
Reseña: A pesar de que Johannes Vermeer es uno de los pintores neerlandeses
más reconocidos del barroquismo, sus dos cuadros más conocidos son «Vista de
Delft» y, por supuesto, «La joven de la perla». Este retrato, a
diferencia del resto de su obra, se caracteriza por la gran sencillez de la
imagen en la que destaca la figura femenina sobre un fondo completamente neutro,
la sutil combinación de colores y una perla como único elemento decorativo.
Esta joya proporciona una iluminación diáfana al rostro, y, al mismo tiempo,
establece un recorrido visual por la imagen.
Sin embargo, cuando la mayoría observa a la enigmática joven, quien
interactúa con el espectador a través de una mirada íntima y la boca
ligeramente entreabierta (un gesto poco común en los cuadros de la época por
las connotaciones sexuales asociadas), es innegable realizarse la siguiente
pregunta. ¿Quién es esa muchacha?
Al igual que «La Mona Lisa»
(Leonardo Da Vinci), la identidad de la modelo y las circunstancias en las fue
pintado han conseguido eclipsar el propio cuadro, sirviendo a Tracy Chevalier
como punto de partida para escribir esta novela histórica, un auténtico tributo
al legado artístico de Johannes Vermeer y su obra más conocida.
En ella, la joven Griet empieza a
trabajar como criada en la casa del afamado pintor para ayudar económicamente a
su familia después del accidente que dejó ciego a su padre, privándole de la
belleza que solo el sentido de la vista puede proporcionarnos, así como la
única fuente de ingresos de la que disponían hasta aquel momento. Desde el
inicio, la muchacha demuestra que, a pesar de su juventud y sus orígenes
humildes, posee una sensibilidad especial que le permite apreciar su entorno desde
una perspectiva particular que el resto es incapaz de comprender, excepto el
propio Vermeer, tal y como puede apreciarse en el primer encuentro entre ambos.
«Siempre colocaba las verduras
en un círculo, cada una en su sección, como porciones de una tarta. Había
cinco: lombarda, cebollas, puerros, zanahorias y nabos. Había utilizado la hoja
de un cuchillo para dar forma a cada porción y había puesto un disco de
zanahoria en el centro (…)
-Veo que has separado las
blancas-dijo, señalando los nabos y las cebollas-. Y el narajana y el morado no
están juntos. ¿Por qué? (…)
-Los colores se pelean cuando
están juntos, señor.»
A pesar de sus diferencias, entre
ellos empieza a desarrollarse una íntima relación que se esboza con cada nuevo
cuadro que Vermeer realiza, casi siempre presionado por su suegra Maria Things,
y su esposa Catharina, quienes perciben el arte solo en términos económicos. Precisamente,
la indiferencia de la que son víctimas, tanto por sus diferencias culturales,
religiosas o de clase social, se convierte en la principal razón por la que se
buscan, a fin de acabar con la soledad que conlleva esa necesidad de retraerse para
evitar ser juzgados y ser objeto de rumores de una sociedad incapaz de entender
las inquietudes de ambos, que trascienden de la mera atracción física para
convertirse en una unión más espiritual, una búsqueda de la belleza a través de
la pintura.
De este modo, el estudio del
pintor se convierte en el principal escenario de la novela, permitiéndoles
evadirse y disfrutar de su mutua compañía, ajenos por completo a la mundana
rutina que había caracterizado a sus vidas hasta conocerse.
«Era una habitación ordenada,
desprovista de la confusión de la vida cotidiana. Parecía distinta al resto de
la casa, como si estuviera en otra casa completamente diferente. Cuando la
puerta estaba cerrada, debía de resultar difícil oír los gritos de los niños,
el tintineo de las llaves de Catharina o el ruido de nuestras escobas»
En ese lugar, el lector tendrá la
oportunidad de conocer la evolución de los cuadros de Vermeer: la elección de
la temática, la disposición de la modelo (o modelos) y los elementos que
figuraran, la obtención de los colores, las posteriores modificaciones… Cada
lienzo en blanco es la promesa de una obra de arte, la captura de un instante
único a través de la pintura que, aunque siempre utilice los mismos materiales
o técnicas, trasciende en el tiempo y a las personas que en su momento lo
contemplaron por primera vez con una admiración no muy diferente a la actual.
Al mismo tiempo que aprendemos
los secretos del pintor holandés, el proceso
de maduración de Griet se convierte en propio gracias a los diálogos con su
señor, que nos permiten observar lo que nos rodea a través de los ojos del
artista, convirtiendo lo mundano en algo inusitado, provistos de una belleza
que hasta ese momento ignorábamos demostrando lo que decía un proverbio árabe: «Los
ojos no sirven de nada a un cerebro
ciego y un corazón cerrado».
