Sinopsis: El terror comenzó
tan discretamente que al principio pasó inadvertido. Pequeñas molestias en Regan,
para las cuales Chris MacNeil, actriz y madre, encontraba fáciles
explicaciones. Con el tiempo, pareció como si Regan hubiese sido invadida por
una personalidad diferente… ¿Era posible que anduviera suelta una entidad
demoníaca? Si los médicos y la psiquiatría no ayudaban, ¿el exorcismo podría
ser la respuesta?
La Iglesia había sido profundamente escéptica acerca de la posesión
diabólica. Pero al vida de Regan estaba en juego. Y eso significaba que había
llegado el momento para ese implacable
rito que une a un exorcista y demonio en un duelo mortal.
Crítica: En una decisión sin precedentes, el ex cardenal arzobispo
de Madrid, Antonio María Rouco Valera, inició el proceso para el nombramiento
de ocho sacerdotes para combatir las posesiones demoníacas en la capital de
España ante la necesidad de atender el cada vez mayor número de peticiones por
las supuestas víctimas. Además de la formación necesaria para ejercer como
exorcista, los clérigos deberán poseer conocimientos sobre el mundo de las
drogas y las sectas satánicas, junto con el asesoramiento de un grupo de
psiquiatras para discernir entre trastornos psicológicos y auténticas
posesiones de Satán.
Resulta curioso que, aunque
debatimos constantemente sobre la existencia del Creador, pocas personas diverjan
acerca de la presencia del Maligno en nuestras vidas. En una época de grandes
progresos científicos -como la detección de las primeras ondas producidas por
el universo tras su creación, es decir, la evidencia física que demuestra la
teoría del Bing-Bang-, continuamos sintiéndonos atraídos por lo inexplicable, lo esotérico, lo obscuro, lo
prohibido…
A finales de agosto de 1949,
William Peter Blatty se obsesionó con un reportaje publicado por The Washington Post sobre Robbie
Mannheim, un joven de catorce años que, durante seis semanas, había sido
sometido a numerosas sesiones de exorcismo para expulsar un demonio que había
poseído su cuerpo. Su curiosidad se incrementó al conocer que uno de los
sacerdotes responsables era profesor en campus, el padre William Bowder, a
quien escribió repetidas veces solicitándole una entrevista personal. Si bien,
el sacerdote se negó a esta petición, informó a Blatty de la existencia de un
diario pormenorizado de los hechos acontecidos
aquel abril.
Los documentos estaban
custodiados en la sede de la orden de Jesús en Nueva York y Battly consiguió
acceder a ellos. Impresionado por el testimonio de los tres párrocos, decidió
escribir una novela que describiese aquella intensa batalla contra el mal, «El exorcista».
Si bien William Peter Blatty
dramatizaba algunos detalles de la historia original, demuestra el riguroso
proceso de documentación e investigación previo a la concepción del libro. El
autor nos describe una iglesia más
racional y escéptica de la que estamos acostumbrados a través del padre Damien Karras, quien
deberá encontrar las pruebas necesarias para autorizar el exorcismo de Regan MacNeil.
Al igual que los diferentes
equipos médicos, somos incapaces de establecer un diagnóstico capaz de explicar
la progresiva degradación física y psicológica de Regan, e incluso cuando
interviene Karras seguimos mostrándonos escépticos ante la posibilidad de que
todos los acontecimientos hayan tenido un origen paranormal. Blatty aprovecha
nuestros prejuicios, volviéndolos en nuestra contra para manipularnos,
confundirnos, engañarnos… tal y como haría el propio diablo.
De esta forma, el autor consigue
mantener la intriga hasta prácticamente las últimas hojas con pistas falsas que
nos impulsan a creer, precisamente, en la posibilidad de que todo sea
consecuencia de la mente enferma de Regan. Únicamente, cuando reaparece el
personaje del padre Lankester Merrin, a quien conocimos en el primer capítulo
de la novela, y asistimos al exorcismo somos incapaces de seguir negando la
realidad.
Además, durante la lectura de
estos capítulos descubrimos la existencia de un anterior encuentro entre el
sacerdote y la entidad demoníaca, provocando una gran desazón en el lector, pues
significa que -con independencia de las veces que hayamos conseguido derrotarlo-
siempre encuentra la forma de regresar para seguir infligiéndonos daño.
En este aspecto, «El exorcista» es una novela
verdaderamente desalentadora. William Peter Blatty no pretende transmitir
ningún mensaje esperanzador sobre la existencia de Dios, así como su capacidad
para proteger de cualquier mal a aquellos que creen en él, sino todo lo
contrario. Adviértase que Chris MacNeil y su hija son ateas, pero la ausencia
de dogmano evita que Regan sea poseída al jugar con una tabla de ouija
perteneciente a su madre. Algunos lectores podrían considerar que ambas son
castigadas por su falta de fe, pero Blatty demuestra que, incluso aquellos con
unas sólidas convicciones, acaban por dudar.
