pandemia). Nuevamente, la narración en tercera persona nos permite observar el desarrollo de los acontecimientos a través de los diferentes personajes, escenarios y momentos, con un ritmo trepidante que no deja respiro al lector.

Al contrario que en su obra novela, cuya primera mitad se caracterizaba por una narración caótica e incoherente, Carlos Sisi es un escritor que, en poco tiempo, ha aprendido de sus errores, rectificándolos y aplicando un estilo propio y personal, con la notable influencia de obras tan conocidas como Soy Leyenda (Richard Matheson); La carretera (Cormac McCarthy); Víctimas, Los ojos de la Oscuridad o Fantasmas (Dean Koontz); Guerra mundial Z (Marks Brooks); entre otros.

En esta secuela no solo la historia adquiere una mayor complejidad, sino también sus personajes. Independientemente de la mayor o menor afinidad que se pueda experimentar con Juan Aranda, Moses, Isabel, Dozer, Susana, e incluso, el padre Isidro; el lector observará como los acontecimientos del primer libro han influido en ellos, obligándolos a evolucionar como supervivientes y, lo más importante, como personas para afrontar los difíciles tiempos que les queda por vivir y los peligros que deberán superar, juntos o por separado. Desgraciadamente, tendremos que despedirnos de algunos de ellos, aunque su lugar será ocupado por otros que desarrollarán un papel crucial en el cierre de la trilogía.

Otro de los grandes aciertos es el alejamiento de los tópicos propios de este género para centrarse en la complejidad psicológica del ser humano. Aquí no solo resulta novedoso el escenario, sino también el enfoque elegido, porque no se trata de una guerra contra un solo enemigo o una lucha por la supervivencia, sino una interesante crítica social que pretende hacer reflexionar al lector sobre el rumbo que está tomando la sociedad y sus consecuencias, tanto a corto como largo plazo (apreciase el comentario del Escuadrón de la Muerte cuando observan que todos los tópicos del cine sobre los zombis se han cumplido, excepto el detalle que no comen cerebros; la reflexión de Gabriel sobre la fragilidad del hombre y lo efímero de su obra; o el propio Rezza).

Terriblemente adictiva, horriblemente realista y espeluznante, no apta para cardíacos… Necrópolis es un libro de muertos que está muy “vivo”. Siente su aliento su aliento en tu cuello y estremécete, pero no apartes tu vista de sus hojas, porque lo más probable es que grites de horror ante lo que ven tus ojos puedan ver.


LO MEJOR: La madure narrativa del autor respecto al primer volumen de la novela. El equilibrio entre las diferentes historias que integran este segundo volumen. Los zombies acaban convertidos en un elemento secundario para priorizar la crítica social. El final abierto.


LO PEOR: El principio es demasiado similar a la primera novela. La introducción de un elemento más propio del género fantástico que de terror.






Sobre el autor: “Es una papeleta. Si hay algo que a Carlos no se le bien, es hablar de sí mismo. Su humildad se lo impide. Así que su mujer me ha pedido que le saque del apuro escribiendo unas breves líneas. No parece difícil porque la realidad es que Carlos es un hombre sencillo, casero y disfrutón de la vida. Empezó a escribir cuando tenía doce años, motivado por los libros de Stephen King. Algo había en esos libros que le llevaron a producir ingentes cantidades de cuentos cortos con los que nos torturaba prácticamente a todas horas. Con el tiempo, la tortura fue a menos, porque Carlos mejoraba con cada producción, y he de confesar que con el tiempo se acabó convirtiendo en algo incluso buscado. Cada historia era como pequeños viajes mentales.


 Pero de alguna forma, Carlos fue seducido por el lado oscuro de la informática y acabó desarrollando aplicaciones de gestión y programas multimedia para revistas del sector. Enamorado de los videojuegos desde la época del Spectrum, Carlos supo combinar su talento como narrador y la programación para fundar una pequeña empresa de venta de software por correo que dio en llamar Wazertown Works. Esas aventuras fueron bastante populares, y creo recordar que incluso tuvo un par de ofertas para trabajar en alguna compañía española de desarrollo de software.

Bastantes años más tarde, Carlos retomaba su vieja pasión. El viejo sueño de ser escritor y vivir en una cabaña de madera junto a un lago. Su casa no es de madera, sino de ladrillo, y no vive al lado de un lago, sino de un río. Con poco caudal, pero río. Pero eso sí, escribir escribe y lo hace francamente bien. Su saga de Los Caminantes ha redefinido el género, y sus fans se cuentan por miles. Ha conseguido vender libros en una cantidad nada desdeñable para los tiempos de crisis que nos ha tocado vivir, con la sola promoción del boca a boca.

