Sinopsis: Ni
siquiera todo el cariño y el cuidado puesto por una joven para cuidar un
ejemplar de La Joya de Babilonia, la especie de planta más bella y espectacular
de los míticos jardines colgantes que ocupan un lugar de honor entre las Siete
Maravillas del Mundo, es capaz de evitar que una gran desgracia caiga sobre su
familia. Y si una especie ha sobrevivido tanto tiempo es porque sabe
garantizarse su propio sustento…
Reseña: El mal es una
semilla que crece lentamente, extendiendo
sus raíces a lo largo de toda la historia. Cada acto de crueldad le proporciona el alimento que necesita,
volviéndola más fuerte. La sangre de las víctimas inocentes riega la tierra sobre
la que se asienta. Probar el fruto de sus ramas significa la condena del alma y
la corrupción del cuerpo que disfrutó con su sabor.
Algunos
podrían considerarlo una simple metáfora basada en al episodio del Génesis, donde
la especie humana prefirió desobedecer e ignorar las advertencias sobre las consecuencias
que acarrearían sus actos a partir de aquel mordisco. Sin embargo, Juan Miguel
Fernández no puede evitarse preguntarse si, al igual que muchas otras leyendas supervivientes,
el mito tiene una base real.
El jardín impío representa un ejemplar exótico dentro del
género Z. El escritor asturiano consigue aportar novedad a las historias de
muertos vivientes gracias a varios aspectos muy significativos de su obra prima.
En primer
lugar, la peculiar forma de infección. Ritos vudús, maldiciones ancestrales,
energía nuclear, armas biológicas, invasiones alienígenas… Las razones que
sirviesen para explicar la presencia de los zombies son abundantes y destacan
por su pluralidad, sabiendo adaptarse al contexto. Es más, ningún monstruo ha sabido
retratar mejor los miedos que imperaban en la sociedad según la época en la que
se produjese. Algunos consideran que los zombies son, en realidad, una metáfora
que sirven para encauzar las críticas hacia determinadas áreas de nuestra vida,
como el capitalismo o la fe ciega en los
últimos avances científicos. En este sentido, los mejores ejemplos siguen
siendo Soy leyenda (Richar Mathesson)
y Los ladrones de ultracuerpos (Jack
Finney).
De hecho, El jardín impío bien podría representar
un tributo personal del autor a este clásico de la literatura de terror, así
como de La pequeña tienda de los horrores
(Roger
Corman, 1960). En ambos casos, el miedo regresaba a un estado primario,
obligándonos a retroceder hasta un
tiempo donde las mayores amenazas las representaba el propio ecosistema en el
que habitábamos, cuando la especie humana todavía no había dejado su huella
artificial sobre el mismo. Sin embargo, a medida que los avances tecnológicos
nos facilitaban la vida, olvidamos el poder que la naturaleza llegaba a ejercer
sobre nosotros, condicionando nuestra existencia a sus caprichos. Si bien, ella
se encarga de recordárnoslo siempre que es necesario.
Bien podríamos
decir que Juan Miguel Fernández nos enfrenta a una interesante paradoja, pues
no sabemos si La joya de Babilonia es
realmente un vástago indeseable de la propia naturaleza o, por el
contrario, resultado de la propia
corrupción humana, quien la obligo a evolucionar hasta su actual estado para
poder sobrevivir ante tanta crueldad.
Otro aspecto muy
interesante de la novela es el escenario seleccionado. Al contrario que otros títulos, Juan Miguel
Fernández decide alejarse de los grandes núcleos urbanos y opta por una pequeña
población de las montañas. El carácter rural del entorno representa una apuesta
arriesgada, pues el espacio para desarrollar la acción es limitado, así como el
número de personajes que pudiesen intervenir en la trama. Sin embargo, el autor
ha sabido encauzar la historia para ofrecernos un relato más cercano y lleno de
humanidad. De este modo, el autor ilustra las virtudes y miserias del ser
humano utilizando a los diferentes habitantes de Villa Nova y su reacción ante
los violentos acontecimientos a los que deben sobrevivir, juntos o por
separado.
