Sinopsis: La bióloga Rachel Lambert llega a los
Peninos del Norte, un fascinante paisaje entre Inglaterra y Escocia, para
liderar un proyecto medioambiental, junto con Anne, una botánica local, y
Grace, una zoóloga a la que no conoce. Al llegar a su refugio, Rachel se
encuentra el cadáver de una vieja amiga que, aparentemente, se ha suicidado;
pero enseguida empieza a sospechar que alguien la ha matado. Tras otra muerte
inexplicable, la inspectora Vera Stanhope, una mujer madura que no siempre
utiliza los métodos más ortodoxos, aparece en escena. Una fascinante novela
negra ambientada en una sugerente zona rural que pone en escena un supuesto
suicidio, tres personalidades femeninas fuertes y una opaca investigación con
muchos intereses ocultos.
Crítica: Inspirándose en una de las novelas más célebres de Agatha
Christie, «Diez negritos», el
dramaturgo estadounidense Neil Simon escribió la obra de teatro «Un cadáver a los postres», que posteriormente
sería adaptada al cine con Truman Capote («A
sangre fría») interpretando al millonario Lionel Twain, quien invita a los
cinco mejores detectives a su mansión para que resuelvan su propio asesinato
cuando todavía no se ha producido el susodicho crimen. La pretensión del autor
era satirizar el género policiaco, así como las dos principales escuelas en las
que se desarrolló, la escuela inglesa y
la estadounidense, burlándose de los
principales investigadores de la literatura como Hercules Poirot, Miss Marple,
Nick y Nora Charles, Charlie Chan y Sam Spade. A pesar de considerarse una
película de humor absurdo, Neil Simon realizaba una reflexión sobre la
evolución de la novela policiaca, cuyos asesinatos empezaban a mostrar notables
similitudes, aunque estuvieran cometidos por diferentes mentes criminales.
Precisamente, la propia «Reina del Crimen» reconocía que sus
primeras novelas imitaban el estilo de Gastón Leroux («El misterio del cuarto amarillo»), Wilkie Collins («La dama en blanco» y «La piedra lunar») o Arthur Conan Doyle («Las aventuras de Sherlock Holmes»),
porque la clave de los relatos detectivescos no reside en el crimen, sino en su
resolución. Es decir, la forma de narrarlo al lector para mantener su interés
conforme avanza la investigación hasta el momento de revelar la identidad del
asesino.
Ann Cleves debuta en este género empleando
la mayoría de elementos que caracterizan a la escuela inglesa, aunque aportando
dos notables diferencias. En primer lugar, opta por escenarios abiertos,
naturales alejados de las clásicas mansiones victorianas y otros espacios
cerrados. De hecho, resulta difícil no
clasificarla como una novela landscape
(o paisajística), porque la región montañosa de Los Peninos del Norte acaba
convirtiéndose en otro personaje, un narrador silencioso, pero omnipresente
durante todo el relato que nos describe con gran precisión la sencilla belleza
de un paisaje que se contrapone con la psicología de los tres personajes femeninos
principales: Rachel, Anna y Grace.
La autora sabe aprovechar esta
contraposición modificando la prosa según la mujer que adquiere el protagonismo
de la narración. Es decir, consciente de que emplea dos tercios de las novelas son dedicados a
profundizar en sus respectivas historias, Ann Cleves evita que el laconismo de la prosa o el ritmo
pausado de la novela contraríen al lector modificando la voz y adaptándola
según la personalidad de cada personaje. De este modo, consigue ampliar el
segmento de posibles lectoras según la mayor o menos afinidad con cada una,
facilitando la empatía. Observemos que Grace, a pesar de su juventud, es uno de
los personajes más complejos y oscuros de la novela, pero también maduros en
contraste con la desinhibición y la impulsividad de Anna.