Carlos está casado con una mujer maravillosa y tiene dos niñas pequeñas (inteligentísimas) que llenan su casa de princesas rosas. Carlos dice (y lo dice muy serio) que escribe novelas de terror para compensar. Por mí que no quede. Una vez que se engancha uno a su estilo particular, ya no se puede parar.”
Antonio F. Martín
Amigo Personal

Otros libros del autor:



Sinopsis: Entre Soy leyenda y El club de la lucha, este thriller te mantendrá en tensión hasta el final.En sus casi treinta años de servicio en la CIA, el agente Dew Phillips jamás había visto algo parecido. Se están produciendo casos aislados de violencia extrema sin motivo aparente. Ciudadanos corrientes se convierten en brutales asesinos y atacan a sus amigos, familiares, incluso a sus propios hijos. Los síntomas incluyen paranoia, esquizofrenia y comportamientos agresivos. Para la epidemióloga Margaret Montoya, este caso supone el mayor desafío de su carrera. Ambos se verán inmersos en una carrera a contrarreloj para acabar con tan extraña epidemia antes de que los medios destapen la noticia y el pánico cunda por todo el país.

 Para Perry Dawsey todo empieza con fuertes picores y unos extraños bultos azules de forma triangular que aparecen bajo su piel. En realidad se trata de parásitos microscópicos que intentan controlar a su huésped manipulando sus niveles hormonales e inundando su cuerpo con neurotransmisores, lo que provoca un aumento de la agresividad. Perry también experimenta los mismos síntomas que el resto de la gente, salvo por un matiz: él ya es un psicópata violento. Pero ahora deberá hacer uso de todo su autocontrol para mantener a raya su agresividad y deshacerse de los triángulos antes de que sea demasiado tarde.



Reseña: Si bien el género de la ciencia-ficción es, con frecuencia, víctima de los prejuicios y estereotipos con los que siempre acaba asociándose, la mayoría de sus libros poseen una doble lectura, una crítica feroz contra muchas de las bases sobre las que se fundamenta y mantiene la sociedad, abogando a la reflexión, e incluso al cambio. No obstante, como en todo, también tenemos esa pequeña minoría de novelas que no tienen otro objetivo salvo entretener e “Infected” pertenece a esta segunda categoría.

Scott Sigler se inspira en libros como “Las Ruinas” (Scott Smith), “El cazador de sueños” (Stephen King) e “Invasión”(Robin Cook) o películas como “La invasión de los ultracuerpos”(Philip Kaufman, 1978) y “Alien” (Ridley Scott, 1979), para narrarnos-con muchas pretensiones y poco acierto- la clásica historia de un intento frustrado de colonización por parte de una raza alienígena.

Un argumento que cumple con todos los tópicos propios del género, sin reportar ninguna novedad destacable, salvo dos elementos: la peculiar apariencia de los extraterrestres-dado que la mentalidad de colmena o el uso del cuero humano como recipiente ya fue desarrollado en las obras anteriormente citadas- y el personaje Perry Dawsey, quien Sigler consigue dotar de una compleja psique que refleja el lado primitivo de la naturaleza humana, basada en la supervivencia del individuo a cualquier precio. De ahí, la vorágine de violencia y sangre hacia la autodestrucción que protagoniza, un auténtico despliegue de gore literario no apto para cualquier lector.

Otro aspecto que perjudica a la novela es el excesivo patriotismo de sus páginas, propio de escritores estadounidenses como Dominique Lapierre y Larry Collins (“¿Arde Nueva York?”). El vertiginoso ritmo narrativo, muy propio de las grandes producciones de Hollywood, en los que la espectacularidad y exceso de su forma sirve para ocultar un fondo paupérrimo. O el incomprensible cambio de persona narrativa, en el que lector se transforma  de espectador pasivo a interactuar directamente con los personajes, quienes inician un diálogo directo, un recurso poco empleado aunque bastante conocido gracias a “Funny Games” (Michael Haneke,1997), que demostró la capacidad creativa de su director y que, al igual que en la película, manifiesta que un curioso estilo personal que deberá procurar desarrollar en próximas obras, pero guardando una coherencia con el resto de argumento.

Cualquier infección puede curarse, siempre que sea tratada a tiempo, y Scott Sigler tiene el talento y la incentiva necesaria para aprender de sus errores y rectificar en una más que posible segunda parte, solo debe aprender a distanciarse del estilo de otros autores-y sus obras-para conseguir que un libro de lectura pasable se convierta en el desencadenante de un auténtico fenómeno literario, como el presente, solo debe encontrar la causa de la enfermedad y erradicarla. Recemos para que el próximo diagnóstico sea más positivo.

LO MEJOR: El personaje de Perry Dawsey. El peculiar aspecto de los alienígenas. Las escenas de mutilación.

LO PEOR: La escasa original del argumento. El exceso de patriotismo en la prosa que tiende a mostrar a los estadounidenses como los únicos capaces de salvarnos de la invasión extraterrestre. Los incomprensibles cambios de persona narrativa.


Sobre el autor: Scott Sigler nació y se crió en Michigan. Heredó de su padre el amor por las películas clásicas de terror y de su madre, profesora de escuela, el interés por la lectura. Escribió su primera historia de monstruos, Tentáculos, a los ocho años. Se graduó en Periodismo y Publicidad y fue recolector de fruta, reportero de deportes, responsable de marketing para una empresa de software y vendedor de guitarras, antes de crear su propia web y autopublicar sus libros en formato podcast (audio).

