Crítica de La habitación (Emma Donoghue)

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Sinopsis: Para Jack, un niño de cinco años, la Habitación es el mundo entero, el lugar donde nació, donde come, juega y aprende. Por la noche, Mamá lo pone a dormir en el Armario, por si viene el Viejo Nick... 

Para su madre, la Habitación es el cubículo donde lleva siete años encerrada. Con gran tesón e ingenio, ha creado en ese reducido espacio una vida para su hijo, y su amor por él es lo único que le permite soportar lo insoportable. 

Pero la curiosidad de uno crece a la par que la desesperación de la otra. Solo queda urdir la huida, un plan más arriesgado de lo que ambos pueden llegar a imaginar. 

Crítica: En las profundidades de una caverna anónima, donde cualquier luz es eclipsada por la indómita oscuridad y los sonidos procedentes del exterior son ensordecidos ante el vociferante silencio de la piedra desnuda, encontramos a tres hombres completamente inmóviles por las gruesas cadenas que sujetan sus miembros, imposibilitándoles cualquier sencillo gesto, incluso girar la cabeza. La existencia de estos prisioneros se ha caracterizado por la limitación de estímulos, salvo el calor desprendido por una hoguera situada a sus espaldas y las sombras que reflejan una serie de objetos emplazados cerca del fuego candente. Los hombres consideran que la única verdad existente es aquella que perciben a través de los sentidos, ignorantes de la existencia de otra muy diferente a la única que conocen. Sin embargo, cuando uno de los prisioneros es liberado para enfrentarse a las sombras, niega aquella nueva realidad, así como el engaño a sus sentidos durante todo ese tiempo en el que ha vivido sometido a la voluntad de otros. Con el transcurso del tiempo, acepta ese nuevo –y complejo- nivel de conocimiento y decide seguir aventurándose hacia el exterior de la caverna para seguir aprendiendo. De esta forma, el esclavo liberado comienza su peregrinaje hacia el auténtico saber, hacia la verdad. 

Al igual que en la «alegoría de la caverna», la vida del pequeño Jack es la Habitación, un reducido espacio que comparte solo junto a su Mamá, excepto por las ocasionales visitas nocturnas del Viejo Nick que lo obligan a dormir dentro del Armario. Durante cinco años, aquel ha sido todo su mundo, porque todo lo demás es solo Tele. No obstante, su madre empieza a hablarle de la existencia de otro lugar fuera de la Habitación, donde existen muchas cosas que creía ser solo Tele, como el mar, la hierba, la lluvia, los perros, las vacas, los aviones, los columpios, las tiendas de comestibles, el zumo de manzana, las piruletas de todos los colores… Sin embargo, salir implicaría abandonar la Habitación para no regresar nunca. A pesar de la negativa de Jack, Mamá está decidida y juntos empiezan a planear cómo engañar al viejo Nick para escapar afuera, donde todo un nuevo mundo los espera. 

«La habitación» es una sobrecogedora novela sobre la capacidad de supervivencia de las personas para superar circunstancias dramáticas, así como una conmovedora historia sobre el amor incondicional entre una madre y su hijo. 

Emma Donoghue emociona al lector con el relato del pequeño Jack, cuya inocencia y humildad nos recuerda a «El niño con el pijama de rayas» (John Boyne) o la película «La vida es bella» (Roberto Beningni) ante la capacidad de la autora para describirnos episodios tan traumáticos como las reiteradas violaciones a su madre con esa característica descripción infantil carente de prejuicios para convertirlo en un acto tan inocuo como «el viejo Nick hizo crujir la cama». 

Una novela que se divide en dos partes claramente diferentes, la vida de Jack antes y después de la Habitación. Durante la primera, descubrimos la rutina establecida por Mamá repleta de actividades y juegos para que la vida dentro del cubículo sea lo más completa –y normal- posible dentro de sus limitaciones. La determinación de la madre resulta admirable desde el primer instante ante su capacidad para olvidarse por completo de su condición de prisionera, de víctima anteponiendo siempre el bienestar de su hijo al propio. Si bien, Emma Donoghue no omite los episodios más desagradables de esta vida en confinamiento que Jack describe como los «días en los que Mamá está ida». 

En estos capítulos destaca la doble percepción de los acontecimientos descritos por Jack que requieren una lectura paciente y atenta a los detalles, permitiendo comprender la auténtica complejidad del relato que no se limita exclusivamente a una historia de secuestro y liberación, sino de significado más profundo. Por ejemplo, apreciamos una significativa variación en el ritmo cuando Jack nos describe su día a día en la Habitación. La narración es pausada con objeto de transmitir la dilatación de las horas, la exasperante necesidad de comprimir las horas mediante nuevas actividades o la constante sensación de claustrofobia conforme avanza el tiempo de forma inexorable, consciente de que nada cambiará al día siguiente, sino que mañana será igual que hoy y ayer. A pesar de que Jack es el protagonista/narrador, estos fragmentos permiten compartir la angustia de la madre, pero siempre desde la perspectiva de su hijo. 

Por el contrario, cuando ambos consiguen escapar comprobamos que la narración se vuelve más fragmentada ante la incapacidad de Jack para asimilar todas las nuevas experiencias, excepto las más significativas. Los períodos temporales se amplían, no abarcan exclusivamente un día, sino varios –e incluso semanas- entre episodios. Emma Donoghue consiguen transmitir el conflicto de emociones que representa el mundo exterior para Jack, pues al contrario que el preso liberado en la alegoría de Platón, él no ha dispuesto de un período previo –y progresivo- de adaptación. De esta forma, la autora es capaz de provocar en el lector curiosidad, miedo, confusión o sorpresa conforme redescubrimos el mundo a través de Jack, tal y como hiciera previamente para construir todo un mundo entre cuatro paredes. 

