Tras 45.000 lectores en la red, ahora en las librerías 

Animada por su rotundo éxito de más de 45.000 lectores en la red, Drácena pone ahora en las librerías este simpático y ejemplar serial sobre la vida cotidiana en Madrid. En efecto, Los cuadernos de un amante ocioso fueron apareciendo por entregas semanales y en forma de blog, a lo largo de 2011 y el primer trimestre de 2012. Y aunque aparenten el diario de una pareja, no lo son; quizá, reunidos ahora, en forma de libro, tengan algo de novela, pero tampoco llegan a serlo, y ni siquiera alcanzan la minuciosidad para considerarse una crónica de ese año y, sin embargo, no dejan de serla. 

¿Qué son pues Los cuadernos? Sin duda un retrato, por momentos irónico, por momentos enternecido, de la vida de una pareja en España, a principios del siglo XXI, y un excelente ejercicio literario capaz de leerse sin perder nunca la sonrisa. 

Sobre el autor: Gastón Segura nació en Villena en 1961. Se trasladó a Caudete a los siete años, y entre ambos pueblos pasó su vida hasta que, a su debido tiempo, marchó a Valencia para licenciarse en Filosofía. En 1990, se instala en Madrid, y tras probar suerte en diversos oficios, en 1996 decide dejarlo todo para dedicarse a la escritura. En 1999, resultó finalista absoluto del XXIII Premio Azorín con su primera novela, todavía inédita, Las calicatas por la Santa Librada. Ha publicado las crónicas africanas A la sombra de Franco (2004) e Ifni: la guerra que silenció Franco (2006), también la crónica local, El coro de la danza (2006) y el ensayo Gaudí o el clamor de la piedra (2011), que resultaría seleccionado como lectura recomendada en los cursos de doctorado de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. Y también la novela Stopper (2008), que sería distinguida como «lectura imprescindible» por el Dpto. de Lenguas Modernas de la Universidad Estatal de California.
Misterios a ritmo de tango

Ensayo imprescindible tanto por ser el primer texto enjundioso que publicara Roberto Arlt, como porque esta edición, profusamente anotada, permite un acercamiento a quiénes son y cómo vivieron los «inventores» de lo que se llamó ocultismo y que todavía pervive en ese grupo difuso que se autodenominan «espirituales». Pues si por un lado Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires encierran un indudable componente biográfico que nos acerca a la peripecia vital de un joven Arlt al borde de publicar su primera gran novela, El juguete rabioso; por otro, línea tras línea, nos desvelan a los protagonistas y las claves con que se urdió esa inmensa engañifa que se entiende como esoterismo y «espiritualidad», y que Arlt, con una perspicacia fuera de lo común para su edad, captó y denunció en estas breves, cuanto certeras, páginas. Por ambos componentes y por la rabia con que están escritas, Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires se convierten en más que un ensayo, en un manifiesto entre biográfico y desenmascarador de una actualidad y un interés indudables.

Sobre el autor: Roberto Arlt nació en Buenos Aires, el 2 de abril de 1900, y murió en la misma ciudad, el 26 de julio de 1942, de un ataque cardíaco. A pesar de su tortuosa infancia y de sus escasos estudios, en 1921 publicaría Diario de un morfinómano, su primera novela, extraviada para siempre, y en 1926, El juguete rabioso, cuando ya frecuentaba la amistad de Ricardo Güiraldes, quien le sugirió el título. Para entonces, Arlt escribía también en los periódicos Crítica y El Mundo y sus columnas diarias, Aguafuertes porteñas, que se convertirían con los años en un clásico de la literatura argentina. 

En cuanto a su vida, cabe añadir que merodeaba rufianes de toda laya, que traspondría en muchos de sus personajes, aunque su gran empeño no fue otro que el de hacerse rico como inventor, ambición que lo llevó a cosechar muy estrepitosos y chocantes fracasos. 

