Relato: Génesis

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Génesis
Aquel día, cuando despuerté, supe que iba a morir. No fue una sensación inexplicable ni una intuición que luego nunca se cumple, sino una certeza inquebrantable. Solo me quedaban veinticuatro horas de vida, puede que menos. Tenía que aprovecharlas si quería tener alguna oportunidad. Realizando un gran esfuerzo, conseguí desprenderme del abrazo de las sábanas e incorporarme. El dolor de las heridas más recientes evito que cediese ante la tentación de un sueño inconcluso. Al igual que el canto de las sirenas condenaba a los marineros hacia los afilados arrecifes que despuntaban entre las olas de un mar embrevecido, como los dientes de una criatura hambrienta e insaciable, la calidez que desprendía la tela ejercía sobre mi cuerpo una atracción irresistible. Su suave tacto contra mi piel completamente desnuda me recordaba las caricias de algún amante de mi pasado, aunque mi mente se negaba proporcionarle un rostro, ni siquiera un nombre. Quizás para evitar que su ausencia se hiciera más dolorosa frente a la soledad de mi presente. En una burda imitación de Lázaro incorporándose de su tumba, mis miembros reaccionaron con movimientos breves y espasmódicos, como si regresar a la vida después del sueño supusiera un acto desagradable, y puede que lo fuera. Algunas noches, cuando el desánmino era más fuerte que mi voluntad, deseaba cerrar los ojos y no volver a abrirlos nunca más. Sumergirme en una oscuridad tan densa que ninguna luz pudiera rescatarme y yacer rodeada de sombras. Al fin y al cabo, el mundo que conocía había cambiado, aunque lo más correcto era decir que había desaparecido. Incapaz de aceptarlo, la opción del suicidio resultaba tentadora, una liberación. Sin embargo, cada día volvía a despertar y me obligaba a seguir luchando. ¿Por qué lo hacía? Ójala tuviera respuesta. ¿Acaso era el instinto de supervivencia? ¿la imperiosa necesidad de perdurar cuando el resto ha caído? ¿El decir yo estuve aquí cuando no habie nadie más atestiguarlo? Siempre debe quedar algo... O alguien. Esa era yo. Una superviviente, aunque no por mucho tiempo. Veinticuatro horas, ahora menos que eso. Y el tiempo seguía corriendo, acabándose...


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