El pasado en el presente
¿La influencia del ayer está
justificada hoy? ¿Y mañana? Cerrar un capítulo de nuestra vida nunca es
sencillo, porque implica despedirse de las personas y nadie quiere decir adiós,
y mucho menos de forma definitiva. ¿Cómo renunciar a alguien que tuvo tanto
significado? ¿Cómo fingir la ausencia de sentimientos tras cada reencuentro? La
pervivencia de estas relaciones resulta dañina, pero también adictiva. Los
objetos que desencadenan los recuerdos se convierten en eslabones de una larga cadena
que nos ligan a aquellas experiencias, impidiéndonos avanzar. Porque solo existe
un dirección a seguir, con independencia del camino que realicemos, delante,
siempre hacia delante. La mirada al frente y nunca hacia atrás.
Decirlo es fácil, lo difícil es
la práctica. A pesar del apoyo que podamos recibir de las personas que todavía
permanecen con nosotros, resulta insuficiente. No quiero menospreciar su
esfuerzo, ni infravalorar sus gestos. El único problema reside en la falta de
conocimiento respecto nuestra situación
personal. Pueden haber compartido experiencias similares, pero siempre es
diferente cuando lo experimentas en la propia persona. Las palabras de aliento
solo incrementan nuestro desconsuelo y su compañía nos hace sentí todavía más
desamparados. Resulta paradójico, a la par de comprensible. No queremos su
ayuda, la rechazamos. Queremos demostrar que podemos superar la pérdida solos,
al menos en apariencia. El orgullo nos supera, cuando debería primar la humildad
del derrotado. Ser vencido no es motivo de vergüenza, solo de reflexión.
Descubrir nuestros errores para no repetirlos. Si bien volveremos a tropezar,
sabremos cómo caer para reducir el daño y levantarnos más rápido. Ahí reside la
clave, reconocer nuestra parte de culpa en lo sucedido. ¿Quién desea ser
señalado? Preferimos ser considerados víctimas de una injusticia, inocentes en
todos los aspectos. Queremos ser el bueno de la historia, el héroe solitario capaz
de superar cualquier obstáculo. No necesitamos escudero, tan solo una armadura
que nos proteja de las agresiones externas y una espada que mantenga alejadas a
las amenazas que pudieran presentarse. Una falsa fortaleza tan quebradiza que,
en realidad, nada nos hace, salvo añadir otro peso innecesario.
No podemos reprochar que las
lágrimas sean reprimidas hasta alcanzar la privacidad del hogar. Si, queremos
que lo demás nos apoyen, precisamos de su atención y cariño durante un tiempo. Con
todo, el cariño puede malinterpretarse con compasión y nadie quiere ser objeto
de ella. Además, otros pilares pueden servirnos de apoyo, pero el principal
(léase nosotros) debe ser reparado para poder sostener el resto de nuestra
existencia. Por eso aceleramos la cicatrización de las heridas cuando todavía
nos duelen y el recuerdo permanece fresco. La hipocresía que tanto detestábamos
en otro ahora la aplicamos en nosotros, sin conseguir sentirnos mejor. Este
comportamiento consigue el efecto contrario al buscado. El pasado deja de
enseñarnos y, en su lugar, nos domina. Su influencia eclipsa cualquier
posibilidad de avance y, tanto el presente como el futuro, se convierten en una
repetición del mismo. Queremos huir, dejarlo atrás. Con todo, es necesario enfrentársele
antes, superarlo. La pregunta resido en cómo. ¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo hacerlo
sin volver a sufrir por su culpa? ¿Cómo evitar infringirnos un dolor
innecesario? ¿Cómo conseguir que el pasado no sea presente ni futuro?
Si, es muy difícil, hay que intentarlo para poder avanzar. Si no cerramos historias no podemos avanzar, aunque parezca que lo hacemos.
ResponderEliminarUna vez le pregunté a mi amigo como hacía para olvidar a alguien y retomar el camino. Me dijo algo que me quedó marcado, "ellos se encargan de hacer que te olvides." Imaginé que se refería a cuando te desilusionan. De todas formas con ayuda o sin ayuda, la decisión es sólo tuya.
Un beso grande guapa
Magnificas palabras Lourdes. Gracias por compartirlas con nosotros. Un beso.
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