Además de las obras citadas, publicó las novelas Los siete locos y su continuación, Los lanzallamas, y El amor brujo (próximamente en Drácena), bastante teatro y este curioso y desvelador ensayo, Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires.
Una magistral novela en tono menor 

Quizá al estar ensombrecida por su colosal hermano Don Segundo Sombra, o por su estructura en tono menor, Xaimaca ha pasado casi inadvertida, cuando no ha sido totalmente olvidada del gran público. Sin embargo es una novela enorme, evocadora de temperaturas, colores y agónicas melodías, uno de los relatos de amor más turbadores de la literatura hispánica del siglo XX. 

Por eso, volver a publicarla ahora es casi una exigencia tanto artística como didáctica, cuando tanta insulsez y banalidad se amontona en nuestras librerías con este pretexto, siempre eterno y siempre literario, pero tan difícil de alcanzar con la magistral resolución que Güiraldes puso en Xaimaca.



Sobre el autor: Ricardo Güiraldes nació en una familia de estancieros, en Buenos Aires, el 13 de diciembre de 1886 y murió en París, el 8 de octubre de 1927. Con apenas un año, su familia se trasladó a Europa, de donde regresaría, cuatro años después. Durante el resto de su juventud pasó grandes temporadas en la finca de San Antonio de Areco, donde convivió con los gauchos y aprendió con destreza las faenas camperas; mundo que luego había de plasmar minuciosamente en sus novelas. Sin embargo, fracasó en sus estudios y en cuantos trabajos emprendió. 

En 1910, se propone viajar por Asia y Europa, hasta instalarse en París. Allí decidirá convertirse en escritor. De vuelta a Buenos Aires, se casa con Adelina del Carril, publica varios de sus cuentos en Caras y caretas, que aparecerán luego en Cuentos de muerte y de sangre, en 1915, sin ningún éxito. A finales de 1916, el matrimonio Güiraldes emprende un crucero por las Antillas del que surgirá su novela Xaimaca (1923). En 1917 aparece su primera novela Raucho. En 1923 publica Rosaura, que fue razonablemente bien recibida por público y crítica. En 1924 funda la revista Proa junto con Brandán Caraffa, Jorge Luis Borges y Pablo Rojas Paz. Tras el cierre de la revista, termina Don Segundo Sombra (1926). En 1927 viaja a Francia, en busca de remedio para la enfermedad de Hodgkin, que lo mataría al poco de arribar.
Relato imprescindible para entender los efectos de la
sociedad digital 

Crasheado no es otra cosa que una rendición de cuentas de la conciencia, disfrazada de carta de amor. Tras esta primera argucia, su lectura nos descubre que Crasheado es mucho más; es (en sí mismo o por su tumultuoso ciclorama de nombres, imágenes y secuencias, televisivas y fílmicas, comunes a cada uno de nosotros), un daguerrotipo tan desbocado como exacto de la conciencia universal del ciudadano en los albores del s. XXI.

¿De qué se trata con ello? Muy simple, demostrar hasta que punto hemos sido despojados de nuestra intimidad por los Mass Media. Por tanto, Crasheado se convierte en una implacable denuncia de nuestra condición de meros espectadores, ante un mundo servido tan constante y devastadoramente por los múltiples artilugios mediáticos que ha abolido los últimos rincones de nuestra intimidad y, con ella, cualquier rescoldo de nuestros sentimientos, hasta que éstos no sean otra cosa que un reflejo de aquello prescrito y servido por los Media. Relato, pues, imprescindible para entender nuestra ofuscada existencia actual. 

Sobre el autor: Blas Valdez, narrador y guionista cinematográfico mexicano, poco amigo de dar demasiadas pistas biográficas. Sus tramas, inmersas sin escapatoria en nuestra realidad inmediata, se caracterizan por la imposibilidad del ideal —casi siempre el amor— y por la mezcla de todo tipo de formas comunicativas (relatos, mensajes electrónicos, pasajes dramatizados, etc…) y hasta de idiomas (español, inglés, spanglish…), escogiendo, a tono con su estructura proteica y pluritonal, unos finales abiertos, con lo que el conjunto constituye un reflejo palmario de nuestra convulsa sociedad, en perpetua transformación. 