Otro aspecto destacable es que
los asesinatos poseen una repercusión que trasciende del ámbito privado,
extendiéndolo a la pequeña comunidad en la que se producen. A pesar de que
pueda considerarse una característica propia de la escuela estadounidense, comprobamos
que, a pesar de esta repercusión social, sigue produciéndose a una escala
pequeña. Por tanto, Ann Cleves incluye una denuncia contra la especulación
inmobiliaria, la corrupción política, la marginación social de los enfermos
psicológicos o la escasa conciencia medioambiental. Una tendencia que
observamos en otros autores de novela negra europea como Tana French («El silencio del bosque»), Stieg Larsson («Los hombres que no amaban a las mujeres»),
Åsa Larsson («Aurora boreal») o Camilla Läckberg («La princesa de hielo») en los que los
crímenes sirven a sus respectivos autores para poner en relieve los problemas más
acuciantes de sus países.
Con todo, «Una trampa para cuervos» acaba siendo una novela correcta, cumpliendo
con los parámetros del género sin realizar una aportación realmente distintiva.
Es cierto que la inspectora Vera Stanhope resulta un personaje atípico, tanto
en apariencia como actitud, pero su atractivo es poco notorio si lo comparamos
con otros homólogos literarios contemporáneos como Lisbeth Salander («Los hombres que no amaban a las mujeres»)
o Aloysius X.
L. Pendergast («The Relic»).
Por otro lado, Ann Cleves comete
el desliz de proporcionar demasiadas pistas que cualquier lector comedido
asocia con relativa facilidad para alcanzar la resolución del crimen antes que
la peculiar inspectora. Un error que se extiende a Vera Stanhope, pues
tratándose de una novela de presentación
de la inspectora, aporta detalles significativos de su biografía
anticipadamente. La autora debería haberse centrado más en el aspecto
profesional y, poco a poco, profundizar en lo personal durante posteriores novelas
de la serie. Sin embargo, comprobamos que, cuando Stanhope asume la voz
narrativa, sus capítulos están dedicados principalmente a describirnos
anécdotas personales y recuerdos de una infancia poco común que a la
investigación. Por consiguiente, cuando nos revelan la identidad del asesino y
sus motivaciones, el espacio dedicado a ambos se limita a las últimas páginas
de la novela y utilizando una narración precipitada, cuando hubiese requerido
una mayor desarrollo.
A pesar de que «Una trampa para cuervos» consigue
atraparnos en la compleja trampa de secretos familiares, conspiraciones
políticas e intereses empresariales sobre los parajes naturales escasamente protegidos
de Gran Bretaña; Ann Cleves sigue con
demasiada rectitud los principios que definieron la escuela inglesa de novela
negra. La influencia de Agatha Christie resulta evidente y, exceptuando ciertos
detalles de la prosa, el personaje de Vera Stanhope todavía deberá resolver
muchos crímenes antes de emular a Hercules Poirot. No obstante, la inspectora
ya ha encontrado las primeras pistas para resolver su caso más difícil...
LO MEJOR: Los contrastes entre la sencillez de los paisajes y la
complejidad de sus tres personajes femeninos principales. La modificación de la
prosa según el personaje que asume la narración de la historia, permitiendo una
mejor complementación de las tres historias desarrolladas en paralelo. La
denuncia social implícita en la novela.
LO PEOR: Es una novela correcta siguiendo los parámetros narrativos
de la escuela inglesa. El desaprovechamiento de Vera Stanhope cuando asume la
narración.
Sobre la autora: Ann
Cleeves (Gran Bretaña, 1954) empezó a escribir cuando ella y su marido, de
profesión guardabosques, se instalaron en una región en la que había poco más
que hacer que observar a los pájaros. Su serie policíaca protagonizada por Vera
Stanhope pronto se volvió muy popular y, además de adaptarse a la televisión en
Gran Bretaña, le ha valido muchos premios y se ha publicado en más de veinte
países.
Eso de que cambie el tipo de narración según el personaje me gusta. Ya probé algo parecido en otras novelas y me siento cómoda con ello... siempre que se haga bien.
ResponderEliminar¡Muchas gracias por la reseña! ^^
¡Un biblio-beso! ♥
Buenas noches Ángela,
EliminarEn absoluto, gracias a vosotros por vuestro apoyo y comentario en cada nueva entrada.
Un abrazo
María del Carmen Horcas (La diseccionadora de libros)