El efecto de sus palabras resulta
todavía más devastador a través del uso de frases cortas para describirnos
imágenes dantescas como las contorsiones en ángulos imposibles y dolorosos, las
dermografías, los cambios de temperatura en la habitación, la transformación de
las facciones, los desagradables olores, el movimiento de objetos… Además,
observamos como las escenas a plena luz del día y los escenarios abiertos son
reemplazados de forma progresiva hasta que toda la acción se desarrolla en la
habitación de Regan durante la noche. Una metáfora perfecta sobre las sombras
que, poco a poco, se extienden impidiéndonos vislumbrar cualquier vestigio de
luz.
Sin embargo, William Peter Blatty
no pretende causar polémica, sino que el tratamiento de la historia se realiza
de forma respetuosa al englobar todos los puntos de vista existentes a través
de sus personajes. De ahí la importancia de los diálogos, que nos proporcionan
información relevante para comprender las múltiples temáticas mencionadas, pues
el autor no nos habla exclusivamente de los exorcismos, también denuncia el abuso
de psicofármacos en niños o la marginación social. Posiblemente la única escena
que resulta forzosa sea la fiesta celebrada por Chris MacNeil y su
incomprensible insistencia en derivar la conversación hacia las misas negras.
Con todo, Blatty nos proporciona
alguna sonrisa con el detective William Kinderman y sus delirantes monólogos,
aunque pronto descubrimos que el autor vuelve a engañarnos con la inofensiva apariencia de este personaje.
«El
exorcista» demuestra ser una novela sólida en todos los aspectos, desde el
riguroso proceso de documentación e investigación previo hasta la inesperada
conclusión de la historia. A pesar de la dramatización con respecto al suceso
real que la inspira, William Peter Blatty consigue alejarse del sensacionalismo
propio de este tipo de historias, sabiendo encauzarla hacia una perspectiva más
respetuosa que abarca todos los puntos de vista a través de sus personajes y,
en especial, los inteligentes diálogos. No obstante, la pesadumbre continúa
tras acabar la lectura, pues «Como ha dicho usted… en lo que a Dios
concierne presumo de no creyente, y, aunque no estoy muy segura, creo que lo
sigo siendo. Pero en lo que respecta al diablo… bueno, es algo distinto. Lo
podría aceptar, y en realidad lo acepto (…) Si a uno se le ocurre pensar en
Dios, tiene que imaginarse que existe uno (…) ¿Se da cuenta de lo que quiero
decir? Él nunca habla. Pero el diablo no hace más que darse propaganda, padre.»
LO MEJOR: El riguroso proceso de documentación e investigación
previo. A pesar de la temática, William Peter Blatty realiza un tratamiento
respetuoso, sin incitar ninguna polémica o ensalzar los aspectos más
sensacionalistas. La capacidad de mantener la incógnita hasta los últimos
capítulos. La solidez de los personajes y los diálogos que mantienen.
LO PEOR: La escena de la fiesta celebrada por Chris MacNeil.
Sobre el autor: William Peter Blatty es un novelista y guionista estadounidense que nació el
7 de enero de 1928. Hijo de padres libaneses, nació en Nueva York, ciudad por
la que deambuló con su madre de hogar en hogar tras el abandono de su padre.
Tras su educación en diversos colegios católicos y jesuitas, finalmente asistió
a la Universidad de Georgetown y a la Universidad George Washington, donde
estudió Lengua y Literatura Inglesa. A mediados de los años 50 ganó 10,000
dólares americanos en un concurso televisivo, lo que le permitió dedicar los
siguientes años a la escritura. Publicó varias novelas cómicas que, si bien
obtuvieron una valoración positiva por parte de la crítica, no fueron grandes
éxitos de ventas. Comenzó a escribir guiones en colaboración con el director Blake Edwards, pero al tiempo
retornó a la novela. En un apartado paraje del Lago Tahoe escribió El exorcista,
una novela de terror que él mismo adaptó para cine y que dirigió William
Friedkin; ésta tuvo un inmenso éxito y obtuvo un Óscar para Blatty, si bien
también fue acompañada de polémica. Aunque escribió varias novelas en la línea
de ésta, algunas de las cuales también fueron llevadas al cine, ninguna llegó
al estado de culto de El exorcista.
Un libro terrorífico que siendo literario casi le basta con ser narrado en tono periodistico. Tiene la capacidad de exponer muy bien un asunto complejo y que seguramente escapa a nuestro entendimiento.
ResponderEliminarBuenas noches Jordim,
EliminarConsidero que si la obra hubiese adoptado un tono específicamente académico no hubiese tenido la misma repercusión. Sin embargo, la dramatización de los acontecimientos se realiza de forma tan respetuosa, sin incurrir en juicios de valor que únicamente podemos alabar al autor por conseguir este equilibrio entre la ficción y... ¿la realidad?.
Un cordial saludo
María del Carmen Horcas (La diseccionadora de libros)
Un excelente análisis y comentario de este libro maestro. Tómese en cuenta que en la década de los '70 que se escribió y difundió, la tecnología sólo nos permitía leer y ver películas. El libro y su versión fílmica son excelentes .
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