Su primer libro de ficción, Restos de corazón (1998), es una colección de trece cuentos con un nudo común: la violencia como elemento cotidiano; y su siguiente título, Rompecabezas (2002), es un relato de más amplio recorrido y donde ya encontramos todos los elementos que lo caracterizan como narrador. Algunos de sus relatos han sido llevados al cine como su cuento Violanchello por el director Alfonso Pineda en Amor, dolor y viceversa (2008).
Por primera vez en las librerías españolas 

De milagros y de melancolías narra, desde los días de la conquista española hasta un lejanísimo futuro, la historia de una ciudad sudamericana ficticia: San Francisco de Apricotina del Milagro. Toda la obra está cuajada de personajes que siguen –con cierta sorna– la historia de muchas repúblicas latino- americanas, siempre entre guiños de burla y veras y mucha mística o magias, hasta hacer una suerte de parodia del «boom» americanista y del tan cacareado «realismo mágico». 

Esta obra, a la vez muy pro «boom» y un poco contra sus tópicos, nunca salió del reducto de obra «menor» de un autor grande. Acaso ahora (leída ya con mucha distancia de todo) el lector pueda admirar con el estilo primoroso los finos ribetes de la sátira, y vea en esta novela el refinado y culto divertimento que encierra. Ítem más, la misión quedaría más que cumplida si el lector, al saborear esta novela, muy de su autor, pero asimismo algo extraterritorial a él, decide que debe seguir adentrándose en el universo Mujica Láinez. (Del prólogo de Luis Antonio de Villena) 

Sobre el autor: Manuel Mujica Láinez nació el 11 de septiembre de 1910, en Buenos Aires, y murió el 21 de abril de 1984, en Córdoba (Argentina). Descendiente de una de las familias fundadoras de la nación y hasta de la ciudad, se crió en un ambiente aristocrático, al punto que sus estudios primarios y medios transcurrieron en París, tras unos años previos en Londres. Apenas sí concluyó algunos cursos de Derecho en Argentina, para ingresar en el diario La Nación, donde, desde reportero de ecos de sociedad, ascendió hasta convertirse en un reputado colaborador y crítico de arte. Cuando se jubiló en 1969, se instaló en su caserón, «El Paraíso», en Cruz Chica (Córdoba), donde transcurriría, entre sus viajes incesantes, el resto de su vida. 

Su obra literaria encara varios géneros, como la poesía y el ensayo estético, pero es la narración y, especialmente, Bomarzo (1962) la que lo daría a conocer al mundo y le reportaría diversos galardones internacionales, y hasta sería transpuesta a ópera, con música de Alberto Ginastera. Otros de sus títulos más reputados son Aquí vivieron (1949), Misteriosa Buenos Aires (1950), Los ídolos (1952), La casa (1954), El unicornio (1965), Crónicas reales (1967), El gran teatro (1970), El laberinto (1974) y Sergio (1976).
Sinopsis: En la gran casa de campo de la familia Tallis, la madre se ha encerrado en su habitación con migraña, y el señor Tallis, un importante funcionario, está, como casi siempre, en Londres. Briony, la hija menor, de trece años, desesperada por ser adulta y ya herida por la literatura, ha escrito una obra de teatro para agasajar a su hermano León, que ha terminado sus exámenes en la universidad y hoy vuelve a casa con un amigo. Cecilia, la mayor de los Tallis, también ha regresado hace unos días de Cambridge, donde no ha obtenido las altas notas que esperaba. Quien sí lo ha hecho, en cambio, es Robbie Turner, el brillante hijo de la criada de los Tallis y protegido de la familia, que paga sus estudios. Es el día más caluroso del verano de 1935 y las vidas de los habitantes de la mansión parecen deslizarse, como la novela, con apacible elegancia. Pero si el lector ha aguzado el oído, ya habrá percibido unas sutiles notas disonantes, y comienza a esperar el instante en que el gusano que habita en la deliciosa manzana asome la cabeza. ¿Por dónde lo hará? Hay una curiosa tensión entre Cecilia y Robbie. Y otra situación potencialmente peligrosa: la hermana de la señora Tallis ha abandonado a su marido, se ha marchado a París con otro hombre y ha enviado a su hija Lola, una nínfula quinceañera, sabia y seductora, a casa de sus tíos. Y la ferozmente imaginativa Briony ve a Cecilia que sale empapada de una fuente, vestida solamente con su ropa interior, mientras Robbie la mira... 