Otro detalle llamativo es que Jack siempre menciona todos los objetos con mayúsculas, dotándolos de una importancia mayor, porque en su vida solo existe una Claraboya, un Edredón, una Alfombra, una Cuchara Derretida, una Planta, una Araña… El niño los magnifica, son esenciales e insustituibles para sobrevivir. De esta forma, aprende el auténtico valor de las cosas, aprende a respetarlas y cuidarlas, no desaprovecha nada de lo que la vida puede ofrecerle en su confinamiento y, sin embargo, jamás se ha sentido desdichado por tener pocos juguetes o libros, sino todo lo contrario. Jack es un niño feliz. 

De forma indirecta, Emma Donoghue introduce una temática que posteriormente desarrolla en mayor profundidad durante la segunda parte de la novela, la educación de los hijos. La autora reflexiona acerca de la sobreprotección paternal, el injustificado consentimiento a los caprichos infantiles, el escaso tiempo dedicado por los padres a sus hijos o la obligación de los abuelos de criar a sus nietos ante la imposibilidad de compatibilizar la vida laboral y personal. 

Observamos la dependencia emocional de Mamá, quien pretende evitar que su Jack crezca, porque representaría perder la única razón para vivir durante siete años de cautiverio. Sin embargo, también quiere recuperar su vida anterior, algo imposible ahora que es madre produciéndose una disyuntiva emocional insoportable entre la necesidad de independencia y las obligaciones de la maternidad, porque implica un sacrificio personal que ahora es incapaz de asumir al advertir que todos sus decisiones y actos son juzgados por los demás, cuando en la Habitación poseía de absoluta libertad para decidir sobre todos los aspectos de la vida de Jack. Es más, el propio Jack se encuentra limitado por la sociedad ante las restricciones que implica la convivencia con otras personas, provocando toda una serie de malentendidos que provocan una oscilación en los sentimientos del lector entre las sonrisas y las lágrimas ante la imperturbable inocencia de Jack, capaz de evidenciar las contradicciones de la vida adulta que tiende a complicarse de forma innecesaria a través de detalles bizantinos que solo un niño con una visión fresca y novedosa sería capaz de percibir. 

Y es que «La habitación» no es una lectura estática, sino que crece conforme lo hace el mundo de Jack, tanto su contenido como su forma se adaptan a las experiencias del joven protagonista para ofrecernos una visión cada vez más madura que concluye en un impactante final, completamente inesperado por su significado al demostrarnos que durante todo ese tiempo, en realidad, Jack siempre fue el esclavo liberado que regresó a la cueva para rescatar el resto de sus compañeros (Mamá) y ayudarlos a sobrevivir en el mundo exterior. No olvidemos que, básicamente, «La habitación» es una novela sobre el poder curativo del amor. 

«La habitación» es una novela impactante y conmovedora, un estremecedor relato de supervivencia, un emocionante thriller psicológico, una reflexiva crítica sobre la educación de los hijos, un divertido cuento inspirándose en la anécdotas infantiles de los propios hijos de la autora, pero, ante todo, es la enternecedora historia de amor incondicional entre una madre y su hijo. Emma Donoghue desarrolla con inteligencia y un amplio conocimiento de la psicología –y emociones- humana una novela por la que siempre querremos regresar a la Habitación junto a Jack y su Mamá. 

LO MEJOR: P-E-R-F-E-C-T-A. Emma Donoghue ha escrito una de las novelas más impactantes y conmovedoras de la última década. Una lectura imprescindible. 

LO PEOR: A pesar de que la autora afirma no haberse inspirado en ningún acontecimiento o personas reales, durante los últimos años han aflorado numerosos casos de secuestro cuyas circunstancias recuerdan notablemente a las descritas en la novela, demostrando que –por desgracia- la realidad supera a la ficción. El desconocimiento propio sobre la existencia de esta novela hasta su adaptación cinematográfica, un error imperdonable para alguien que se considera apasionada de la literatura. 

Sobre la autora: Emma Donoghue nació en Dublín en 1969 y actualmente reside en la ciudad canadiense de London (Ontario). Mientras cursaba estudios de doctorado en la Universidad de Cambridge -título que obtuvo en 1997-, inició la que se convertiría en una flamante trayectoria literaria. Así, desde su debut en 1994 con Stir Fry, Emma ha escrito libros de relatos, ensayos y novelas contemporáneas e históricas entre las que se cuentan Hood (1995), Slammerkin (2000) y La Habitación (2010), finalista del Man Booker Prize y adaptada al cine en 2015. Sus obras han recibido numerosos premios y han sido elogiadas por la crítica, llegando a publicarse en más de una veintena de países.

2 comentarios:

  1. Para mí también fue una lectura maravillosa, de las mejores del año pasado. La terminé realmente conmovida y con lágrimas en los ojos, todo el periplo emocional de Jack y Mamá me pareció perfectamente narrado.
    Con tu permiso, comparto la reseña.
    Besos.

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    1. Buenas tardes MaraJss,

      Por supuesto tienes mi consentimiento para compartirla, creo que es positivo dar a conocer las obras en las que se inspiran las películas y que los lectores tengan la oportunidad de descubrir esa maravillosa novela.

      Un abrazo

      María del Carmen Horcas (La diseccionadora de libros)

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