La vorágine es una novela grande en todos los sentidos. Pocos relatos del siglo XX se le pueden acercar y menos aún siguen ocasionando tantas disputas sobre sus inabarcables significados. Así, La vorágine puede ser leída como la escarnecedora denuncia de la explotación inhumana de los caucheros en las selvas de la cuenca orinoco-amazónica, pero también como la novela iniciática del inmediato indigenismo o incluso, como opina Gutiérrez Girardot, como la tragedia del hombre moderno abocado al nihilismo ante la impiedad de cuanto le rodea y el rotundo fracaso de sus anhelos.
Sea como fuere, La vorágine es un relato descomunal y desbocado, que si arranca con un regusto entre el Romaticismo y el Naturalismo, concluye con un lenguaje propio que consigue estremecer al lector cuando lo enfrenta sin redención con la vacuidad del existir. No en balde fue, hasta la aparición de Cien años de soledad, la gran novela de Colombia, y sigue siendo una de las piezas maestras de la narrativa hispánica del siglo XX.

Entretanto, ocupa puestos políticos que le acarrean nuevos sinsabores, lo que no impide que, en 1928, representase a Colombia en un congreso internacional en La Habana. Desde allí, se traslada a Nueva York con la intención de crear una editorial para imprimir una nueva edición de La vorágine y su traducción al inglés. Ese mismo invierno, Rivera cayó enfermo y fue ingresado en el Policlínico al borde del coma. Moriría súbitamente sin determinarse su enfermedad. Aparte de La vorágine publicó el poemario Tierra de promisión.
0 comentarios:
Publicar un comentario