Crítica: «-Querida señorita Morland, considere la más terrible naturaleza de las sospechas que he albergado. ¿En qué se basa para emitir sus juicios? Recuerde el país y la época en que vivimos. Recuerde que somos ingleses: que somos cristianos. Utilice su propio entendimiento, su propio sentido de probabilidades, su propia observación de lo que ocurre a su alrededor. ¿Acaso nuestra educación nos prepara para atrocidades semejantes? ¿Acaso las consienten nuestras leyes? ¿Podrían perpetrarse sin que se supiese en un país como éste, donde las relaciones sociales y literarias están reglamentadas, donde todo el mundo vive rodeado de un vecindario de espías voluntarios, y donde las carreteras y los periódicos lo ponen todo al descubierto? Queridísima señorita Morland, ¿qué ideas ha estado concibiendo? 

Habían llegado al final del pasillo y, con lágrimas de vergüenza, Catherine huyó corriendo a su habitación.» 

«La abadía de Northanger» sirve de prólogo a Ian McEwan para introducirnos en una novela que, al igual que el título póstumo –e inconcluso- de Jane Austen, narra la transición de una joven de prolífica imaginación hacia una madurez escéptica a consecuencia de la pérdida de su inocencia infantil tras comprender la diferencia entre la fantasía y la realidad. 

De igual modo, el escritor inglés explora los conflictos, el aburrimiento y la decadencia de la aristocracia británica en la primera parte de una novela, dividida en cuatro grandes bloques narrativos que abarcan desde los años 30 hasta el Londres actual, incluyendo los bombardeos de la capital por la aviación nazi entre el 7 de septiembre de 1940 y el 16 de mayo de 1941 –y conocido como Blitz, relámpago en alemán). 

A lo largo de la novela, Ian McEwan nos describe el drama romántico de Cecilia y Robbie, separados primero por Briony, la hermana pequeña de Cecilia, y posteriormente por el conflicto bélico. 

En la primera parte, narrada en tercera persona para facilitar la presentación de los personajes y los conflictos derivados por su diferente condición social, transcurre durante un caluroso y tedioso verano en la mansión Tallis. El enrarecido ambiente estival se incrementa con la llegada de León Tallis, primogénito de la familia, y su amigo Paul Marshall; así como de los primos de Briony, la precoz e indómita Lola, y sus hermanos gemelos, Jackson y Pierrot. Sin olvidar el regreso de Cecilia Tallis y Robbie Turner, hijo del ama de llaves familiar, cuyos (des)encuentros nos permitirá advertir los prejuicios existentes tras las apariencias y la buena educación. 

Ian McEwan opta un estilo que recuerda a las clásicas novelas góticas -e incluso romántico por la exhaustividad de sus descripciones- que dota a los diferentes espacios de la mansión Tallis, especialmente los jardines, de un ambiente inquietante por la evidente decadencia, tanto de las habitaciones como de sus habitantes. En realidad, la intención del autor es parodiar la ingenuidad de Briony quien percibe su entorno como una novela repleta de intrigas y peligros inexistentes hasta el punto de inculpar a un inocente por un crimen no cometido con objeto de satisfacer sus homéricas fantasías en la vida real. 

