Dice Álvarez Junco en el prólogo que a «Diego Hidalgo le tocó representar en la historia de España el difícil papel de republicano de orden» y que «llamado para el Ministerio de la Guerra, adoptó como proyecto modernizar el ejército, por un lado, y atraérselo, por otro, hacia el nuevo régimen» de la II República; sin embargo, el estallido de la insurrección general de octubre de 1934 —conocida como la Revolución de Asturias— truncó su quehacer ministerial y sus aspiraciones políticas.
Consciente de inmediato de su amargo papel en todos aquellos cruentos acontecimientos, se impuso escribir este alegato sobre sus decisiones que hoy, tantos años después y como añade el profesor Álvarez Junco, se convierte en un «libro apasionante. Pocos reviven con tanta veracidad y tanta fuerza la situación de 1934. Pocos expresan tan agudamente las complejidades de la República española en aquel momento».

Durante la sublevación militar de julio de 1936 y la posterior Guerra Civil, se vio perseguido por ambos bandos y, con fortuna y no pocos peligros, logró salvar su vida y refugiarse en París. A su regresó a España, se reintegró en la carrera de Notario, eludiendo —y no por falta de propuesta— cualquier participación en la vida política del país.
Personaje singular, pues fue uno de los fundadores de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética y miembro del Tribunal Internacional de La Haya. Su obra literaria es breve y, además de este ensayo, consta del célebre Un notario español en Rusia (1929) y Nueva York: impresiones de un español del siglo XIX que no sabe inglés (1947), ambas, exitosas crónicas de viajes. También una biografía: José Antonio de Saravia: de estudiante extremeño a general de los ejércitos del Zar (1936).
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