Crítica de La secta sin nombre (Ramsey Campbell)

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Sinopsis: Bárbara ha sufrido dos durísimos golpes en su vida: su marido murió de un infarto cuando ella estaba embarazada y su pequeña hija Ángela fue raptada y asesinada cuando sólo contaba con cuatro años de edad. El cadáver de la niña apareció destrozado y la identificación, por medio de las ropas, fue incierta.

Poco a poco, Bárbara consigue superar su dolor y en la actualidad es una brillante agente literaria, vive sola y mantiene una apacible relación sentimental con un editor. Hasta que un día… una llamada telefónica vuelve a alterar su existencia. En la distancia una voz asegura ser Ángela, y esa misma voz dice: «¡Mamá, te necesito!».

A partir de ese momento se suceden una serie de hechos misteriosos, como si alguien dejara pistas perversas para inducirla a creer que su hija todavía sigue viva. La voz la cita en una casa deshabitada en la que, hasta hacía poco, se alojaba una secta «sin nombre», conocida porque practicaba cultos satánicos y cuyos crímenes recordaban a los de la tristemente famosa familia Manson.

Crítica: El asesinato de Sharon Tate, la mujer de Roman Polanski, conmocionó a la población estadounidense. Aquella noche celebraba una pequeña reunión con tres amigos del matrimonio (Jay Sebring, Abigail Folger y Vytek Frykoski) en el número 10050 de Cielo Drive en Beverly Hills, California. Lamentablemente, su esposo la llamo para informarle que, a consecuencia de los contratiempos en el rodaje de su nueva película, «Rosemary’s Baby», seguiría ausente todavía un tiempo, incluso existía la posibilidad de que no llegase para el nacimiento de su hijo. Sharon estaba embarazada de ocho meses. Cuando se disculpaba ante sus invitados, irrumpieron en el salón un grupo de desconocidos, todos miembros de «La familia». Los acólitos de Manson, gurú de este nuevo movimiento religioso, asesinaron brutalmente a los invitados apuñalándolos. No obstante, prolongaron la muerte de Sharon Tate, quien recibió dieciséis cuchilladas, la mayoría con el único objetivo de causarle el mayor dolor posible. Después la colgaron del techo junto a Jay Sebring, como si fuesen las reses de un matadero y con su sangre escribieron en la puerta principal de la mansión «pig».

A pesar de las múltiples teorías existentes, desde una elección casual de las víctimas hasta la polémica temática de la película de Polanski (la práctica de cultos satánicos entre la élite estadounidense), todavía no ha podido establecerse el móvil de tan horrible crimen. Con todo, no es el único ejemplo sobre casos de violencia realizados por las «sectas destructivas», aunque si uno con mayor repercusión mediática por su brutalidad en la década de los sesenta.

Inspirándose en estos asesinatos, Ramsey Campbell desarrolla su paráfrasis sobre la violencia espontánea ejecutada por personas aparentemente normales que, incomprensiblemente, agreden a completos desconocidos sin causa aparente. Sin embargo, el autor inglés plantea la posibilidad de que, en realidad, esas personas no mintiesen cuando afirman «me obligaron a hacerlo». Por tanto, la cuestión no en el por qué, sino quién como se plantea en el prólogo.

Precisamente, el propio título, «La secta sin nombre», nos anticipa que la respuesta dependerá de la interpretación subjetiva sobre lo leído, porque, al igual que en anteriores novelas, Campbell quiere que el lector se implique en la historia. A fin de conseguirlo, describe un enemigo carente de identidad al que no podamos identificar, privándolo incluso de nombre. Y es que, aunque el miedo es un sentimiento universal asociado con el instinto de supervivencia inherente a cualquier especie, cada persona lo asocia con algo concreto. De igual modo, las formas de infligir dolor también son infinitas…

Ramsey Campbell introduce poco a poco el horror en la vida cotidiana de Bárbara Waugh ante la posibilidad de que su hija no hubiese sido asesinada cuando apenas tenía cuatro años de edad, sino que durante todo esos años ha estado retenida contra su voluntad por «La secta sin nombre». Una simple llamada de teléfono, que rompe la quietud en una casa demasiado silenciosa cuando antes los sonidos de unos pequeños pasos recorriendo las habitaciones acompañados siempre por una risa infantil, le devolverá la esperanza para recuperar aquello que tan injustamente le fue arrebatado hace demasiados años.