De esta forma, McEwan evidencia la hipocresía de la familia Tallis quien, a pesar de contribuir en los estudios de Robbie, envidia el talento del humilde joven evidenciando el declive no solo económico, sino moral de una aristocracia condenada a desaparecer para ser sustituida por los nuevos ricos surgidos tras la Segunda Guerra Mundial, como Paul Marshall, quien aprovecha las trágicas circunstancias derivadas del conflicto para abastecer a las tropas británicas destinadas a reconquistar Francia con sus chocolatinas. 

Es posible que la mayoría de los lectores consideren que las descripciones empleadas durante esta primera parte de la novela son excesivas por su estilo barroco, volviendo la lectura tediosa. No obstante, apreciamos que el autor busca una doble lectura del relato a través de la interpretación de los detalles en apariencia ínfimos, pero trascendentes en el desarrollo de los acontecimientos posteriores. Es decir, «Expiación» no es una lectura lineal, sino que apreciamos distintos niveles en un mismo fragmento de la novela según la percepción del lector. 

Por ejemplo, la escena de Lola deleitándose con la textura y el sabor de una chocolatina, convertida en la indecorosa imaginación de Marshall en un símbolo fálico posee una obscena y, al mismo tiempo, intrigante tensión sexual. Además, la precoz e irresponsable adolescente acaba mordiendo de forma violenta la golosina, por incitación del propio Paul, en una analogía de la eyaculación masculina convirtiéndolo en un dulce amargo para quienes comprendan su verdadera implicación. 

Al fin y al cabo, es precisamente la incapacidad de Briony para comprender la escena de la fuente entre su hermana y Robbie, siendo su exacerbada imaginación la que dote de un significado coherente –aunque equivocado- a aquel encuentro. Si el lector tiene la posibilidad de variar la perspectiva del personaje gracias al recurso narrativo de la tercera persona, la joven se encuentra limitada por la ficción. 

La novela avanza hasta la segunda parte, en la que el escenario y el estilo del relato cambian por completo, aunque exista una continuidad en los acontecimientos. Ian McEwan traslada la acción hasta Francia, durante la retirada de las tropas británicas para su evacuación en Dunquerque tras la fallida reconquista del territorio ocupado por los alemanes. 

Si bien el autor vuelve a emplear la tercera persona, observamos que la mayor parte de esta segunda parte se desarrolla desde la perspectiva de Robbie, dotando al relato de la nostalgia mediante el uso de constantes flashbacks

Es bastante curioso observa el distanciamiento entre el autor y los acontecimientos descritos. Si bien los escritores deben ser objetivos respectos a los sucesos referidos, la finalidad de McEwan es narrarnos las temibles experiencias de los soldados emulando su estado de shock para reforzar la sensación de desamparo de las tropas ante aquella traumática experiencia. Este detalle permite comprender que, a pesar de las temibles escenas de las que somos indirectamente testigos a través del testimonio de Robbie, estemos prácticamente insensibilizados a semejante horror. La principal razón es que el joven, enfermo y desalentado, opte por retraerse en su mundo interior, en sus recuerdos, transmitiendo esa sensación de alejamiento del presente, que tiende a difuminarse mientras que el pasado adquiere resulta más tangible. 

Esto también explicaría que apreciemos un estilo más pulido y comedido, el autor renuncia al exceso de prosa de la primera parte centrándose en describir el tortuoso avance hacia la redención de forma más sencilla. E incluso apreciamos vacíos en la narración que corresponden con el empeoramiento de Robbie, reforzando la percepción de desapego de la realidad y convirtiendo los recuerdos con Cecilia en el único elemento real, mientras el resto del mundo se desmorona ante sus ojos. 

En la tercera parte retoma a Briony, quien intentan expiar sus culpas trabajando como enfermera en Londres. Observamos a una mujer atormentada por el remordimiento que intenta compensar sus faltas a través de un trabajo útil, aunque poco agradecido. Sin embargo, los esfuerzos por curar las heridas de los demás no sirven para mitigar el dolor de las que ella infringió y, con objeto de rehuir de la realidad, sigue escribiendo. 