En este sentido, uno de los
fragmentos más hermosos del libro es el fascinante descubrimiento de Griet
sobre las nubes y su auténtico color.
«-¿De qué color son esas nubes?
-Blancas, señor.
Él arqueó las cejas ligeramente.
-¿Seguro? (…) Vamos, Griet, puedes hacerlo mejor. Piensa en
tus verduras.
- ¿Mis verduras, señor?
-Piensa en cómo separabas las blancas. Los nabos y las
cebollas… ¿son del mismo color blanco?
De repente, lo entendía.
-No. Los nabos también tienen verde, y las cebollas
amarillo.
-Exacto. Y ahora, ¿qué colores ves en esas nubes?
- Tienen algo de azul-dije, tras observarlas unos minutos-.
Y… amarillo también. ¡Y tienen algo de verde!»
Tracy Chevalier consigue un
lenguaje verdaderamente pictórico, cada frase se convierte en una pincelada
sobre la hoja en blanco realizada con pulso firme para dibujar un cuadro
perfecto en su composición y acabado. La visualidad de su prosa estimula
nuestros sentidos con cada oración construida para este propósito, pues la
autora es consciente de la importancia de las descripciones, no solo para
recrear en la imaginación del lector algunos de los cuadros más conocidos
de Vermeer, sino también el contexto en
el que se desarrolla la trama y el resto de personajes que interceden.
Es cierto que la joven de la
perla es la protagonista por excelencia, tal y como demuestra la elección de
una narración en primera persona, pero Tracy Chevalier no pretende que Griet disponga
de toda la atención del lector. A pesar de que el cuadro original carezca de un
fondo, la autora es consciente de que hubo otras personas, aparte del artista y
la modelo, que pudieron influir en su creación. De ahí la importancia de los
personajes secundarios que incluyen desde Catharina, quien se siente frustrada
ante su incapacidad para comprender a su esposo y padre sus hijos; Maria
Things, una mujer inteligente y manipuladora quien debe asumir los roles que su
yerno y su propia hija reniegan por egoísmo y orgullo; o Taneke, ama de llaves
del hogar, que percibe a Griet como una amenaza, no por su belleza o juventud,
sino por su inteligencia. Resulta llamativo comprobar esta predominancia de
personajes femeninos durante toda la historia en detrimento de los masculinos.
Nuevamente, Tracy Chevalier exalta la figura de la mujer en una época donde su
roles estaban limitados a esposa, madre, ama de casa y similares,
proporcionándoles un mayor protagonismo a través de sus personalidad y conflictos
mucho más complejos de los exhibidos por los hombres de la novela, como Van
Ruijiven y su comportamiento lujurioso.
Esta excesiva estigmatización del
sexo contrario y la insistencia de la autora en remarcar el conflicto entre
protestantes y católicos son los únicos aspectos negativos de una novela
destacable por la sobriedad de su planteamiento, la sutil belleza de su prosa y
la irremediable atracción que ejercen sus personajes sobre el lector. Tras
concluirlo, resulta imposible volver a contemplar «La joven de la perla»
con los mismos ojos y es que, como dice la propia Griet, «puede que no contara ninguna historia,
pero aun así era un cuadro que uno no podía parar de mirar».

Sobre la autora: Tracy Chevalier nació en el mes de
octubre de 1962 en la ciudad de Washington (Estados Unidos). En su niñez
comenzó a sentirse atraída por el mundo de los libros, escribiendo sus
primeros relatos cortos en el instituto.
Cuando terminó sus estudios secundarios, Tracy
estudió lengua y literatura inglesa en el Oberlin College de Ohio.
Después de lograr su graduación abandonó los Estados
Unidos para cruzar el charco e irse a vivir a Londres en el año 1984.
Su primera intención era permanecer en la capital
inglesa durante unos meses pero terminó fijando en la urbe londinense su
residencia habitual, casándose con un británico y teniendo allí un hijo.
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Chevalier estudió escritura creativa y trabajó como
editora antes de debutar como novelista con la publicación del libro El
azul de la Virgen (1997), en el cual vinculaba a dos mujeres de
distintas épocas históricas.
Alcanzó el éxito popular con La joven de la perla
(1999), novela convertida en un best-seller internacional que recreaba las
relaciones del pintor holandés Johannes Vermeer con la protagonista del
cuadro homónimo.
Posteriormente aparecieron Ángeles fugaces (2001),
ambientada en la Inglaterra de comienzos del siglo XX tras la muerte de la
reina Victoria, La dama y el unicornio (2004), novela con el protagonismo
principal de los tapices medievales a los que hace referencia el título, y El
maestro de la inocencia (2007), libro ambientado en el Londres de
finales del siglo XVIII.
En Las Huellas De La Vida (2009)
centraba su ficción histórica en las paleontólogas Mary Anning y Elizabeth
Philpot.
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