La sutil prosa del escritor inglés proporciona detalles trascendentales para incrementar la tensión psicológica del relato a través de escenarios urbanos y cuotidianos en los que enclavarlos. La aparente sensación de seguridad basada en nuestra rutina desaparece conforme leemos. La oscuridad se vuelve tangible en sus páginas, algo vivo que nos persigue incansablemente. Desplazándose sigilosa entre las sombras entre los diferentes planos que conforman nuestra conciencia. Aguardando paciente la llave que le permita acceder finalmente a este mundo.

Al igual que su protagonista, «La secta sin nombre» consigue manipular nuestros sentidos hasta debilitar la fe en nuestras convicciones a fin de que nos replanteemos cada línea, cada párrafo, cada página que la componen. Ramsey Campbell obtiene ese perturbador resultado mediante la intercalación de escenas diarias con otras en la que predominan los elementos numinosos.

Si bien, la prosa se vuelve demasiado bucólica, el autor concede mayor importancia a los escenarios que la acción. Es decir, Ramsey Campbell acaba centrándose tanto en las descripciones que el desarrollo de la historia acaba resultando previsible. Adviértase la facilidad con que Bárbara descubre las pistas necesarias para saber el paradero de su hija. Por ejemplo, resulta demasiada casualidad que el telediario emitiese el juicio contra los miembros pertenecientes a la misma secta cuando ella estaba tomando una copa junto a una amiga quien tenía un amigo que conocía a un conocido experto en sectas.

Igualmente, el escritor inglés realiza un juicio demasiado genérico y prejuicioso contra las «religiones marginales», aunque la novela verse sobre las «sectas destructivas» que, entre otros rasgos, se caracterizan por el reclutamiento de los niños, atentados contra la integridad física o la coacción de libertad a sus miembros. Es cierto que analizando detenidamente el contexto de la historia es importante recordar que durante aquellos años florecieron multitud de grupos que captaban, en su mayoría, personas vulnerables para aprovecharse de ellas, sobre todo económicamente. No obstante, este escepticismo acaba derivando en una ideología conservadora perceptible durante toda la novela y, en especial, los últimos capítulos. Al final del libro, Ramsey Campbell emplea el fuego como elemento purificador para exorcizar los últimos demonios del alma y obtener el perdón por los pecados cometidos, un símbolo de reminiscencia católica.

Por tanto, «La secta sin nombre» es un libro en el que predominan las sombras ante cualquier luz de esperanza. Ramsey Campbell vuelve a ofrecernos una historia descorazonadora sobre el ser humano y su incomprensible fascinación por la violencia. Si bien, es necesario recordar las palabras de los acólitos de Manson durante el juicio, «siempre existe alguien peor que nosotros». Un enemigo sin rostro ni nombre. Alguien… o algo dispuesto a esperar lo necesario para demostrar que el miedo (y el dolor) todavía puede ser peor que todo cuanto creíamos conocer.

LO MEJOR: El prólogo. El horror cotidiano. Los sutiles detalles que incrementan la tensión psicológica, como el empleo de escenarios urbanos.

LO PEOR: La prosa se vuelve bucólica al priorizar los escenarios sobre la acción. Una visión sesgada de las «religiones marginales». Olvidarse del contexto en el que se desarrolla la novela y las diferencias respecto a la década de los sesenta.

Sobre el autor: Ramsey Campbell, escritor y editor británico nacido en Merseyside, Liverpool, el 4 de enero de 1946. Es considerado uno de los mayores exponentes del género de terror del siglo XX. Sus primeras historias, aunque situadas en lugares hipotéticos de Gran Bretaña (a instancias de su editor) y no en Estados Unidos, eran claramente lovecraftianas, tendencia que fue abandonando en posteriores relatos y novelas. Dentro del terror ha publicado tanto novelas y cuentos “realistas” como otros en los que aparecen elementos fantásticos en la trama, todo ello con un estilo muy particular y cuidado que le ha hecho merecedor de buenas críticas. Campbell también ha destacado como editor de antologías de terror, y colabora con la BBC en programas de crítica de cine. La obra de Campbell, tanto corta como en formato largo, ha sido galardonada en múltiples ocasiones, siendo uno de los autores del género con más premios en su haber.

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