Este capítulo destaca por las descripciones que realiza el autor del trabajo desarrollado por las enfermeras durante los convulsos años de la guerra, destacando su rutina diaria antes de la llegada de los primeros soldados heridos en el frente y las terribles experiencias cuando fueron conscientes de la auténtica trascendencia del conflicto, siendo testigos en primera persona del horror y la crueldad humana; pero también de la esperanza, la bondad y, sobre todo, la compasión. 

En mitad de la convulsión, Briony recibe una carta enviada por una editorial en la que rechazan su manuscrito, pero la incitan a seguir escribiendo, a esforzarse para conseguir sus propósitos y no dejarse amedrentar ante la posibilidad de una negativa. Es decir, Briony debe aceptar sus errores y enmendarlos, dejar de ampararse en los demás y empezar a escribir su propia historia... 

Aquí el autor sigue recurriendo a la tercera persona, pero ahora todos los acontecimientos son descritos exclusivamente desde la perspectiva de Briony, quien vuele a convertirse en el punto de inflexión en el romance entre Cecilia y Robbie. De forma simultánea, seguimos observando ese progresivo cambio en el estilo de la narración más madura y reflexiva que nos anticipa la conclusión de la novela.

Finalmente, el autor nos traslada al Londres de los noventa, donde conocemos a Briony convertida en una escritora de éxito desvelándonos que todo lo leído anteriormente es, en realidad, el relato de los acontecimientos descritos por ella con objeto de enmendarse por su mentira recurriendo nuevamente a la ficción, pero con un objetivo completamente distinto a aquellos primeros e impulsivos textos de su niñez. El estilo pretensioso de los primeros textos, correspondientes a la primera parte, es sustituido por una mayor humildad en la narración conforme acepta las verdaderas consecuencias de aquella venganza motivada por los celos infantiles. 

Es decir, Briony es consciente de que la realidad carece de los medios necesarios para imputar al auténtico culpable, toma la decisión de enmendarse a través de una novela que proporcione a sus personajes el final feliz que ella les arrebató cuando el mundo le parecía tan sencillo sobre el papel, pero más complejo –y temible- al trasladar aquellas historias repletas de heroínas románticas al mundo real, tal y como descubre cuando sus nietos representan la obra infantil que escribió para impresionar a su familia, resultándole ridícula ante la inexperiencia autora. 

Posiblemente los lectores se sientan engañados ante esta demoledora conclusión de la historia, pero «Expiación» no es una novela sobre el perdón, sino de la culpa. Adviértase que Ian McEwan no remide a ninguno de sus personajes, pues todos ellos son culpables por distintas razones de los acontecimientos sucedidos en la mansión Tallis y, por consiguiente, deben redimirse, aunque no siempre lo consigan. 

En definitiva «Expiación» es una novela compleja por sus múltiples niveles de lectura que trascienden del romance entre Cecilia y Robbie para convertirse en una historia dinámica, capaz de evolucionar paralelamente a sus personajes. De esta forma, Ian McEwan obsequia al lector con un relato que empieza como una novela gótica repleta de intrigas ambientada en la decadente mansión Tallis y la ambigua relación entre sus habitantes para cambiar a la novela bélica y, finalmente, al drama romántico. Una novela respaldada por el humanismo de sus personajes, la capacidad del autor para conjugar diferentes géneros y estilos narrativos, la ambivalencia de la prosa, el nivel de detalle en las descripciones y un largo etcétera convierten a la novela de Ian McEwan en una lectura imprescindible. Si bien «Expiación» no remide a sus personajes en la ficción, pero si ofrece al lector la oportunidad hacerlo en la realidad, tal y como deseaba la propia Briony. 

LO MEJOR: El realismo de sus personajes. El dinamismo de la novela que evoluciona de forma simultánea a los personajes. La capacidad del autor para conjugar diferentes géneros y estilos narrativos. Las múltiples interpretaciones que el lector puede extraer de una escena. La laboriosidad de la prosa. La última parte de la novela. 