Cabe destacar los
diálogos mantenidos entre el padre Adolfo y Jaime, llenos de interesantes
reflexiones acerca de la naturaleza humana y, sobre todo, la demostración de
que dos ideologías contrarias pueden convivir sin necesidad de recurrir a la
violencia para imponerse una sobre la otra.
Por último, el atípico
estilo narrativo. Acostumbrados a un lenguaje mucho más informal que imperan en
este tipo de novelas, Juan Miguel Fernández nos sorprende con una riqueza
léxica cada vez menos recurrida, dando lugar a libros cada vez más homogéneos
desde un punto de vista lingüístico, salvo algunas excepciones como El ocaso de los ángeles (Vael Zanón).
Y aunque se
agradece este esfuerzo del autor por regresar una literatura menos lineal y más
elaborada, debemos reflexionar como la forma puede afectar al fondo. Si bien
los tres primeros capítulos son magníficos, datos de la atmósfera que
caracteriza a los clásicos de la novela negra y que algunos autores todavía
conservan en sus obras, como Henning Mankell (Asesinos sin rostro), una vez que el relato realiza el salto
temporal hasta nuestros días resulta un poco arcaico. Resulta incoherente una
escena en la que se está produciendo una horrible matanza y, sin embargo,
algunos personajes conserven la suficiente endereza para articular un discurso
con semejante gramática. Tampoco resulta creíble que un grupo de jóvenes posean semejante nivel de
lenguaje, y más después de algunas copas y unos porros con bastante cuerpo.
De igual modo,
existen demasiados saltos temporales que propician algunas lagunas
argumentales, en especial durante el último tercio de la novela, donde los
acontecimientos reciben un tratamiento más superficial y el ritmo narrativo
resulta precipitado. Si la novela hubiese tenido un centenar más de hojas,
quizás se hubiesen cubierto estas carencias. Con todo, Juan Miguel Fernández
deja abierta la posibilidad de una segunda parte, pues todos sabemos que el mal
no es tan fácil de exterminar, salvo que lo cortemos de raíz.
El jardín impío nos concede la oportunidad de apreciar algunos de
los ejemplares más extraordinarios de la especie humana, como la envidia,
la lujuria, la gula o la ira. Situado en
pleno corazón de Villa Nova, estas plantas crecen llenas de vitalidad gracias
al oscuro secreto que la alimenta desde hace más de diez años. Sin embargo, Juan
Miguel Fernández también les concede un espacio al amor, la solidaridad y la
esperanza a través de un conjunto de personajes obligados a colaborar pese a
sus diferencias si quieren sobrevivir.
Un relato lleno de
originalidad y múltiples lecturas, como ramas tiene un árbol. El jardín impío asienta las raíces de
este autor primerizo, en espera de comprobar hasta dónde puede crecer con su
estilo tan personal y característico, que seguro le reportará grandes cosechas.
VALORACIÓN: 5
LO MEJOR: La original forma de transmitir la infección. El personaje de Jaime y
sus conversaciones con el padre Adolfo. La presentación de la historia.
LO PEOR: La incongruencia entre la forma y el fondo. Algunas lagunas narrativas
y un ritmo demasiado acelerado en la última parte de la novela.
Sobre el autor: Juan Miguel Fernández es una apasionado
de la literatura desde siempre, con especial inclinación por géneros como el
terror o la fantasía épica, así como por otros temas como el mundo de lo
paranormal, la historia antigua o la música Heavy Metal, a la que cita como una
de sus principales fuentes de inspiración. Aunque esta sea su carta de
presentación en el apasionante ruedo del mundo literario, son muchos los
relatos o novelas que ha escrito por placer a lo largo de los años hasta llegar
a este momento, en buena medida por la ferviente fe y el empuje de su mujer
Eva, en el que su obra será juzgada por los lectores.
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