Con todo, en pleno apogeo de internet, los chats le
ofrecen la oportunidad de encontrar a un hombre que no la juzgue exclusivamente
por su aspecto físico. No obstante, después de los saludos y las clásicas
preguntas para empezar cualquier conversación (de dónde eres, qué edad
tienes, a qué te dedicas o tienes hermanos), sucede lo inevitable: ¿cómo
eres? En este punto, ¿qué debemos hacer? ¿Ser sinceros con el desconocido
que se encuentra al otro lado de la pantalla? ¿Y por qué tendríamos que decirle
la verdad? Al fin y al cabo, nunca conoceremos a la otra persona, es solo una
forma de divertirse y pasar las horas muertas en la oficina. De este modo,
Jemina Jones cae nuevamente en el círculo vicioso de las apariencias y el culto
al cuerpo, pero por decisión propia.
A pesar de las películas Disney, no nos engañemos. La
primera impresión es siempre la que cuenta, porque el mundo parece haber sido
creado por y para la gente guapa, falsos dioses que muestran con orgullo sus
cuerpos de anuncio resultado de jornadas interminables de gimnasio y estrictas
dietas. Por su parte, el resto de la gente solo puede observarlos con una
mezcla de admiración y envidia, lamentándose por una genética que favorece
solamente a unos pocos, o también podemos intentar cambiar para ser aceptados
dentro de esa minoría privilegiada.
La transformación a JJ es una alegoría perfecta que
ilustra como las personas quedan reducidas al mínimo. En este caso, las siglas
son el físico, la parte más superficial y visible, sin preocuparse por
interiorizar en otros aspectos, como la personalidad. Sin embargo, no se trata
de cambiar para sentirse mejor, porque las inseguridades no desaparecen con los
kilos, sino que permanecen, e incluso se incrementan cuando no se dispone de la
barrera física que nos separaban de los demás y es entonces cuando debemos
enfrentarnos a la realidad. Al igual que el dinero no da la felicidad, la
belleza tampoco. Si bien es cierto que puede favorecernos en algunos aspectos,
debemos valorar hasta qué punto nos estamos creando una dependencia e
infravaloramos otros más importantes.
Ese es el mensaje que desea transmitir Jane Green en
este libro, quizás algunos puedan considerarlo ingenuo, y tendrían razón. Al
contrario que otras protagonistas de sus libros, resulta difícil simpatizar con
sus personajes, debido a la superficialidad de los mismos. Por un lado, Jemina
Jones demuestra un carácter sumiso, casi servil, dejándose manipular por todo
el mundo, incluido el propio Ben. A lo largo de sus páginas observamos que es
una persona dependiente, incapaz de tomar incluso las más pequeñas decisiones,
dejándose arrastrar siempre por la ansiedad incluso con los problemas más
nimios e intrascendentes de su vida cotidiana. No, no estoy siendo
excesivamente dura. Es cierto que la triste infancia de la protagonista, así
como su solitaria adolescencia influyeron en su personalidad, sumergiéndola en
un espiral de gula e infelicidad. Sin embargo, realizar un acto tan sencillo
como una simple llamada le resulta un esfuerzo titánico y prolonga de forma
innecesario el final a lo largo de páginas y páginas. Su pasividad resulta
insoportable y debo recordarle que la falta de actividad es una de las causas
del exceso de peso, no solo los atracones de comida rápida e híper-calóricas.
Por otro lado, Ben. El adorable y guapísimo Ben. El
Ken de esta historia que busca a su Barbie. Un hombre egoísta y megalómano, que
demuestra guiarse siempre por sus propios intereses, olvidándose de las
personas que alguna estuvieron a su lado apoyándole. Mi querida Jemina, si te
duelen las rodillas no es a causa de tu obesidad, sino de arrastrarte por el
suelo suplicándole una mirada o cualquier otro gesto de atención.
El único personaje verdaderamente sincero es
Geraldine, quien puede resultar demasiado superficial, no lo niego, pero desde
el principio deja claro cuáles son sus prioridades, sin engañar al lector en
ningún momento. De hecho, acaba convirtiéndose en un elemento clave para la
resolución de esta historia.
Otro aspecto que influye negativamente en el
transcurso de la historia es el cambio de persona narrativa. Jane Green
intercala la primera persona (Jemina Jones) con la tercera (la autora
hablándole directamente al lector). En el segundo caso, el relato desciende de
calidad y el tono adoptado demasiado infantil, como si fuese una madre
leyéndole un cuento a su hijo sobre la importancia de ser fiel a uno mismo
frente a las adversidades.
Finalmente, hay aspectos poco desarrollados, como la
relación entre Jemina y su madre, que hubiesen permitido al lector simpatizar
con los personajes, pero quedan reducidos a una anécdota, apenas un párrafo
nombrado de pasada aun siendo conscientes de su trascendencia en el conjunto de
la historia.
En conclusión, Los patitos feos también besan
no termina de transformarse en cisne y queda reducida a una de las hijas
pequeñas de Bridget Jones, y no precisamente de las más bonitas.
VALORACIÓN: 3/10
LO MEJOR: El personaje de Geraldine.
LO PEOR: El clásico Disney de la belleza se encuentra en el
interior, que después no se refleja. La sumisión de Jemina Jones a los demás,
como si se tratase de una Cenicienta moderna. La relación Ken/Barbie entre los
dos protagonistas… En resumen, casi todo.
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