Sigler reinventó el concepto de edición al convertir Earthcore en la primera novela publicada únicamente en podcast. Ofrecida en 20 episodios semanales, Earthcore, que ha conseguido 10.000 suscriptores, recupera la tradición de los seriales radiofónicos. Los fans de Sigler, conocidos como «junkies», han hecho cerca de siete millones de descargas de sus historias y son los responsables de que su novela Ancestor, publicada en papel por una pequeña editorial independiente y lanzada al mercado sin campaña de marketing ni cobertura de los medios, se convirtiera en número uno en la lista de más vendidos de Amazon.com




Publicada en La Web del Terror
Sinopsis: Una tarde de agosto de 1984, tres niños de 12 años se adentran como cada día en el bosque que linda con la urbanización de las afueras de Dublín en la que viven. Sólo uno de ellos volverá, con los zapatos empapados de sangre y sin el menor recuerdo de lo que sucedió. Hay en el bosque un castillo en ruinas y una piedra celta que, veinte años después, un equipo de arqueólogos investiga a toda prisa porque van a construir una autopista que va a arrasar la zona. Cuando una mañana de finales de verano los arqueólogos descubren el cuerpo de una niña de doce años sobre la vieja piedra celta, todo el mundo recuerda aquellas desapariciones de veinte años atrás que nunca se llegaron a aclarar. Y más que nadie el detective de la policía de Dublín Rob Ryan encargado del caso pues-casualidades literarias- se trata de aquel niño superviviente que veinte años atrás no logró recordar nada de lo que sucedió.




Reseña:

Lo que quiero dejar claro antes de empezar mi historia son estas dos cosas: anhelo la verdad. Y miento.” Esta es la carta de presentación utilizada por Rob Ryan, detective de homicidios, para relatarnos las semanas que precedieron al asesinato de una niña en el mismo lugar donde desaparecieron sus dos mejores amigos cuando él era un niño. Si bien puede resultar paradójico, en realidad Tana French no nos narra la historia de un crimen ni siquiera de la investigación policial que la precede, sino la búsqueda de la verdad. En función de nuestras decisiones y posteriores actos, estaremos más cerca de conocerla o, por el contrario, nos alejaremos de ella. E incluso existirán situaciones en las que debe ocultarse y ser sustituida por la mentira, al resultar demasiado dolorosa (o peligrosa) darla a conocer.


Para reafirmarse en esta posición, Tana French apuesta por la ambigüedad de sus personajes, teniendo el lector serias dificultades para catalogarlos como héroes o villanos, víctimas o verdugos a medida que la historia avanza y conocemos detalles de su pasado.


En este sentido, merece destacarse el inteligente uso que realiza de las metáforas, especialmente, la excavación arqueológica. Este escenario sirve para aludir la imperiosa necesidad de algunos de sus personajes por deshacerse del pasado, de destruirlo y volver a enterrarlo una vez descubierto, porque representa un obstáculo en su presente. Las ruinas son los restos de lo que fueron y prefieren olvidar, aquello que fue escondido a ojos ajenos, sepultados bajo la vergüenza y el temor a ser descubiertos, y que ahora resurgen para atormentarlos.

A pesar de tratarse una novela negra, Tana French apuesta por una prosa serena, que nos permite tanto recrearnos en la belleza de las imágenes detalladas como profundizar en algunos de los conflictos morales y personales planteados en sus páginas.

De igual modo, la narración en primera persona, si bien supone una limitación al disponer exclusivamente de una versión de los acontecimientos (justificando algunos de los interrogantes sin resolver al finalizar su lectura), facilitan un diálogo directo entre personaje y lector, reforzando la empatía y personalización del relato.

Si la saga de libros Millenium sirvió para demostrarnos que las novelas del género negro no se limitaba exclusivamente al territorio anglosajón, Tana French consigue con El silencio del bosque, no solo darse a conocer como una de las autoras de mayor potencial y talento, sino ofrecernos un libro capaz de estremecer al lector por el realismo y cercanía de su historia. De forma simultánea, supone una invitación a la reflexión sobre la sociedad que estamos conformando, más egoísta e indiferente hacia el sufrimiento ajeno.


VALORACIÓN: 8

LO MEJOR: La simbología del escenario del crimen y la riqueza de los detalles. La ambigüedad de los personajes.  La capacidad de la autora para mantener la intriga hasta el final.


LO PEOR: Cierta desigualdades en el ritmo. Las limitaciones de la narración en primera persona. El uso de algunos tópicos del género policíaco.



Sobre la autora: Tana French (Vermont, EE UU, 1973) creció en Irlanda, Italia, EE.UU. y Malawi, y ha vivido en Dublín desde 1990. Se formó como actriz profesional en el Trinity College de Dublín y ha trabajado en teatro, cine y grabaciones de voz. Actualmente es miembro de la PurpleHeart Theatre Company.