LO PEOR: El estilo barroco predominante en la primera parte puede resultar pretensioso, las descripciones excesivas y el ritmo tedioso para lectores poco pacientes o sin experiencia en este tipo de relatos. Algunos lectores pueden sentirse engañados por el inesperado final de la novela que desvela las auténticas intenciones del autor desde el principio. La amplia diversidad de géneros y estilos narrativos puede no satisfacer todas las preferencias de los lectores, especialmente aquellos que optaron por su lectura al catalogarla como un drama romántico. 

Sobre el autor: Ian Mcewan, novelista y guionista, vivió en su infancia numerosos traslados por el oficio militar de su padre. Tras abandonar sus estudios, McEwan viajó a Grecia, donde se ganó la vida como barrendero. Posteriormente asistió a las universidades de Sussex y East Anglia. En esta última fue el primer estudiante inscrito en el curso de Escritura creativa impartido por Malcolm Bradbury. Sus dos primeras colecciones de relatos resultaron muy controvertidas, pues el autor empleó en ellas un estilo muy elaborado para ofrecer extraños relatos cotidianos de obsesiones sexuales, perversidad y muerte. La temática de sus creaciones, su talento narrativo y su original sentido del humor le han convertido en uno de los autores más respetados de la narrativa inglesa actual.
La «novela negra» sobre la quiebra de las cajas de ahorros 

Las cuentas pendientes, como todo relato del género negro, no es sino una denuncia; en este caso, sobre los efectos devastadores que ha ocasionado la crisis financiera de 2008 sobre la construcción española y sobre esa red bancaria, tan peculiar, que eran las cajas de ahorros. 

La acción transcurre en uno de los lugares más castigados por aquel derrumbe general: una provincia del Levante, y su elemento central es la quiebra de un «parque temático», que todas las autoridades y menos autoridades del lugar se empeñan en silenciar, hasta que aparece muerta, de forma «accidental», la exmujer del presidente de la caja de ahorros. En ese momento se introduce el protagonista, un guionista de culebrones sudamericanos y que, ajeno a todo el chanchullo, cada vez que da un paso, trastoca, aún ignorándolo, todo el pacto de silencio que se ha tejido al rededor del fiasco del «parque temático» y sus implicaciones políticas. 

Sobre el autor: Gastón Segura nació en Villena en 1961. Se trasladó a Caudete a los siete años, y entre ambos pueblos pasó su vida hasta que, a su debido tiempo, marchó a Valencia para licenciarse en Filosofía. En 1990, se instala en Madrid, y tras probar suerte en diversos oficios, en 1996 decide dejarlo todo para dedicarse a la escritura. 

En 1999, resultó finalista absoluto del XXIII Premio Azorín con su primera novela, todavía inédita, Las calicatas por la Santa Librada. Ha publicado las crónicas africanas A la sombra de Franco (2004) e Ifni: la guerra que silenció Franco (2006), también la crónica local, El coro de la danza (2006), el ensayo Gaudí o el clamor de la piedra (Asimétricas, 2011), que resultaría seleccionado como lectura recomendada en los cursos de doctorado de la Escuela Superior de Arquitectura de la Universidad Complutense y la novela Stopper (2008), que también sería distinguida como «lectura imprescindible» por el Departamento de Lenguas Modernas de la Universidad Estatal de California. Añadiremos que Drácena le ha editado Los cuadernos de un amante ocioso (2012).
La novela nacional de Colombia y una obra maestra de la literatura hispánica 

La vorágine es una novela grande en todos los sentidos. Pocos relatos del siglo XX se le pueden acercar y menos aún siguen ocasionando tantas disputas sobre sus inabarcables significados. Así, La vorágine puede ser leída como la escarnecedora denuncia de la explotación inhumana de los caucheros en las selvas de la cuenca orinoco-amazónica, pero también como la novela iniciática del inmediato indigenismo o incluso, como opina Gutiérrez Girardot, como la tragedia del hombre moderno abocado al nihilismo ante la impiedad de cuanto le rodea y el rotundo fracaso de sus anhelos. 

