Publicada en Acantilados de Papel
Sinopsis: El chocolate es
algo más que un placer para los sentidos. Saboreándolo las penas se hacen más
llevaderas, los secretos menos íntimos, los sueños más reales. Por eso el cura
Francis Reynaud, la llegada a Lansquenet-sur-Tannes de Vianne Rocher, una
singular mujer que decide montar una chocolatería, no puede ser sino el primer
paso para caer en la tentación y el pecado. Y frente a él, la joven Vianne solo
puede apelar a la alegría de vivir de las gentes de Lansquenet
Crítica: «La panadería se abrió ayer. Pero no es una panadería.
Cuando me desperté ayer, a las seis de la mañana, ya habían retirado la tela de
protección que la cubría, estaban colocados el toldo y los postigos y levantada
la persiana arrollable del escaparate. Lo que antes era un caserón
corriente y más bien destartalado, como tantos otros de por aquí, se había
convertido en una especie de tarta roja y dorada que se recortaba sobre el
deslumbrante fondo blanco. En los maceteros de las ventanas hay rutilantes
geranios rojos y en torno a las barandillas se retuercen guirnaldas de papel
crespón. Y coronándolo todo, un letrero de madera de roble en el que aparece el
nombre de la tienda trazado con letra inglesa: La Céleste Praline. Chocolaterie
Artisanale»
En el pequeño (y conservador)
pueblo francés de Lansquenet-sur-Tannes soplan vientos de cambio que arrastran
consigo un seductor aroma capaz de evocar tierras lejanas y exóticas. La dulce
fragancia recorre las calles, penetrando en los humildes hogares de sus vecinos
quienes, incapaces de resistirse, buscan el origen hasta encontrarse frente al
escaparate de la chocolatería recientemente inaugurada. Un negocio atípico
dentro de aquella comunidad, acostumbrada a la privación y, sobre todo, al
castigo. La propietaria advierte la presencia. Su sonrisa es una invitación que
no necesita ser pronunciada para vencer la reticencia inicial y entrar. Al
cruzar el umbral son recibidos con una taza de chocolate caliente que consigue
hacer desparecer el frio del cuerpo, así como un inmenso vacío del alma que
desconocían hasta que Vianne Rocher nos ofreció aquel refugio elaborado con
cacao.
«Chocolat» es una fábula
gastronómica sobre la felicidad a través de los pequeños detalles, una oda al
amargo fruto que endulza nuestras vidas, proporcionándonos un placer tan intenso
como efímero. Joanne Harris nos ofrece una novela deliciosa, los sutiles
matices de su prosa estimulan los sentidos del lector, tal y como ocurría en «El
perfume» (Patrick Süskind), para obsequiarlo con una lectura irresistible.
Un libro que no puede devorarse a grandes bocados, sino saboreado lentamente,
dejando que las palabras evoquen texturas, olores y sabores hasta conseguir el
éxtasis literario.
«La mezcla de perfumes del
chocolate, la vainilla, el cobre caliente y el cinamomo provoca mareo, está
cargada de sugestiones, transmite ese deje duro y terrenal de las Américas, el
aroma caliente y resinoso del bosque tropical. A través de él viajo ahora, como
hicieran en otros tiempos los aztecas con sus inquietantes rituales: México,
Venezuela, Colombia. La corte de Moctezuma. Cortés y Colón. El alimento de los
dioses, burbujeante y espumoso, servido en tazones ceremoniales. El amargo
elixir de la vida»
La autora evoca la magia tras los
gestos más sencillos y, aparentemente, fútiles, así como el efecto que son
capaces de obrar en las personas. Una caricia, un bombón, una palabra amable, un
trozo de tarta de chocolate, una sonrisa, una humeante taza de cacao, un poema…
Por esta razón Francis Reynaud, párroco de Lansquenet, rechaza la presencia de
Vianne Rocher y su negocio.
El cristianismo asocia el origen
del pecado con la comida. En aquella ocasión, la tentación procedió de una
simple manzana, ahora Reynaud debe enfrentarse a un alimento empleado
antiguamente en ceremonias paganas para adorar a falsos dioses. La gula
convertida en un culto en el que, poco a poco, sucumben sus feligreses.
Precisamente, «Chocolat» denuncia
la intolerancia social. Los sermones dominicales del padre Reynaud transmiten a
la comunidad un mensaje la obligación de mantener las buenas costumbres que
siempre la han regido para preservarla ante amenazas externas, como los
gitanos. Es entonces cuando comprendemos que la rivalidad establecida entre
ambos es consecuencia de los celos del primero hacia la segunda, porque la
apatía, incluso el desprecio, hacia sus parroquianos explica la desazón ante
los cambios que se están produciendo desde la llegada de Rocher. Obsérvese el
rechazo hacia Serget Mustac, quien maltrata constantemente a su esposa,
Josephine, pero él consiente (y justifica) amparándose en el sacramento del
matrimonio. O la negativa de aceptar que los animales tengan alma, cuando sabe
que le proporcionaría un consuelo a Guillaume Bierot tras conocer
la enfermedad incurable de su mascota. Por el contrario, Vianne Rocher
no realiza juicios de valor y permite la entrada en su particular santuario a
todo el mundo, sabiendo que necesita cada persona solo con observarla y
proporcionándoselo envuelto en brillante celofán y vistosos lazos de colores.
De hecho, incluso se permite el lujo de realizarle pequeñas
bromas al obsequiarlos con: «Una docena de mis mejores buitres de
Saint-Mâlo, pralinés pequeños y planos tan parecidos a ostras obstinadamente
cerradas»
Curiosamente, las diferencias
existentes entre ambos personajes se complementan. De ahí que la narración en
primera persona se intercale entre Francis Reynaud y Vianne Rocher a fin de
equilibrar el tono de la novela. Este contraste de las percepciones viabiliza un
tratamiento múltiple de la historia, sin incurrir en prejuicios y conservando
la objetividad durante todo el relato. Es cierto que experimentamos un mayor
aprecio por algunos personajes, aunque todos poseen una imperfección atractiva
que los convierte en personas reales y cercanas a cualquiera de nosotros.
A pesar de la sugestiva
presentación, Joanne Harris no consigue dar una conclusión satisfactoria para
algunos, incluso resultan decepcionantes. La autora evita cualquier
enfrentamiento, optando por un final edulcorado. Posteriormente escribiría «Zapatos
de caramelo» y «El perfume secreto del melocotón», resolviendo
muchas de las líneas argumentales que habían quedado aplazadas en esta novela. Es decir, si «Chocolat»
hubiese sido un libro con principio y final, quedaría la impresión de que
adolece de un desarrollo coherente, especialmente durante los últimos capítulos.
«Chocolat» es una pequeña delicatesen literaria concebida para
disfrutarse durante toda su lectura de forma pausada para conseguir «un
placer que sólo dura un momento y que únicamente unos pocos pueden apreciar
plenamente». Es cierto que algunos detalles endulzan de forma innecesaria una
historia con un fondo amargo, Joanne Harris nos obsequia con una novela absolutamente
irresistible. Disfruta del postre.
LO MEJOR: La evocadora prosa. La atractiva presentación de los
personajes. La intercalación de la narración en primera persona entre Francis
Reynauld y Vianne Rocher. El mensaje contra la intolerancia y la hipocresía
social.
LO PEOR: El desarrollo de los personajes. El edulcorado final. La
novela concluye con demasiadas muchas líneas abiertas.
Sobre la autora: Joanne Harris,
nacida en Yorkshire en 1964, de madre francesa y padre inglés, se ha sentido
siempre parte de dos culturas. Estudio en St. Catherine’s College de Cambridge.
Durante su solitaria niñez aprendió a dejar volar su imaginación a través de
los libros y de las historias que inventaba. Tras infructuosos intentos de
triunfar como bajista de jazz y contable, decidió seguir la tradición familiar-
su padre, su madre y su abuelo eran profesora- y dedicarse a la enseñanza. Tras
el éxito de su novela Chocolat, adaptada posteriormente al
cine, emplea todo su tiempo en escribir. Sus siguientes obras, entre las que
cabe destacar Vino mágico, Cinco cuartos de naranja y La
abadía de los acróbatas, la han consolidado como un fenómeno literario.
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