Sea como fuere, La vorágine es un relato descomunal y desbocado, que si arranca con un regusto entre el Romaticismo y el Naturalismo, concluye con un lenguaje propio que consigue estremecer al lector cuando lo enfrenta sin redención con la vacuidad del existir. No en balde fue, hasta la aparición de Cien años de soledad, la gran novela de Colombia, y sigue siendo una de las piezas maestras de la narrativa hispánica del siglo XX. 

Sobre el autor: José Eustasio Rivera nacido en San Mateo (hoy Rivera), el 19 de febrero 1888 y muerto el 1 de diciembre de 1928, en Nueva York. Conoció desde muy niño la dura vida rural, mientras pasaba por diversos centros de estudios con escasa fortuna. Aun así, se doctoró en Derecho en 1922 y hasta fue designado secretario de la Comisión Limítrofe colombo-venezolana, con lo que partió en una expedición que lo llevaría a la selva orinoco-amazónica donde iba a conocer las miserias de los caucheros y la barbarie que sojuzgaba el territorio. Y, sobre todo, a la mayoría de los personajes reales que transpondría en La vorágine. De regreso a Bogotá escribió artículos de denuncia sobre este y otros asuntos en la prensa, y en 1924 publica la primera edición de su gran y única novela. 

Entretanto, ocupa puestos políticos que le acarrean nuevos sinsabores, lo que no impide que, en 1928, representase a Colombia en un congreso internacional en La Habana. Desde allí, se traslada a Nueva York con la intención de crear una editorial para imprimir una nueva edición de La vorágine y su traducción al inglés. Ese mismo invierno, Rivera cayó enfermo y fue ingresado en el Policlínico al borde del coma. Moriría súbitamente sin determinarse su enfermedad. Aparte de La vorágine publicó el poemario Tierra de promisión.
La última novela de Roberto Arlt 

Tras su apariencia de novelón decimonónico, El amor brujo cuenta la tragicomedia de un burgués, Estanislao Balder, que para superar su existencia anodina se lanza a una aventura amorosa tan dulzona como torpe. Sutil e imprevisible, hay que llegar hasta el final para calibrar el alcance de la crítica, cuya acidez desnuda al hombre fatuo, aparentemente satisfecho. 

En esta última novela de Arlt, más que en ninguna otra, se manifiestan las debilidades y los rencores que apremiaron a este «François Villon de quilombo», como lo definió Cortázar, y destellan esas «imágenes inapelables y delatoras» que nos ponen frente a nosotros mismos y nuestras vergonzosas flaquezas. 

Sobre el autor: Roberto Arlt nació en Buenos Aires, el 26 de abril de 1900, y murió en la misma ciudad, el 26 de julio de 1942, de un ataque cardíaco. A pesar de su tortuosa infancia y de sus escasos estudios, en 1921 publicaría Diario de un morfinómano, su primera novela, extraviada para siempre; y en 1926, El juguete rabioso, cuando ya frecuentaba la amistad de Ricardo Güiraldes, quien le sugirió el título. Para entonces, Arlt escribía también en los periódicos Crítica y El Mundo, y sus columnas diarias Aguafuertes porteñas se convertirían con los años en un clásico de la literatura argentina. 

En cuanto a su vida, cabe añadir que merodeaba rufianes de toda laya, que traspondría en muchos de sus personajes, pero que su gran empeño no fue otro que el de hacerse rico como inventor, ambición que lo llevó a cosechar muy estrepitosos y chocantes fracasos. 

Además de las obras citadas, publicó las novelas Los siete locos y su continuación, Los lanzallamas; por último la presente, El amor brujo. Asimismo, escribió bastante teatro y un curioso ensayo, titulado Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires, que por su rareza e interés literario ha editado Drácena, en su colección «ensayos y memorias».